¡Feliz fiesta del Corazón Inmaculado de María! - 22 de agosto
¿Por que el cielo ha hecho tanto hincapié en que seamos devotos del Corazón Inmaculado de María? ¿En qué radica la importancia de esta devoción? Y, ¿cuál es la relación entre el Corazón Inmaculado y el Rosario? A continuación, intentaremos responder sencillamente a estas preguntas.
“María guardaba todas estas cosas en su Corazón, y las meditaba” Lucas 2:19.
El 22 de agosto es el día en que la Iglesia celebra la fiesta del Corazón Inmaculado y Doloroso de María. El origen de esta devoción se remonta a principios del siglo XVII con San Juan Eudes, llamado por San Pío X "El apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones", quien la propagó en diversas partes del mundo. El día en que celebramos la fiesta actualmente fue instituido por el Papa Pío XII el 4 de mayo de 1944. Esta fecha se conservó hasta que tuvieron lugar los cambios en la Iglesia, luego de los cuales se movió el día, y se le restó importancia a esta fiesta.
Como podemos ver, la devoción al Corazón de María no es reciente, ni tampoco fue dada a conocer al mundo a partir de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima. Éstas últimas fueron una confirmación de la aprobación celestial de la práctica de esta devoción, así como también un mensaje en donde Nuestra Señora nos dio a conocer que el cielo nos hacía entrega de los dos últimos medios para ayudarnos en nuestra salvación: su Corazón Inmaculado y el Rosario.
Nos dice San Luis María de Montfort que el alma del Rosario es la meditación de los principales misterios de la vida de Nuestro Señor y de su Madre Santísima. No podemos meditar, imitar, ni mucho menos amar aquello que no conocemos. Y, ¿qué forma más excelente de conocer a Jesús que a través del Corazón de su Madre, donde, como veremos a continuación, se encuentran contenidos todos los misterios y pasajes de su vida pública e íntima?
El Corazón de María en las Sagradas Escrituras
De los 27 libros que conforman el Nuevo Testamento, únicamente en 5 se hace mención explícita de la Santísima Virgen. Uno de estos es el Evangelio de San Lucas, quien es conocido como el evangelista de la Virgen María, pues fue él quien, por inspiración divina, escribió los pasajes de su vida que Dios quiso darnos a conocer y, sin ser casualidad, en casi todos estos pasajes está presente su Corazón y la forma estrechísima en que se encuentra vinculado al de su Hijo Jesús.
La primera vez que San Lucas nos habla del Corazón de la Virgen es durante la noche del nacimiento de nuestro Redentor. Ese momento de intimidad celestial, esa primera vez que se cruzaron las miradas de amor infinito del hijo con la madre, así como la posterior adoración de los ángeles y los pastores al Dios hecho hombre; todo quedó impreso en Nuestra Señora, quien como tesoro valiosísimo “guardó todas estas cosas en su corazón para meditarlas.” (Lc. 2:19). Queda claro, pues, que si queremos acceder de manera realmente profunda al inicio del misterio de nuestra Redención y llegar al nivel en donde únicamente se encuentra Dios, tenemos que hacerlo forzosamente a través del Corazón Inmaculado de María, pues sólo ahí se encuentran estos misterios.
San Lucas nos habla a continuación de un pasaje dolorosísimo en la vida de Nuestra Señora: la profecía del Santo Simeón. Es aquí donde, nuevamente, se vuelve a mencionar su Corazón, ahora en boca del anciano profeta, quien después de alabar al niño que la madre llevaba en brazos y reconocerlo como el Hijo de Dios, le profetiza que por ese mismo niño su Corazón sería traspasado por una espada de dolor. ¿Cuál es esa espada de dolor? No es otra más que la Pasión y Muerte de su Hijo tan amado. Mucho antes de que llegara el momento de la Pasión, ella ya sufría interiormente la agonía terrible de saber que un día la violencia del dolor le arrancaría de los brazos al que era su vida, su amor, su todo; en pocas palabras, a Aquel que era su corazón.
