Explicación de la Santa Misa - Parte 2
En la Parte 2 de esta serie de artículos sobre la Santa Misa, explicaremos detalladamente el significado de la Antífona Introibo ad altare Dei y el salmo 42: Judica me, que siguen a la Señal de la Cruz.
Introibo ad altare Dei
V. Introibo ad altare Dei - Subiré al altar de Dios.
R. Ad Deum qui lætificat juventutem meam - Al Dios que es la alegría de mi juventud.
1. Subiré al altar de Dios
¿Dónde encontraremos a Nuestro Señor Jesucristo? Lo encontraremos en nuestros altares, puesto que ahí está Nuestro Señor; ahí lo encontraremos en todo su esplendor. Nuestro altar es el Sinaí; nuestro altar es el Tabor; ahí se encuentra Nuestro Señor en toda su grloria. Si pudiéramos ver el altar como lo ven los ángeles y los santos, también nosotros tendríamos el rostro iluminado y resplandeciente de alegría y de la gloria de Nuestro Señor. Al pie de nuestros altares encontraremos la luz de Nuestro Señor. Esta luz es la emanación de la caridad de Dios y de esa vida de Dios que tiene que colmar nuestras almas.
2. Al Dios que es la alegría de mi juventud
El santo sacrificio de la Misa tiene que ser para nosotros la fuente de toda nuestra espiritualidad, la fuente de nuestra alegría y la fuente de nuestro gozo. Tenemos que encontrar en la Santa Misa y en la comunión de cada mañana nuestro mayor gozo.
La Misa tiene que darnos, además de alegría, una paz inalterable. Si nuestra fe, nuestra doctrina y nuestra espiritualidad están fundadas en la Misa, estamos en la verdad. No nos podemos equivocar cuando establecemos nuestra fe en el Santo Sacrificio de la Misa.
Salmo 42: Judica me
V. Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta: ab homine iniquo, et doloso erue me.
V. Júzgame Tú, oh Dios, y defiende mi causa de la gente malvada; líbrame del hombre inicuo y engañador.
R. Quia tu es, Deus, fortitudo mea: quare me repulisti et quare tristis incedo dum affligit me inimicus?
R. Pues Tú eres, ¡Oh Dios!, mi fortaleza; ¿por qué me has desechado, y por qué he de andar triste, mientras me aflige el enemigo?
V. Emitte lucem tuam, et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt et adduxerunt in montem sanctum tuum, et in tabernacula tua.
V. Envíame tu luz y tu verdad: éstas me han guíado y conducido a tu monte santo, y a tus tabernáculos.
R. Et introibo ad altare Dei: ad Deum qui lætificat juventutem meam.
R. Y me acercaré al altar de Dios: al Dios que es la alegría de mi juventud.
V. Confitebor tibi in cithara Deus, Deus meus: quare tristis es, anima mea, et quare conturbas me?
V. Cantaré tus alabanzas al son de la cítara, ¡Oh Dios!, Dios mío, ¿por qué estás triste, alma mía, y por qué me llenas de turbación?
R. Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi: salutare vultus mei, et Deus meus.
R. Espera en Dios, porque he de alabarle todavía, a Él que es mi Salvador y mi Dios.
En este salmo podemos ver a Nuestro Señor implorando el auxilio de su Padre en medio de las pruebas que lo llevaron hasta el altar del sacrificio. El sacerdote, otro Cristo, tiene a su vez que sacar sus fuerzas de Dios para llevar generosamente la Cruz en pos de Él.
1. Nuestro Señor, signo de contradicción
Al decir al principio de la Misa. Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta: ab homine iniquo, et doloso erue me, parece que nos llamamos a nosotros mismos puros y a los demás impuros, ¡y esa es la verdad! No podemos negar que hay gente que no quiere a Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros tenemos que afirmar este deseo y voluntad de procurar siempre el reinado de Nuestro Señor.
Al principio de los tiempos, cuando pecaron nuestros primeros padres, empezó un combate, que sigue todavía en nuestros días, entre Nuestro Señor Jesucristo y Satanás. En el Antiguo Testamento vemos cómo vivieron este combate los que formaron el pueblo de Israel, el cual tuvo que luchar firmemente contra los que pretendían su destrucción y contra Satanás. Este combate se perpetuó en tiempos de Nuestro Señor. Él fue la víctima, pero la víctima triunfante. Desde entonces, la historia de la Iglesia no es sino la lucha entre el demonio y los que son fieles a la Cruz de Nuestro Señor.
2. Un sacrificio por amor al Padre y por amor a las almas
Nuestro Señor dio su vida primeramente por amor a su Padre y para restablecer la gloria de su Padre. En la Cruz Nuestro Señor estaba completamente orientado hacia su Padre. No cabe duda que daba su Sangre para redimirnos, por la redención de los pecados del mundo, pero todo su pensamiento estaba orientado hacia el inmenso amor que tiene a su Padre. Quiere hacer la voluntad de su Padre y restablecer su gloria. Ninguna criatura ha podido cantar nunca las alabanzas del Padre como su Hijo, y ninguna criatura lo podrá hacer nunca.
En la Cruz Nuestro Señor repite la palabra que había pronunciado antes de su Pasión: "Yo he llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4), cuando dice: "Todo está consumado". ¿Y cuál era esta obra? Era la de elegir y guiar a los elegidos: "He guardado a los que me habías dado" (Jn 17, 12). "Yo los he sacado del mundo", dice Nuestro Señor, "pero ellos no son del mundo, como Yo tampoco soy del mundo" (Jn 17, 14); y "Yo no ruego por el mundo" (Jn 17, 9).
¿Por qué pronuncia Nuestro Señor estas palabras? A causa de los que se niegan a creer en su Divinidad y que se oponen a Él. Nuestro Señor pide a Dios que los mantenga fieles y que los guarde del mundo para que sean fieles por su perseverancia a la elección que ha hecho de ellos.
Todo esto es muy grave y misterioso. Nuestro Señor pronunciaba ciertamente estas palabras estando aún en la Cruz. Pensaba en ellas puesto que eran las últimas palabras que dirigía a su Padre, mirando toda la obra que había llevado a cabo durante los años que había pasado en la tierra.
Fuente: La Misa de Siempre, Monseñor Marcel Lefebvre