“Fiducia Supplicans” y la “bendición pastoral”
El Palacio del Santo Oficio, sede del Dicasterio para la Doctrina de la Fe
"La Iglesia debe evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas doctrinales o disciplinares".
1. Este pasaje del número 25 de la muy reciente Declaración Fiducia supplicans no es más que una repetición del principio fundamental ya afirmado por el Papa Francisco en la Exhortación postsinodal Amoris laetitia. Este principio mismo encuentra su justificación en el número 8 de dicha Declaración, que a su vez remite al número 12 del Nuevo Ritual, promulgado por Juan Pablo II en 1985.
“Las bendiciones”, dice, “pueden considerarse uno de los sacramentales más difundidos y en constante evolución. Nos llevan a comprender la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida y nos recuerdan que, incluso en el uso de las cosas creadas, el ser humano está invitado a buscar a Dios, a amarlo y a servirle fielmente".
Las bendiciones están en "constante evolución". ¿Por qué? Porque su objetivo es “hacer comprender” y “recordar”… Hacer comprender y recordar: ¿las bendiciones no serían entonces más que un lenguaje, puros signos, que operan únicamente una toma de conciencia? Si efectivamente es así, es lógico que se adapten, como todo lenguaje, a la mentalidad de aquellos a quienes van dirigidas. Porque lo esencial, en toda pastoral, es hacerse entender. De ahí sigue todo lo demás.
2. Y ante todo, para bendecir basta escuchar a las diferentes personas “que vienen espontáneamente a pedir una bendición” (n. 21). Esta petición expresa en sí misma la necesidad “de la presencia salvífica de Dios en su historia” (n. 20).
Pedir una bendición es reconocer a la Iglesia "como sacramento de salvación" (ibidem), "admitir que la vida eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor” (ibidem). En definitiva, la solicitud de una bendición refleja convicciones, pero ¿qué más? ¿Refleja un deseo de curación, de una resolución efectiva?
¿Expresa un deseo de conversión? El número 21 simplemente evoca, por parte de quien pide la bendición, “la sincera apertura a la trascendencia, la confianza de su corazón que no se fía solo de sus propias fuerzas, su necesidad de Dios y el deseo de salir de las estrechas medidas de este mundo encerrado en sus límites.”
¿Y salir del pecado? Aparentemente, este no es el caso aquí. Lo cual no es de extrañar, ya que la bendición es un acto de escucha, porque, como toda escucha, no tiene que preocuparse por resoluciones efectivas. Ocurre en un momento de esperanza y expectativa.
3. Bendecir no es solo escuchar; debe expresar también el amor de Dios y por eso es todo para todos. Ciertamente, no puede “ofrecer una forma de legitimidad moral a una práctica sexual extramatrimonial” (n. 11). Sin embargo, "se debe también evitar el riesgo de reducir el sentido de las bendiciones solo a este punto de vista, porque nos llevaría a pretender, para una simple bendición, las mismas condiciones morales que se piden para la recepción de los sacramentos".
"Este riesgo exige que se amplíe más esta perspectiva. De hecho, existe el peligro que un gesto pastoral, tan querido y difundido, se someta a demasiados requisitos morales previos que, bajo la pretensión de control, podrían eclipsar la fuerza incondicional del amor de Dios en la que se basa el gesto de la bendición" (n. 12).
Por tanto, la bendición debe expresar el amor de Dios de maneras diferenciadas. Lo esencial es no "perder la caridad pastoral, que debe atravesar todas nuestras decisiones y actitudes" y evitar ser "jueces que solo niegan, rechazan, excluyen" (n. 13).
4. El nuevo “magisterio” pastoral inaugurado por Juan XXIII ya no busca la conversión. También se podría decir que ya no busca sacar a las almas del pecado. Escucha y dialoga. Y al hacerlo, le da al mundo los medios para realizarse como tal, huyendo del materialismo, en una apertura a la trascendencia.
"Al fin y al cabo, la bendición ofrece a las personas un medio para acrecentar su confianza en Dios. La petición de una bendición expresa y alimenta la apertura a la trascendencia, la piedad y la cercanía a Dios en mil circunstancias concretas de la vida, y esto no es poca cosa en el mundo en el que vivimos. Es una semilla del Espíritu Santo que hay que cuidar, no obstaculizar" (n. 33).
¿Y el pecado? ¿Y la conversión? ¿Y la salvación eterna? Ni una palabra al respecto. Ya lo dijeron: la bendición ayuda a comprender “la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida”.
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5. Por eso “la Iglesia debe evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas doctrinales o disciplinares”. Esto es comprensible, ya que la bendición es un aspecto de la pastoral y la pastoral consiste en escuchar y dialogar, en “comprender” y “recordar”.
En este ámbito, los esquemas no son apropiados, "sobre todo cuando dan 'lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar'". (Cita del Papa Francisco en el n. 25).
Por lo tanto, cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a un análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla conferir. No se les debe pedir una perfección moral previa" (n. 25). Porque no se trata de una conversión, sino de diálogo y escucha.
El principio básico de esta escucha, que es también el principio básico de la Nueva Evangelización, es que “somos más importantes para Dios que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos” (n. 27). Si nos atenemos a ese principio, ¿existe el infierno? Y si existe, ¿no estaría bastante vacío?…
Este principio tiene como objetivo “hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien" (ibidem) “Abrirse al bien”: ¿en qué sentido?
¿Es simplemente el "deseo de salir de las estrechas medidas de este mundo encerrado en sus límites" del que se habló anteriormente? Lógicamente sí. Y es por eso que la conclusión, tan esperada, parece inevitable. Las parejas del mismo sexo también tienen derecho a recibir la bendición de la Iglesia.
