Fuera de la caridad cristiana no hay verdadera fraternidad - Mons. Lefebvre
"No hay verdadera fraternidad, fuera de la caridad cristiana, porque la fraternidad que puede existir bajo cierta forma, es en realidad prácticamente egoísta. Es un sentimiento humanitario y filantrópico, que siempre acaba manifestando ser un amor de sí mismo."
"La fuente del amor del prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo cuyos miembros somos (...). Todo otro amor es ilusión o sentimiento estéril y pasajero. Ciertamente, la experiencia humana está ahí, en las sociedades paganas o laicas de todos los tiempos, para probar que, en determinadas ocasiones, la consideración de los intereses comunes o de la semejanza de la naturaleza pesa muy poco ante las pasiones y las codicias del corazón. No, venerables hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana." - San Pío X."
Estas son frases que pueden parecer duras, pero son la expresión de la verdad. "No hay verdadera fraternidad, fuera de la caridad cristiana", porque la fraternidad que puede existir bajo cierta forma, es en realidad prácticamente egoísta. Es un sentimiento humanitario y filantrópico, que siempre acaba manifestando ser un amor de sí mismo. Aparentemente este comportamiento puede dar la impresión de fraternidad, pero no es verdad.
Realmente el único que ha venido a traernos por su gracia al Espíritu Santo - la fuente de la verdadera caridad, del verdadero amor y de un amor completamente desinteresado, puesto que se dirige hacia Dios - es Nuestro Señor. Desde luego, al trabajar por el prójimo se trabaja por Dios. En definitiva, no se trabaja personalmente por el prójimo sino por la gloria de Dios, puesto que el bien del prójimo es también la gloria de Dios. El objeto de nuestro amor por el prójimo es Dios... Sigue siendo la misma caridad. En el fondo, como dijeron San Agustín y Santo Tomás: "Sólo hay un amor, el amor de Dios", en el que se integran el amor del prójimo y de los demás.
En la medida en que no amamos a nuestro prójimo para llevarlo a Dios, como dice Santo Tomás: ut in Deo sit (para que esté en Dios), y como dice aún en una fórmula muy hermosa, "propter id quod Dei est in ipso" (por lo que hay de Dios en él) no lo amamos realmente. Se ama al prójimo por lo que hay de Dios en él, y no por lo que él pone en sí mismo, es decir, sus pecados, caprichos e ideas personales. Se le ama en la medida en que está con Dios y que reconoce que los dones naturales y sobrenaturales que ha recibido son de Dios, y que toda su actividad es para Dios. Debemos además amarlo para conducirlo a Dios. Esto sólo puede hallarse en el amor del Espíritu Santo, que inspira a los hombres hacia este fin.
Por esto el Papa puede permitirse expresar estas palabras enérgicas: "No hay fraternidad fuera de la caridad cristiana".
Claro que se nos puede objetar: "Pero en ese caso, ustedes condenan toda forma de fraternidad entre los protestantes, budistas y musulmanes. ¿No hay acaso ninguna fraternidad entre ellos?"
Respondemos: no es fraternidad cristiana, ni la inspira tampoco el Espíritu Santo. Es una cierta filantropía y un sentimiento puramente humano, que tiene su fundamento en el egoísmo. Se ama al prójimo porque se le necesita, pero no realmente por Dios.
Leamos nuevamente las palabras de San Pío X:
"... no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización."
Monseñor Marcel Lefebvre+
Soy Yo, el Acusado, Quien Tendría que Juzgaros