¡Feliz fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María!
Eres toda belleza, María, y el pecado original no está en ti. Tú, la gloria de Jerusalén, tú, alegría de Israel, tú, honor de nuestro pueblo, tú, abogada de los pecadores. ¡Oh! María, virgen prudentísima, madre clementísima. Ruega por nosotros, intercede por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo.
La Asunción de la Santísima Virgen
El presente mes de Agosto se ve adornado por una de las más hermosas fiestas de la Santísima Virgen; la de su gloriosa Asunción. En efecto, Nuestra Señora, una vez cumplido su tiempo en este mundo, subió en cuerpo y alma a los cielos. Ésta es una verdad de fe, la cual fue solemnemente definida por el Papa Pio XII el 1 de noviembre de 1950, siendo el último dogma definido por los Papas. Aprovechemos esta hermosa fiesta, en la cual vemos la suma glorificación de la Virgen, y saquemos algunas conclusiones útiles a nuestra vida.
Considerando este misterio, son muchas las cosas sobre las cuales podemos meditar; como la plenitud de gloria interior y exterior de la Virgen, su deseo ardiente del cielo y desprecio de las cosas de este mundo, su humildad, etc. Pero prestando un poquito de atención, delante nuestro, aparece una lección muy interesante, la cual está relacionada nada más ni nada menos que con una de las realidades más difíciles de llevar por todos nosotros: el sufrimiento.
Ahora bien, ¿Cuál es la relación entre la Asunción y el sufrimiento? Cualquiera de nosotros respondería: ¡Fácil!, la Asunción de la Virgen es el premio a los sufrimientos que soportó en este mundo; y lección principal para todos es que si sufrimos como Ella, Dios nos va a premiar de la misma manera”.
Bien, la respuesta es correcta, pero incompleta. Esto no es lo único, ni lo más importante, que la Asunción nos enseña respecto al sufrimiento. La lección principal es que: Dios no tiene por qué pagarnos en esta vida las cosas buenas que hacemos; Dios no está obligado (ni por nuestros actos, ni por imponerse Él mismo alguna responsabilidad) a pagarnos aquí abajo las buenas obras. Esta es la lección principal de la Asunción respecto del dolor. Y decimos que es la principal, precisamente porque combate el error contrario que hace pensar: "si yo soy bueno y cumplo con Dios, a fuerza tiene que irme bien en la vida”; error, por cierto, muy difundido en la actualidad e incluso en los ambientes Tradicionalistas (o “Tradis”, si prefieren esta ridícula expresión).
Seamos honestos, muchas veces nos hemos preguntado: ¿Por qué no me va como me gustaría? ¿Por qué mi familia no es perfecta? ¿Por qué mis hijos andan mal? ¿Por qué no consigo trabajo? ¿Por qué tantos problemas económicos? ¿Por qué tantos problemas si yo no falto a Misa, hago mis oraciones, rezo el Rosario y no le hago daño a mi prójimo? ¿Por qué Dios no me ayuda, si hago todo lo que Él me pide? Si yo cumplo ¿por qué Él no?”
Cuestionándonos así, hemos caido en este error.
Es verdad, por una parte, que los Santos logran ser felices en este mundo haciendo la voluntad de Dios, y es verdad, por otra parte, que el violar el orden de Dios (portarse mal) es la causa de las desdichas del hombre. Todo esto es muy cierto, pero no exageremos. Los santos logran ser felices en este mundo, pero nunca completamente y el que uno sea o esté feliz, no significa que a uno le vaya bien. Los malos, son en el fondo desdichados, pero, como todos podemos comprobar, no siempre les va mal en sus cosas; de hecho, en la mayor parte de los casos, les va mejor que a los buenos.
Lo repetimos, y no nos cansaremos de hacerlo. Es un error decir: “si yo soy bueno y cumplo con Dios, a fuerza tiene que irme bien en la vida”. Veamos el ejemplo de Nuestra Madre para convencernos de que Dios no tiene por qué premiarnos en esta vida, sino que el premio se recibe luego de la muerte. Ella es la Inmaculada Concepción, ni el pecado ni el demonio han tenido el más mínimo contacto con su alma. Ella es quien, luego de Nuestro Señor, ha cumplido mejor con los Mandamientos. Ella realizó la mayor de las buenas obras que se pueden realizar ofreciéndose junto con su Hijo al pie de la Cruz, para la gloria de Dios y salvación de las almas. Y sobre todo Ella es la más digna de todas las creaturas por ser la Madre de Dios, que es una dignidad, la cual, dicen los Santos “toca la Divinidad”. Todo esto es e hizo la Virgen Santísima.
Y ¿cómo le fue en esta vida? Respuesta: Vivió siempre pobre y rodeada de pobres; cuando su Niño estaba chiquito, se la pasó escapando de gente mala; se le murió el esposo; tuvo que sufrir que los Apóstoles, que para Ella eran sus hijos más amados, se salieran del buen camino traicionando a Nuestro Señor; pero sobre todo, padeció que le mataran de la forma más cruel a su Hijo, a quien más quería en este mundo. Así le fue en esta vida a la Virgen a pesar de haber sido tan buena aquí abajo.
Y ¿qué hizo la Virgen? ¿Se quejó con Dios por ser un tirano injusto que exige y no paga? No. Por el contrario, soportó todo con Fe, Esperanza y, principalmente, Caridad. Con la Fe de que Dios es nuestro Padre, quien dispone para nosotros en esta vida lo que más conviene para salvarnos, a saber: alegrías, riquezas, pobreza, dolor, permitir las fallas morales propias y ajenas, etc.; y, por supuesto, con la Fe de que el Paraíso con sus premios no está aquí. Con la Esperanza de que Dios ayuda a llevar las pruebas, las cuales un día van a acabarse y Él va a premiar. Pero sobre todo, María Santísima llevó todo esto por Amor a Dios y a su prójimo; por amor a Dios sometiéndose a su voluntad santísima y justísima; por amor al prójimo, es decir nosotros, ofreciéndolo todo, por nuestra salvación. El premio para la Virgen llegó, pero a su momento, en el mismo en el que a nosotros nos llegará, a saber, al final de nuestra vida. Todo esto es lo que nos enseña la Asunción de María.
Todo esto es lo que debemos imitar, pues Dios nos dice, como la Virgen le dijo a Santa Bernardita en su segunda aparición en Lourdes: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.
Padre Luis Rodríguez Ibarra.