Nuevamente, queda claro que Dios nos quiere dar a conocer el misterio de la Pasión de su Hijo sólo y únicamente a través del Corazón de María, pues es precisamente por medio de él que sabemos y conocemos que un día ese Dios hecho niño va a sufrir hasta la muerte y va a entregar su vida por salvar a sus criaturas. Comprobamos, una vez más, que los misterios más íntimos de la vida de Nuestro Señor Jesucristo se encuentran atesorados en el Corazón de su Madre. Tenemos por fuerza que acudir a él si es que queremos conocer realmente en todo su esplendor al que es nuestro Redentor, y llegar a decir con el Apóstol San Pablo: “No me precio de conocer otra cosa más que a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Cor. 2:2).
Por último, San Lucas nos habla de la pérdida del Niño Jesús. Después de tres días de angustiosa búsqueda, San José y la Virgen encuentran al Niño en el templo, en medio de los doctores. Movida por el profundo dolor que le habían ocasionado esos tres días de soledad, Nuestra Señora le hace un reproche amorosísimo: “Hijo, ¿por qué te has portados así con nosotros?” Y la respuesta que recibe podría sonarnos a primera vista un poco dura: “¿Por qué me buscabas? ¿No sabías que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?” Pero lo que nos dice a continuación San Lucas es que al no comprender del todo esta respuesta, la Madre guardó estas palabras en su corazón para meditarlas. Y es aquí donde entendemos por qué Nuestro Señor responde así.
Todo se reduce nuevamente al Corazón de María. Es a través de él que Jesús nos hace saber que Él es el hijo de Dios, que ha venido aquí a llevar a cabo una misión redentora, que lo único importante es cumplir la voluntad de su Padre, glorificarlo y, al mismo tiempo, liberarnos de la esclavitud del demonio. Es en este Corazón donde depositó todos estos misterios y es ahí donde debemos ir para poder conocerlos.
Importancia de la Devoción al Corazón Inmaculado
Ahora bien, esto es lo que conocemos por medio de las Sagradas Escrituras, pero San Ignacio de Loyola nos dice que sólo se necesita un poco de sentido común para saber que en cada uno de los momentos de la vida de Jesús, la primera en acompañarlo y en compartir el gozo, el dolor y la gloria con Él fue, sin lugar a dudas, su Madre.
Todos esos años en que los Evangelios no nos dicen nada acerca de la vida de la Sagrada Familia, están resguardados en el Corazón de la Virgen. Cuando llegó el instante de partir a su Pasión, ¿acaso el Hijo no se despidió de su Madre pidiéndole su bendición? Al momento de la Resurrección, ¿a quién sino a Ella, que fue la única en permanecer fiel hasta la cruz, le pertenecería la primera aparición y manifestación de Cristo glorioso? Cada segundo de la vida de nuestro Redentor está impreso indeleblemente en el Corazón Inmaculado de Nuestra Señora, que es verdaderamente casa de Dios y puerta del Cielo (Gen. 28:17).
Nos dice también San Ignacio lo siguiente:
La primera de los redimidos, María, fue también la primera en conocer el secreto divino de cada uno de los misterios de su Hijo, y la primera en conocer su Gloria. Ella es la primera porque todo lo que le pasa a la Iglesia y a sus miembros se encuentra realizado en ella.
De aquí se desprende la razón por la que Nuestro Señor desea establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de su Madre, pues de otra forma será imposible que lleguemos a conocerlo realmente. Y si no lo conocemos, ¿cómo podremos amarlo? ¿Cómo cumpliremos con el Primer Mandamiento de la ley divina?
Solamente ella, como tesorera de las cosas celestiales, y a través de su corazón, puede ayudarnos. Ella comparte con quien se lo pide estos misterios divinos. Lo único que tenemos que hacer es pedírselo con fe y tener una devoción tierna y filial a su Corazón Inmaculado, consolándolo en cada oportunidad que se nos presente y haciendo actos de reparación por todas las ofensas que recibe de sus hijos ingratos. Ella, como Madre bondadosa y agradecida que es, nos dará a conocer a su Hijo Divino, lo formará en nuestras almas, nos enseñará a adorarlo, nos ayudará a mantenernos firmes durante las adversidades y, finalmente, podremos compartir con ella la gloria que se nos dará en recompensa por haber permanecido fieles, a semejanza de ese Corazón fidelísimo.