Harry Potter y el problema del bien y del mal

Fuente: Distrito de México

En este interesante análisis, hecho por una periodista estadounidense, se nos explica cuál es el verdadero peligro de libros como Harry Potter, en donde la magia se presenta como algo bueno y divertido, ocasionando un factor demasiado peligroso: la incapacidad para distinguir entre el bien y el mal.

Me parece que uno de los mayores problemas de la manía “Harry Potter” es la tremenda confusión entre el bien y el mal que puede causar a la juventud, especialmente en el mal ambiente de nuestros días. Los niños no solo necesitan absolutos, sino que los buscan. Cuando yo era joven, tenía en la mente una viva imagen del diablo, tomada de las gráficas del cuento de Wupsey, de la revista “Catholic Treasure Box”. Wupsey era el ángel de la guarda del pequeño Sunny en la misión de Mantuga. El diablo era evidentemente malo con sus manchas rojas, cola enganchada, pelos de lenguas de fuego y una nube de humo sulfúrico que lo envolvía como una sombra. El astuto demonio siempre tramaba algún mal contra Sunny o lo tentaba a que probara alguna fruta prohibida, pero siempre ganaba el poder del buen ángel.

Este tipo de imagen me representaba al demonio muy real –y a veces hasta espantoso. Además, me inspiraba un saludable temor de todo lo asociado con Satanás y sus obras, esto es: brujos, magos, hechizos, encantamientos y reuniones espiritistas. Al mismo tiempo tenía una firme confianza de que mi ángel de la guarda era mucho más poderoso, y que, si recurría a él en mis temores durante la noche, siempre vencería las astucias de Satanás. Mi concepto era sencillo, quizá, pero muy saludable. Este concepto inocente y sano del mundo fue amenazado con la introducción de las ficticias brujas “buenas” y magia “buena” (o conocida como magia blanca) –primero Samantha, luego la famosa Sabrina, la joven bruja, y Buffy la cazavampiros. Parecía posible –a lo menos en las mentes de muchos impresionables jóvenes– ser al mismo tiempo brujo y bueno.

Ahora bien, para que no se tache la magia blanca de favorecer al sexo frágil, tenemos a Harry Potter, el héroe de la serie “best-seller” por la autora J.K. Rowling. Harry Potter, un huérfano de 11 años, criado por parientes abusivos, es un mago. Pero... por supuesto, un mago bueno. Sus datos del internet afirman que es amable, generoso, caritativo, y defiende lo justo. Tiene sus fallas, como decir groserías y ser irrespetuoso, pero ciertamente nada demasiado marcado para los demás niños callejeros modernos. Para mayor asombro, hasta una revista católica “conservadora” como “Crisis”, editada por el padre John Neuhaus, ha dado su sello de aprobación a la revolución lectoral que los libros de Harry Potter ha fomentado entre la juventud. Un ministro de la iglesia de Inglaterra convocó una junta especial llamada “Reunión Familiar Harry Potter”, todo completo con magos, gorros picudos y escobas. Aparentemente los niños de hoy son demasiado sofisticados para dejarse confundir por el uso de simbolismos relacionados con el mal. Ellos pueden distinguir los buenos magos de los malos.

Sin embargo, según la doctrina católica, los buenos magos no existen. Los únicos espíritus buenos son los ángeles y los únicos espíritus malos son los demonios. El clamor popular actual es la práctica de la “magia blanca”. Según la etimología actual, “magia blanca” significa borrar hechizos y hacer uso del “poder de las tinieblas” para el bien (¡una contradicción como ninguna!), mientras la “magia negra” es embrujar para hacer el mal. Este concepto está muy difundido. No obstante, en realidad, la “magia blanca” incluye toda clase de encantamientos hechos sin invocar directamente al diablo, y la “magia negra” requiere una dependencia explícita de Satanás. No es difícil verlo. Así como el padre Gabriele Amorth afirma claramente en su libro “best-seller”, An Exorcist Tells His Story (Un Exorcista Relata su Historia), no hay diferencia esencial entre la magia blanca y la negra. Cualquier forma de brujería se ejerce a base de invocar directa o indirectamente a Satanás.

