Futuros sacerdotes elegidos por Dios - Palabras de Monseñor Lefebvre

Fuente: Distrito de México

He aquí unas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sobre los futuros sacerdotes, cuya vocación no es una decisión personal, sino que son elegidos por Nuestro Señor Jesucristo y llamados por la Iglesia.

Esta elección tan particular de Nuestro Señor es un gran misterio. En las páginas del Evangelio que se refieren a la vocación de los Apóstoles se dice claramente: "Nuestro Señor llamó a Sí a los que Él quiso” (Mc 3,13) y escogió a los doce. De igual modo, Nuestro Señor llama hoy a los futuros sacerdotes.

San Pablo afirma que son llamados y no se eligen a sí mismos. “Nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios” (Hb 5, 4). Los seminaristas son llamados y este llamamiento constituye su vocación. No se trata tanto de su deseo personal. Su deseo personal es como una consecuencia del llamamiento de Dios.

"No me habéis elegido vosotros a Mí," dice Nuestro Señor, "sino que Yo os he elegido a vosotros". (Jn 15, 16). Él nos ha elegido y, sin embargo, queridos amigos, ¿no tendríamos alguna vez la impresión de habernos escogido nosotros mismos, de haber recibido nosotros mismos nuestra propia vocación y haber dicho: Quiero ser sacerdote y elijo el sacerdocio?

¡Qué ilusión! Eso sería desconocer la omnipotencia de Dios, que nos conduce mucho más de lo que nos podemos conducir nosotros mismos. Nuestro Señor nos condujo al seminario y escogió para nosotros esta vocación sacerdotal, de modo que realmente hemos sido elegidos y enviados al mundo por Él. Esto nos es un gran consuelo, pues ante esta vocación que supera todo lo que una criatura humana puede imaginar, habiendo sido elegidos por Dios, confiamos que nos sostendrá con sus manos en nuestra actividad y en nuestra santificación sacerdotal. Esto constituye un gran apoyo para el sacerdote.

La vocación consiste esencialmente en el llamamiento de la Iglesia, que confirma el deseo y las disposiciones necesarias para colaborar con la obra de la Redención deseada y realizada por Nuestro Señor, para de ese modo dar gloria a Dios y salvar a las almas.

La primera señal del llamamiento de Dios es el deseo de ofrecer la propia vida y ponerla a disposición de Nuestro Señor para ayudarle a completar la obra de la Redención, sea del modo que sea, siempre y cuando haya además disposiciones de espíritu, de corazón y de cuerpo. Pero la que juzgará sobre la autenticidad de este llamamiento, de modo que de interior se vuelva efectivo y público, es la Iglesia, a través de los obispos y superiores.

La vocación no es el hecho, el llamamiento milagroso o extraordinario, sino el florecimiento de un alma cristiana que se apega a su Creador y Salvador Jesucristo con amor exclusivo, y comparte su sed de salvar almas.

+Monseñor Marcel Lefebvre

LA SANTIDAD SACERDOTAL