Impacto ecuménico de la Exhortación del Papa Francisco sobre la santidad

Fuente: FSSPX Actualidad

El 19 de marzo de 2018, fiesta de San José, el Papa Francisco firmó la Exhortación Apostólica "Gaudete et Exsultate, el Llamado a la Santidad en el Mundo de Hoy." El documento fue publicado por el Vaticano el 9 de abril de 2018.

L'Osservatore Romano señaló inmediatamente el impacto ecuménico de este documento en un artículo firmado por Marcelo Figueroa. El documento papal declara lo siguiente:

La santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Pero aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita "signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo". Por otra parte, san Juan Pablo II nos recordó que "el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes". En la hermosa conmemoración ecuménica que él quiso celebrar en el Coliseo, durante el Jubileo del año 2000, sostuvo que los mártires son "una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división".

Estos comentarios parecen afirmar que puede haber santidad fuera de la Iglesia Católica, y que sería mezquino señalar los factores de división entre las Iglesias o comunidades cristianas cuando los no católicos están muriendo como mártires en nombre de Jesús.

Es cierto que la gracia divina puede santificar fuera de la sociedad visible de la Iglesia católica, e incluso puede conducir a algunas almas al martirio, el cual es, ciertamente, un acto de virtud heroica. Solamente en el cielo podremos constatar las maravillas que Dios ha producido fuera del marco normal de salvación que Él mismo instituyó cuando fundó la Iglesia.

Pero si nos detenemos en ese punto, estaríamos implicando que lo que hace falta a los protestantes u ortodoxos no es tan importante, y que tienen todo lo necesario para ser santos. Esto sería un error inaceptable por al menos dos razones.

Fuera de la Iglesia no hay salvación

En primer lugar, los errores dogmáticos conducen al desorden moral. Es un hecho sorprendente que únicamente la Iglesia católica puede seguir predicando y proporcionando todos los medios para la observancia de los preceptos de la ley natural, especialmente los concernientes al matrimonio. La Iglesia es la única que respeta plenamente las leyes de la naturaleza respecto a la reproducción y que sigue condenando las uniones antinaturales, el divorcio, el aborto, los métodos anticonceptivos, etc. Por lo tanto, si de verdad existiera santidad fuera de la Iglesia católica, sólo se trataría de un caso especial, es decir, una excepción. El Papa Francisco insiste en su texto sobre el hecho de que la santidad no se adquiere en solitario sino en "comunidad" (§141). Y la Iglesia católica es la única comunidad que proporciona todos los medios para esta santificación. Por consiguiente, una excepción de este tipo sería un milagro. Desde luego nosotros creemos en los milagros, ¡pero estos deben ser debidamente comprobados!

Pero existe aquí una razón todavía más profunda. La santidad implica una relación de amistad íntima con el Salvador, a quien conocemos en la persona de Jesucristo. ¿Hay espacio para las mentiras en una relación de amistad? El siguiente ejemplo nos ayudará a comprender mejor este tema.

En una sala de maternidad en la década de 1950, todos los recién nacidos fueron inmunizados. Desafortunadamente, el personal médico olvidó señalar la identidad de cada bebé. ¡Imaginemos la confusión para las enfermeras cuando llegó el momento de regresar a los bebés con sus familias! ¿Acaso podemos imaginarnos a alguien diciendo: "Lo importante no es que cada mamá reciba al bebé correcto, sino que cada una reciba un bebé." La amistad - y, con mayor razón, el amor maternal - requiere de la verdad y no acepta aproximaciones ni subterfugios.

Si la amistad de un alma con Jesús es verdadera, debería buscar naturalmente un conocimiento exacto de Jesús, y arder en deseos por conocer todas sus enseñanzas. Este deseo fue lo que llevó a un anglicano como John Henry Newman a convertirse al catolicismo tras haber estudiado minuciosamente los escritos de los Padres de la Iglesia.

Fuera de la Iglesia no hay verdad

En estas condiciones, el hecho de que la santidad sea cierta o errónea, doctrinalmente hablando, o si respeta la constitución divina de la Iglesia no es importante. Pero cuando el Papa insiste en la caridad fraterna que es característica de la verdadera santidad, a diferencia del intelectualismo que él llama Gnosticismo (capítulo 2) y que es tan sólo una caricatura de la santidad, el Papa Francisco no menciona ni una sola vez que la santidad suele suscitar el deseo de conocer sobre Jesucristo. Ni tampoco dice que la caridad fraterna puede ofrecer más al prójimo que pequeños actos de amabilidad (párrafo 144 "los pequeños detalles") o ayuda material o humana; la santidad puede ofrecer los bienes espirituales más importantes, los cuales están contenidos en el conocimiento de Jesucristo. ¿Qué otro bien mayor podemos ofrecer a nuestro prójimo que el conocimiento del Salvador? Únicamente al final del documento papal, en el párrafo 170, se hace mención sobre el discernimiento espiritual: "El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn 17,3)."

