Fiesta de San Felipe de Jesús - 5 de febrero
Monumento a los mártires de Nagasaki, ubicado en la colina Nishizaka, en Nagasaki, Japón
Hoy, 5 de febrero, celebramos la fiesta de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano, que también es protomártir de Japón y de América. “Jesús, Jesús, Jesús”, gritó San Felipe antes de morir en una cruz y atravesado por dos lanzas durante las persecuciones contra los cristianos en Japón.
"Los mártires son exhortaciones al martirio, para que nadie se avergüence de imitar lo que dulce es de recordar” -San Agustín.
1. Su Familia
Nació en la Ciudad de México, de padres españoles sencillos, profundamente cristianos. El 22 de junio de 1571, don Alonso recibió la licencia para pasar al Puerto de la Vera Cruz y para establecerse en la Nueva España. Se llamaban, don Alonso de las Casas y Antonio Ruiz Martínez. Tuvieron once hijos, seis varones y cinco niñas, de los cuales tres religiosos (Felipe, franciscano; Juan y Francisco, agustinos; dos mártires: Felipe y Juan que murió 10 años después de Felipe, asaeteado en las Islas Filipinas. Y un santo, Felipe, hechura de su paciente y amorosa dedicación).
Felipe nació el 1 de mayo de 1572, fiesta del apóstol San Felipe, de quien tomará su nombre. Su madre, que intuía la ardiente generosidad de su alma intensa y las virtudes que ella misma le había inculcado, repetía: “Felipillo será santo”.
Después estudió con el gran pedagogo Padre Pedro Gutiérrez, jesuita. Felipe entró al noviciado de los Franciscanos de Santa Bárbara en Puebla de los Ángeles.
2. Manila
Decidió terminar sus estudios y embarcar para Manila, pueblo de las Filipinas. Pidiendo ser admitido como novicio al convento franciscano de las islas Filipinas.
Un día, recibió de su Provincial la orden de pasar a México, puesto que no había obispo que lo ordenase sacerdote. La navegación en el largo camino entre Manila y Acapulco requería mucha suerte de vientos para huir presto de los tifones. La nieve les impidió durante 40 días de ver el sol y las estrellas.
Los vientos habían avanzado en dirección norte, cerca de Japón. Decidieron acercarse al Japón para obtener madera y herramientas con que alistar de nuevo el galeón. Les asaltó un segundo tifón, más duro y largo que el anterior: 36 horas de angustia y muerte. A partir de este momento todos los que fueron testigos presenciales coinciden en la impresión de que el Señor tomó la nave por su cuenta y se convirtió en su mejor timonel.
3. Una Cruz Blanca
Vieron en el cielo una misteriosa señal, una cruz blanca (duró un cuarto de hora y todos la vieron) que luego se tornó roja, y al fin se perdió en la noche. Los marineros lo tuvieron por buen presagio, de que al fin tocarían tierra, pues era devoción muy de ellos ver la cruz como señal de salvación. El galeón llegó al puerto de Urado en Shikoku, una de las cuatro islas grandes de Japón. Solamente en Felipe se dibujará alegría; sus ojos brillan con la luz de la esperanza.
Ruta de los mártires Kioto-Nagasaki, 9 de enero - 1597 - 5 de febrero
4. Urado
La llegada del galeón rico en botín y las prédicas abiertas de los misioneros anteriores a Felipe, ocasionaron un edicto de muerte contra el grupo que predicaba a campana tañida, comienzo de la persecución larga y cruel que durará casi tres siglos.
Por ejemplo, colocaban en el suelo una imagen de Jesús o de la Virgen, reunían en la plaza a todos los habitantes de la aldea y les hacían pasar uno a uno, pisando la imagen. Cuando tocaba el turno a un cristiano, lejos de pisarla, se ponía de rodillas, la veneraba, con lo cual lo reconocían y lo llevaban a morir. Para ellos, morir era un triunfo. Pero, Felipe y sus compañeros eran nada más que náufragos, no predicadores de la fe y tomaron la dirección de Nagasaki para recibir la ordenación sacerdotal en lugar de la de México.
5. Kyoto º Nagasaki
Sobre el camino, a Kyoto, el 8 de diciembre, antes de la Misa, se comunicaba a los frailes la orden de prisión por predicar públicamente contra los decretos del Taico Sama. Había una gran alegría en medio de los hermanos. Muchos cristianos querían morir por Cristo. La noche del ocho al nueve la volvieron a pasar en vela, confesando a los cristianos. Fray Pedro Bautista dijo: “Yo dije Misa una hora antes del día y di la comunión a todos los hermanos como cincuenta cristianos; entendiendo que aquella era la postrera Misa; y así nos apercibimos todos y tomamos cruces, para ir a dar la vida por Cristo”.
900 Kilómetros separaba Kyoto de Nagasaki. El camino empezó el 30 de diciembre. El tiempo era de grandes fríos. La debilidad era extrema, por el mal comer y el mucho sufrir; el gozo sin embargo no decaía les daba fuerza para no quedar en el camino. Había en más de los 23 hombres, tres niños: Tomás de 14 años, Antonio de 13 años y Luis Ibaraki, de solo 12 años, a quien el gobernador tratará de convencer que abandone la fe a cambio de muchas riquezas y honra que le había de dar.
Luis le calló la boca con una sola pregunta: ¿Podrás darme también el cielo? Como el gobernador no supo responderle, se fue gozoso a buscar su cruz, la más pequeña de todas.
6. Semejanza singular
Hay una extraña semejanza entre San Felipe y Cristo, aun en detalles mínimos, que impresionan a los que captan las delicadezas del espíritu. Cristo se entrega libremente a sus verdugos; San Felipe pide e insiste y urge hasta ser puesto en las listas de los que debían morir. Cristo amó la cruz y la “deseó con gran deseo”; San Felipe se escapó de los guardias para abrazar los leños de la suya. A Cristo le azotan antes de cruficicarlo; San Felipe, en el dolor de su primera sangre, exclama: “ya nada ni nadie nos quitará el gozo de darla toda por la Fe”. Cristo recorre 900 metros de un camino doloroso; San Felipe parece transformado en los casi mil kilómetros lentos entre Kyoto y Nagasaki. A Cristo le crucificaron en el Gólgota, una colina pequeña en las afueras de Jerusalén; a San Felipe en el Tateyama, otra colina a la puerta Nagasaki. Cristo murió perdonando a los que lo crucificaban; San Felipe cantaba de gozo al ver desde la cruz el inmenso mundo que ayudaba a redimir. A Cristo le alancearon el costado, hasta abrirle el corazón. También a San Felipe le alancearon el pecho, que reventaba del más puro amor a los hombres sus hermanos. Cuando vio venir a los lanceros, abrió sus limpios ojos, en los que se reflejaba el cielo azul de su México y llamó con gozo a su Maestros: “Jesús, Jesús, Jesús”. ¡Qué extraña semejanza la de San Felipe con Cristo...!
El 5 de febrero de 1597, 26 mártires subieron sobre la cruz para sufrir el suplicio de la cruciflixión. San Felipe fue el primero en morir y el último en llegar a Japón para que no quedase duda de la voluntad del Señor. El 5 de febrero de 1627, después de 30 años, su madre Antonia tuvo el privilegio de ver a su propio hijo en los altares. Y el 8 de junio de 1862, se celebró en la Basílica de San Pedro, la canonización solemne.
Pedimos hoy a Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de todos los mexicanos, la gracia de vivir de una manera católica todos los días de nuestra vida, hasta el momento, si Dios quiere, de dar nuestra sangre y así morir por Cristo como San Felipe de Jesús.