Explicación de la Santa Misa - Parte 4
¿Conocemos realmente el tesoro que se encuentra escondido en cada Misa y el significado de cada una de las partes que la componen? ¿Estamos conscientes de la grandeza del sacrificio al que asistimos casi de manera rutinaria? En la cuarta parte de esta serie de artículos explicaremos, con la ayuda de Mons. Lefebvre, la oración del Confiteor.
Todo hombre es pecador y tiene que reconocerlo.
La liturgia tradicional es una escuela admirable de humildad. Lo vemos en los gestos y las acciones; las postraciones, las genuflexiones y las inclinaciones son manifestaciones de nuestra humildad y de nuestra reverencia hacia Dios en primer lugar. (...)
Por ejemplo, es una costumbre de la liturgia que el sacerdote al principio de la Misa se incline durante el Confiteor. Se inclina como el publicano, con los ojos mirando al suelo y diciendo: "Señor, ten piedad de mí que soy un pobre pecador." (Lc 18, 13) Nosotros también somos pecadores.
La primera epístola de San Juan es muy clara sobre este tema: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra está en nosotros. Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". (1 Jn 1,8 -2,2).
¿Por qué recordarnos que somos pecadores? ¿No es mejor olvidarlo? Santo Tomás contesta: no tenemos que recordar los pecados concreta e individualmente, sino recordar nuestro estado de pecadores. Tenemos que recordarlo siempre. Incluso las almas más perfectas siempre han reconocido que eran pecadoras. Sentían en su naturaleza todas las consecuencias del pecado. Sufrían a causa de ello y siempre les era una razón para ser más fervorosas, más contemplativas de la Pasión de Nuestro Señor y para estar más unidas a su Cruz y ser así más perfectas. Es lo que vemos en la vida de los santos, siempre se han considerado pecadores.
Aunque pudiera parecer que no eran tan pecadores, precisamente por eso se acercaban tanto a Dios, y al acordarse de sus pequeñas faltas, les parecía que eran demasiado grandes; sentían por ellas un dolor infinito y la vida entera no les parecía suficiente para dolerse de las faltas que habían cometido ante la bondad y el amor de Nuestro Señor por ellas.
Durante toda la misa, las oraciones nos recuerdan que somos pecadores, de modo que tenemos que pedir las gracias a Dios y su misericordia sobre nosotros. La virtud que tenemos que tratar de alcanzar, y que nos aconsejan mucho las oraciones de la Misa, es la contrición interior que los antiguos autores espirituales llamaban la compunción. No es algo que nos rebaje. No creemos que la Iglesia nos pida estas virtudes para rebajarnos, sino para nuestra santificación y para ponernos en la realidad de la vida espiritual. El que vive en estado de compunción evitará muchos pecados, porque este arrepentimiento continuo del pecado y esta actitud interior ante el estado de pecado en que estamos nos aleja de él.
Si nos arrepentimos del pecado y si tenemos una verdadera contrición, tenemos horror de él y, por consiguiente, tenemos ese sentimiento y ese instinto de desprecio y de rechazo por el pecado. Creo que son actitudes interiores muy favorables para nuestra vida espiritual y que favorecen el ejercicio de la caridad. Dios y la Iglesia nos piden que hagamos penitencia para hacernos practicar la caridad, para destruir en nosotros todo lo que hay de egoísmo y de orgullo, y todo lo que hay de vicios que oprimen en cierto modo nuestro corazón y que nos encierran en una pequeña torre de marfil.
La Misa de Siempre - Monseñor Marcel Lefebvre+