Fátima y la fe católica

Fuente: Distrito de México

Cualquier revelación privada debe juzgarse según la conformidad con la verdad de Dios que no ignora, ni miente, ni se equivoca. Conviene examinar el mensaje de Fátima desde este punto de vista: así veremos la perfecta conformidad de lo que los tres pequeños videntes escucharon y vieron, con lo que nuestro catecismo enseña. 

“Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos” (Heb 1, 1-2). He aquí cómo San Pablo define las relaciones entre los anuncios proféticos del Antiguo Testamento y la revelación pública y definitiva hecha por Jesucristo.

Si entonces existía una necesaria conformidad entre la sombra proyectada por los anuncios proféticos y la Luz revelada en Jesucristo, es preciso decir lo mismo de las revelaciones privadas esparcidas por toda la historia de la Salvación desde la Encarnación. El primer criterio de veracidad para una revelación privada es su conformidad con la revelación pública enseñada por “la Verdad” (Jn 14, 6) y transmitida por “el Espíritu de verdad” (Jn 15, 26). Cualquier revelación privada debe juzgarse según la conformidad con la verdad de Dios que no ignora, ni miente, ni se equivoca.

Por lo tanto, conviene examinar el mensaje de Fátima desde este punto de vista: así veremos la perfecta conformidad de lo que los tres pequeños videntes escucharon y vieron, con lo que nuestro catecismo enseña. Tal conformidad con la fe católica manifestará el gran mérito que tienen las apariciones de Fátima en comparación con otras apariciones recientes, dudosas o falsas.

A este primer motivo general para confrontar Fátima con la fe católica, se añade un segundo motivo más especial y más contemporáneo: el olvido y el desprecio con que se tratan las enseñanzas y peticiones de la Madre de Dios en Fátima. Leyendo con atención las Memorias de la Hermana Lucía[1], el lector puede repasar, no todos los misterios de nuestra religión, sino los que más han sido atacados por el modernismo, hoy llamado “nueva teología”.

He aquí una de las claves explicativas del silencio mantenido respecto a esa aparición reconocida por la propia Iglesia y de carácter universal.

Por lo tanto, con el doble objetivo de demostrar la conformidad de Fátima con la fe católica y de poner en evidencia la oposición entre Fátima y el modernismo, examinaremos sucesivamente cinco puntos de doctrina: los ángeles, las postrimerías, la gravedad del pecado, los medios de salvación y la devoción mariana.

Los ángeles

 

Obedeciendo a un modelo pedagógico muy conocido en las Escrituras, las apariciones de la Virgen en 1917 han sido preparadas por apariciones angélicas. Los que conocen un poco Fátima recordarán sin dificultad las tres apariciones angélicas de 1916, comunes a los tres pastorcitos, habían sido precedidas en 1015 de otras tres apariciones angélicas para Lucía sola. Estas primeras apariciones fueron bastante menos claras y no dieron lugar a ninguna acción, ni comunicación (II, 59-60; III, 155).

Todos saben que los ángeles buenos tienen una doble misión: una esencial y eterna, la de adorar a Dios y de cantar su gloria; otra accidental y temporal, la de ser mensajeros de Dios.

Encontramos precisamente esta doble misión en las apariciones angélicas de Fátima. En la primavera de 1916, en Ángel de Portugal ordena a los niños: “Rezad conmigo” (II, 61). Y les enseña enseguida una oración:

“¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y Os amo...” (II, 62).

El ángel del otoño de 1916, antes de dar la Comunión a los niños, les enseña otra oración, centrada en el culto eucarístico: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, Os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo...” (II, 63).

Respecto al papel de mensajeros que desarrollan estos ángeles en 1915 y en 1916 para con Lucía y luego con los tres niños, es bastante semejante a los que encontramos en las Escrituras: el Arcángel Gabriel con la Santísima Virgen en la Anunciación (Lc 1, 26-38), o con Zacarías (Lc 1, 8-20), el arcángel Rafael con Tobías (Tb 12, 6-15), los dos ángeles que avisan a Lot para que salga de Sodoma (Gn 19, 1-7), el ángel del sudor de sangre que acompaña al Salvador durante su agonía (Lc 22, 43), los ángeles que sirven a Nuestro Señor tras las tres tentaciones (Mt 4, 11), el ángel taumaturgo de la piscina (Jn 5, 4).

Entre las misiones temporales de los ángeles, hay que destacar: la del Ángel de la Guarda. Y lo que es todavía más notable, es que su papel no se limita a cuidar las personas físicas, sino también a nuestras patrias:

“Yo soy el Ángel de su guarda, el Ángel de Portugal” (II, 62).

Finalmente, el ciclo de apariciones de Fátima no nos deja ignorar que no todos los ángeles son buenos: existen demonios y los tres pastorcitos se toparon con ellos.

Léase la visión del Infierno del 13 de julio de 1917:

“Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas... Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros” (III, 106; IV, 167).

Acordémonos también de este episodio de la vida de Francisco, contado por Lucía:

“...Por fin dimos con él temblando de miedo; aún estaba de rodillas, conmocionado de tal forma que no había sido capaz de ponerse de pie. ‘¿Qué tienes? ¿Qué fue?’

“Con la voz medio sofocada por el susto, dijo: ‘Era uno de aquellos bichos grandes que estaban en el Infierno, quien estaba aquí arrojando fuego’.

“No vi nada, ni Jacinta...” (IV, 142-143).

Una simple confrontación entre estos textos y el catecismo de San Pío X nos convencerá de la coherencia entre la fe católica y los hechos y gestos angélicos de Fátima.

En cambio, para quienes ven a los ángeles como seres míticos, niegan la existencia personal del demonio en beneficio del mal esparcido por el mundo, predican la conversión final de los ángeles caídos o enseñan la primacía de sus misiones exteriores sobre la adoración eterna, su alergia contra Fátima es muy entendible.

Las postrimerías

 

Las alusiones de Fátima a la existencia de los demonios, nos hacen pasar lógicamente a la consideración de las postrimerías. Nuestro catecismo enumera entre las postrimerías: la muerte, el juicio particular, el Cielo, el Infierno y el Purgatorio. Veamos lo que Fátima dice al respecto.

El tema de la muerte se presenta varias veces en el transcurso de las apariciones de 1917.

P. François Knittel+