6. Esta conclusión está plasmada, como era de esperar, en el número 31 de la Declaración. “En el horizonte aquí delineado se coloca la posibilidad de bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo”.
Por supuesto, se precisa que esta bendición se realizará en una forma que no debe encontrar “ninguna fijación ritual por parte de las autoridades eclesiásticas, para no producir confusión con la bendición propia del sacramento del matrimonio”. Y el número 30 se suma a esta precaución que pretende ser tranquilizadora –nos preguntamos también ¿tranquilizadora para quién?:
"Para evitar cualquier forma de confusión o de escándalo, cuando la oración de bendición la solicite una pareja en situación irregular, aunque se confiera al margen de los ritos previstos por los libros litúrgicos, esta bendición nunca se realizará al mismo tiempo que los ritos civiles de unión, ni tampoco en conexión con ellos. Ni siquiera con las vestimentas, gestos o palabras propias de un matrimonio. Esto mismo se aplica cuando la bendición es solicitada por una pareja del mismo sexo".
Pero el número 40 se apresura a reabrir las puertas cerradas por el número anterior: “Tal bendición puede encontrar su lugar en otros contextos, como la visita a un santuario (¿Lisieux?), el encuentro con un sacerdote (¿al término de la Misa?), una oración recitada en un grupo (¿durante el rezo de vísperas o el rosario?) o durante una peregrinación (¿a Lourdes, a Fátima?).
"De hecho, mediante estas bendiciones, que se imparten no a través de las formas rituales propias de la liturgia, sino como expresión del corazón materno de la Iglesia, análogas a las que emanan del fondo de las entrañas de la piedad popular, no se pretende legitimar nada, sino solo abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al Espíritu Santo para que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio".
¿Entonces las formas rituales propias de la liturgia no son expresión del corazón materno de la Iglesia? Parece que no, ya que el número 36 precisa que querer hacer de estas bendiciones un acto litúrgico “constituiría un grave empobrecimiento, porque sometería un gesto de gran valor en la piedad popular a un control excesivo, que privaría a los ministros de libertad y espontaneidad en el acompañamiento de la vida de las personas”.
Otra vez esta dialéctica infantil y dañina entre autoridad y libertad, entre ley y caridad, entre justicia y amor. Recordemos que este tipo de “bendición” puede tener lugar en el interior de las iglesias y, ¿por qué no, en el comulgatorio, frente al altar mayor?
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7. Estas bendiciones descenderán "sobre aquellos que, reconociéndose desamparados y necesitados de la ayuda de Dios, no pretenden la legitimidad de su propio status, sino que ruegan que todo lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones, sea investido, santificado y elevado por la presencia del Espíritu Santo" (n. 31).
Se trata, por tanto, de una mejora, basada en lo que ya es bueno, no de una cura. No se dice absolutamente nada sobre lo que es falso y malo, incluso humanamente hablando, y mucho menos se habla del pecado mismo. Nada de nada, ni aquí ni en el resto del documento. ¿Pero existe siquiera?
Lo que importa es que "las relaciones humanas puedan madurar y crecer en la fidelidad al mensaje del Evangelio, liberarse de sus imperfecciones y fragilidades y expresarse en la dimensión siempre más grande del amor divino" (ibidem). Imperfecciones y fragilidades... ¿No es decir muy poco cuando se trata de adulterio o de homosexualidad?
Es cierto que “la gracia de Dios, de hecho, actúa en la vida de aquellos que no se consideran justos, sino que se reconocen humildemente pecadores como todos. Es capaz de dirigirlo todo según los designios misteriosos e imprevisibles de Dios". Designios misteriosos e imprevisibles, sí, los que corresponden a lo que los teólogos designan como la voluntad divina "de beneplácito".
Pero hay también una voluntad divina “manifestada” y que se expresa de un modo nada misterioso sino perfectamente claro, y que corresponde a designios perfectamente previsibles: la voluntad de Dios tal como se expresa a través de los diez mandamientos y la ley de la Iglesia. Antes de bendecir en todas direcciones, ¿no sería apropiado recordar estos requisitos y exhortar a su cumplimiento con toda la persuasión posible?
El número 40 describe los objetivos de este nuevo ministerio pastoral de "abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al Espíritu Santo para que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio". La inconsistencia de tales expresiones es demasiado vaga para no resultar dilatoria.
8. El impacto de esta Declaración, siniestra e ignominiosa al mismo tiempo, se sentirá especialmente entre los católicos, que una vez más se verán sacudidos en su moral y verdaderamente escandalizados, es decir, empujados –exhortados incluso– a ya no solo tolerar, sino admitir lo inaceptable.
El resultado más tangible, en el futuro inmediato, se ve en las portadas de todos los periódicos, que titulan que el Vaticano autoriza finalmente (por primera vez) la bendición de las parejas homosexuales.
9. Esta Declaración es, por tanto, verdaderamente escandalosa y el escándalo que fomenta es grande. ¿Dónde está entonces la “mola asinaria” (piedra de molino) del Evangelio?[1]... Pero como la bondad de Dios sigue siendo grande, será sin duda necesario abrir más espacios en las iglesias de la Tradición, para acoger – como en el establo de Belén – a todos los pobres católicos cada vez más decepcionados en su confianza…
Padre Jean-Michel Gleize
FSSPX
El padre Jean-Michel Gleize es profesor de apologética, eclesiología y dogma en el Seminario San Pío X de Écône. Es el principal colaborador del Courrier de Rome. Participó en las discusiones doctrinales entre Roma y la FSSPX entre 2009 y 2011.
[1] "Mas quien escandalizare a uno de estos parvulillos que creen en mí, mejor le sería que le colgasen del cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno, y así fuese sumergido en lo profundo del mar" Mt. XVIII, 6.
Fuente: La Porte Latine – FSSPX.Actualités
Imagen: Andre0007l, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons