Explicación de la Santa Misa - Parte 6

Fuente: Distrito de México

¿Conocemos realmente el tesoro que se encuentra escondido en cada Misa y el significado de cada una de las partes que la componen? ¿Estamos conscientes de la grandeza del sacrificio al que asistimos casi de manera rutinaria? En la sexta parte de esta serie de artículos explicaremos, con la ayuda de Mons. Lefebvre, el significado del beso del altar y del Introito.

"Rogámoste, Señor, por los méritos de tus santos, cuyas reliquias yacen aquí, y por los de todos los santos, que te dignes perdonarme todos mis pecados. Amén."

Al rezar la oración Oramus te, el sacerdote besa el altar que contiene una piedra, dentro de la cual hay reliquias de mártires. 

Desde el siglo IV los Papas pidieron que los altares fueran consagrados. Las piedras del altar consagradas son una imagen del mismo Jesucristo. En ellas hay grabadas cinco cruces que representan las cinco llagas de Nuestro Señor, puesto que el mismo Jesucristo es el altar del sacrificio. Además, el sepulcro de la piedra del altar encierra reliquias de santos mártires. Son reliquias de santos que derramaron su sangre por Nuestro Señor. De ese modo, el recuerdo de la sangre que derramaron los mártires, unida a la Sangre de Nuestro Señor en nuestro altares, reuerda la Pasión de Nuestro Señor y su sacrificio. 

El simbolismo es maravilloso, ¿verdad?, pues nos une al sacrificio de Nuestro Señor y a nuestros altares, que tienen que ser el corazón de nuestra virtud de religión, siendo el sacrificio el gran acto de esta virtud.

Las reliquias de los mártires son una evocación admirable que nos anima a ofrecer nuestras vidas con la de Nuestro Señor, como hicieron los mártires.

La antífona de entrada: Introito



La antífona de entrada introduce al espíritu de la misa del día, para disponer a las almas a sacar fruto de ella.

La Iglesia, como una madre diligente, ha redactado estos ritos de un modo maravilloso y espléndido. Los Papas y los concilios se han aplicado a esta liturgia porque saben que la liturgia es como nuestra madre, que nos enseña a amar a Nuestro Señor Jesucristo, a adorarlo como debemos y recibir todas las gracias que necesitamos. Por esto, se ha dicho que la ley de oración es la ley de la fe, porque alimentamos nuestra fe según el modo en que rezamos.

Estamos aferrados a la liturgia tradicional que expresa realmente lo que pensamos en nuestro corazón y en el fondo de nuestras almas, es decir, que Jesús es Dios, que Él es nuestro Rey y que está presente en la sagrada Eucaristía. La liturgia expresa maravillosamente la grandeza y la santidad de la misa, la santidad del sacrificio de la Cruz y del sarificio del altar.

LA MISA DE SIEMPRE - Monseñor Marcel Lefebvre+