Es un dicho conocido que donde la religión retrocede la superstición progresa. En la actualidad se ve un crecimiento oculto, del espiritismo y la brujería, un aumento de interés en la juventud para el ocultismo y el lado tenebroso del “poder mágico”. La relación entre la música rock con lo oculto y el satanismo es bien reconocida. Somos testigos de crímenes horrorosos con un tinte satánico, cometidos por jóvenes y aun por niños de 11 años. Al mismo tiempo, hay muchas personas –hasta sacerdotes y teólogos católicos– que no solo niegan el alcance de la influencia de Satanás en los asuntos humanos, sino al mismo Satanás. Si no existe el demonio, entonces seguramente no hace ningún daño un poco de magia o brujería. “Estos teólogos modernos que identifican a Satanás con una idea abstracta del mal, están completamente equivocados”, dice el padre Amorth, uno de los exorcistas más conocidos del mundo, quien sabe por experiencia que el diablo existe realmente. “Esto es verdadera herejía”, continúa, “o sea, es abiertamente en contra de la Sagrada Escritura, los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia”. Y añade, “Es obvio que esta creencia facilita la obra de los ángeles rebeldes”.

La actitud de no tomar en serio la brujería, los encantos y los hechizos, es lo que nutre las novelas de Harry Potter. Sin embargo, el padre Amorth hace notar claramente que en esta esfera, aun las cosas aparentemente más indiferentes son malas. Hay una atracción universal hacia poseer un poder oculto sobre las cosas y las personas –ya sea la capacidad de trabar la lengua a un maestro de inglés o preparar una poción para embrujar. No obstante, lo que comienza como juego y broma, puede terminar en una tremenda realidad. El padre Amorth hace notar seriamente que el modo más común de hacer sufrir a una persona inocente mediante los poderes del mal, es por la brujería. También es ésta la causa más común en las personas que quedan posesas o bajo influencias malignas. Con todo, en los libros de Harry Potter la brujería es presentada de manera inocente y fácil. Los padres de familia que creen que sus hijos no van a tener la tentación de experimentar las artes negras que hacen tan famoso a Harry, son tan ingenuos como los hombres de Iglesia que rehusan creer en ellas.

Las maldiciones son otra realidad presentada sin las distinciones necesarias que siempre han aprendido los católicos. Es verdad que hay maldiciones santas, las que vienen de Dios, por ejemplo, como la que lanzó sobre la serpiente en el Edén. Pero es muy claro que las maldiciones mencionadas en los libros de Harry Potter no son de esta categoría. En su sitio de internet se puede encontrar una lista de hechizos usados en sus libros, algunos de los cuales aparentan ser bastante inocentes: el Alohomora –el hechizo para abrir chapas, o el Tarantallegra– el hechizo de bailar. Pero sigue el Avada Kedavra –una maldición para matar (¡imperdonable!), y el Crucio– una maldición para producir dolor, o el Imperio –la maldición de adquirir un control total. Esta clase de maldiciones tiene una definición sencilla para los católicos: dañar a los demás por medio de la intervención diabólica. La Sagrada Escritura prohibe estas prácticas, porque requieren rechazar a Dios y recurrir a Satanás. “No haya en medio de ti quien haga pasar por el fuego a su hijo o a su hija, ni quien se dé a la adivinación, ni a la magia, ni a hechicerías y encantamientos; ni quien consulte a encantadores, ni a espíritus, ni a adivinos, ni pregunte a los muertos. Es abominación ante Yahvé cualquiera que esto hace” (Deut. 18, 10-12). Podría sacar otras muchas citas. Temo que el joven lector de las novelas de Harry Potter no reconocerá que tales maldiciones invocan el mal –y el origen de todo mal es diabólico. Además, el padre Amorth nos recuerda: “Cuando las maldiciones se lanzan con verdadera perfidia, especialmente si hay parentesco cercano entre la persona que maldice y la que es maldecida, el resultado puede ser terrible”. El padre expone muchos ejemplos escalofriantes.