En otras palabras, el Papa jamás dice que no puede existir una caridad verdadera y auténtica sin la fe divina y sobrenatural, es decir, la fe católica.

Por tanto, aunque la versión de la santidad del Papa Francisco sí incluye la contemplación y la oración (§29, 147) - aunque desconfía de una atracción hacia la liturgia (§57,106), - ignora completamente la santidad de los doctores. Recordemos la exhortación de San Pablo a Timoteo: "Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su aparición y por su reino: predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina; pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas." (2 Tim. 4:1-4).

El celo por la verdad que animaba a San Pablo no era, definitivamente, el orgullo intelectual de los neo-gnósticos que Francisco reprueba en su Exhortación Apostólica (capítulo 2). Este celo tenía su origen en su amor por las almas; y lo que es más importante, en su celo por la persona de Jesucristo. Cuando el Salvador estaba a punto de confiar a San Pedro el cuidado de su Iglesia, la pregunta que le hizo tres veces no fue: "¿Amas a mis ovejas y a mi rebaño?" sino: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que a estos?" (Jn, 21:15).

Una vez que esta condición queda satisfecha, la santidad puede ser resumida en las palabras de San Pablo: "Que el Dios de la penitencia y la consolación os dé un unánime sentir en Cristo Jesús: para que unánimes a una sola voz, glorifiquemos a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo." (Rom. 15:5-6).

Únicamente en este espíritu, la misericordia a la que el Papa hace referencia puede ser católica.

Hors de l’Eglise point de vérité

Dans ces conditions, il n’est pas du tout indifférent à la sainteté d’être dans la vérité ou dans l’erreur en matière dogmatique, ou de respecter ou non la constitution divine de l’Eglise. Or en insistant sur la charité fraternelle caractéristique de la vraie sainteté, contre la caricature de sainteté que serait l’intellectualisme qu’il désigne sous le nom de gnosticisme (chapitre 2), le pape François ne dit pour ainsi dire jamais que la sainteté tend normalement à connaître la vérité sur Jésus-Christ. Il ne dit pas non plus que, parmi tout ce dont la charité fraternelle veut faire part au prochain, il n’y a pas seulement les attentions délicates (les « petits détails » du n°144) ou les plus grands secours matériels ou humains, mais plus encore les principaux biens spirituels, qui se résument dans la connaissance de Jésus-Christ. Quel plus grand bien peut-on procurer au prochain que de connaître le Sauveur ? Il faut seulement attendre la fin du document pontifical, au n°170, pour que soit évoqué le discernement spirituel, qui « conduit à la source même de la vie qui ne meurt pas, c’est-à-dire connaître le Père, le seul vrai Dieu, et celui qu’il a envoyé, Jésus-Christ (cf. Jn 17, 3) ». Autrement il n’est jamais dit qu’il n’y a pas de vraie et authentique charité sans la foi divine et surnaturelle, la foi catholique.

Ainsi la sainteté selon le pape François, si elle n’ignore pas la contemplation ni la prière (29, 147 sq.) – quoiqu’elle se méfie de l’attrait pour la liturgie (57, 106) – ignore cependant la sainteté des docteurs. Rappelons-nous l’exhortation de saint Paul à Timothée : « Je t’adjure, devant Dieu et Jésus-Christ, qui doit juger les vivants et les morts, par Son avènement et par Son règne, prêche la parole, insiste à temps et à contre-temps, reprends, supplie, menace, en toute patience et toujours en instruisant. Car il viendra un temps où les hommes ne supporteront plus la saine doctrine ; mais ils amasseront autour d’eux des docteurs selon leurs désirs ; et éprouvant aux oreilles une vive démangeaison, ils détourneront l’ouïe de la vérité, et ils la tourneront vers des fables. » (2 Tm. 4, 1-4)

Le zèle pour la vérité dont saint Paul était animé n’était certes pas l’orgueil intellectuel que François réprouve chez les néo-gnostiques dont il est question dans l’Exhortation apostolique (chapitre 2). Il procédait de son zèle pour les âmes ; plus encore, il procédait de son zèle pour la personne de Jésus-Christ. Lorsque le Sauveur s’apprête à confier à Pierre le soin de toute l’Eglise, la question qu’il lui pose par trois fois n’est pas : « Aimes-tu mes agneaux et mes brebis ? » Mais bien : « Pierre, m’aimes-tu plus que ceux-ci ? » (Jn 21, 15). Cette condition remplie, on peut résumer la sainteté avec saint Paul : « Que le Dieu de patience et de consolation vous donne d’être unis de sentiment les uns avec les autres, selon Jésus-Christ, afin que, d’un même cœur et d’une même bouche, vous honoriez Dieu, le Père de notre Seigneur Jésus-Christ. » (Rm 15, 5-6)

C’est seulement dans cet esprit que la miséricorde à laquelle le pape exhorte, parfois de manière touchante, sera vraiment chrétienne.