La palabra hechizo (también conocida como maleficio) viene del latín male factus –hacer mal. Se puede hechizar, por ejemplo, al mezclar algo en la comida o bebida de la víctima. “Es cierto”, insiste el padre Amorth, ya que él ha hecho muchos exorcismos para librar a personas de tales hechizos. Su eficacia maligna no depende tanto de la materia que se usa, sino de la voluntad de dañar por medio de la intervención diabólica. Y es esta misma intervención diabólica la que las novelas de Harry Potter tan maliciosamente ignoran. La magia se presenta como cosa divertida, como un juego. Los hechizos son bien “suaves”. Se publican libros sobre el tema como “Hechizos para las Brujas Jóvenes”, descrito por su autor como un “instructivo para jóvenes”. Un brujo oficial de la Federación Pagana escribió “El Manual para Brujos Jóvenes”, que incluye hechizos para pasar los exámenes escolares o para conseguir novio. Aparentemente no hay motivo para preocuparnos. Nadie quiere decir la verdad que lo que comienza como hechizos divertidos puede llegar a un daño espiritual y psicológico, y hasta obsesión o posesión diabólica.

¿Cuál es el factor más peligroso en las novelas de Harry Potter? Es precisamente lo siguiente: no aparentan ser peligrosas. Harry Potter y sus amigos hacen hechizos, ven bolas de cristal... y todo está bien. La autora toma materias muy serias que la Iglesia católica ha condenado siempre y ha prohibido a sus hijos –la magia, la brujería, el sortilegio, leer la mano, la “ouija”, etc. – y las trata de manera ligera y burlona. En el ambiente actual, en que todos son invitados a experimentar con el ocultismo, no se debe ni entreabrir la puerta al príncipe de las tinieblas quien, “anda rondando y busca a quien devorar” (1 Pe 5, 8). Los libros que describen la brujería como cosa divertida e inocente, son engañosos. Ciertamente animan a los niños a aceptar sonrientes un tolerante aspecto New Age de la brujería. A mi parecer, ya basta.

A los cristianos no les es lícito ni experimentar con la magia, dice Santo Tomás de Aquino: “El hombre no ha recibido autoridad para gobernar a los demonios ni para servirse de ellos a su voluntad. Por el contrario, una guerra continua debe de reinar entre él y Satanás. De ahí que jamás le sea lícito pedir ayuda a los demonios, estableciendo con ellos pactos tácitos o expresos” (II-II, 96, 2, ad 3). Me parece lamentable que quitaran el exorcismo del rito bautismal, y hasta criminal que la oración de San Miguel Arcángel –que antes se rezaba después de cada Misa– ha sido eliminada después del Novus Ordo Missae. Creo que habrá muchos “golpes de pecho” dados por aquellos sofisticados padres de familia que juzgan estas críticas sobre los libros de Harry Potter demasiado “pesadas”, aun cuando la misma autoridad les avisa que sus obras se harán gradualmente tenebrosas y potencialmente perturbadoras. Es necesario considerar que abandonar bajo la influencia de esta clase de tinieblas, sin un recurso habitual a la fe y a la asistencia de la gracia, a las almas inocentes de los niños, puede llevarlas en un futuro cercano o lejano, a graves desórdenes y crímenes horrendos. Mientras considero la serie de aventuras de Harry Potter, que presenta la brujería en todas sus formas como cosa normal, recuerdo la condenación hecha por el profeta Isaías: “Ay de los que al mal llaman bien, que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas hacen luz” (5, 20).

Marian Therese Horvat, Ph.D.

Columnista, California