La autoridad en la familia - Palabras de Monseñor Lefebvre
He aquí unas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sobre los beneficios de la autoridad en el caso de la sociedad familiar, los cuales son inmensos e indispensables, y la vía más segura para una educación completa que prepare para la vida en la sociedad civil y en la Iglesia.
Si existe un período de la vida humana en el cual la autoridad desempeña un notable papel, ese período es ciertamente el que abarca desde el nacimiento hasta la mayoría de edad. La familia es una maravillosa institución divina en cuyo seno el hombre recibe la existencia, existencia tan restringida que necesitará un largo período de educación, dispensada ésta primero por los padres y luego por aquellos que cooperan en esa educación de acuerdo con la elección de los padres.
El niño recibe todo de su padre y de su madre, el alimento corporal, intelectual y religioso, la educación moral y social. Recibe la ayuda de maestros, que comparten espiritualmente la autoridad de los padres. Ya sea por medio de los padres o de los maestros, no es menos cierto que la casi totalidad de la ciencia adquirida durante la adolescencia será más una ciencia aprendida, recibida, aceptada, que una ciencia adquirida por la inteligencia y la evidencia del juicio y el raciocinio.
El joven estudiante cree en sus padres, en sus maestros, en sus libros, y de ese modo sus conocimientos se amplían y se multiplican. Su ciencia propiamente dicha, la que puede rendir cuenta de su saber, es muy limitada. Si se piensa en el conjunto de la infancia, de la juventud, en la humanidad y en la historia, se comprueba que la transmisión de los conocimientos se debe más a la autoridad que los transmite que a la evidencia de la ciencia adquirida.
Si se trata de estudios superiores, la juventud adquiere ciertamente conocimientos más personales y se esfuerza por conocer las disciplinas estudiadas de la manera en que sus propios maestros las conocen. La cantidad de conocimientos requeridos, no obstante, ¿permite hoy al estudiante llegar al límite de las pruebas y experiencias? Por otra parte, muchas ciencias —la historia, la geografía, la arqueología, las artes— no pueden sino basarse en la fe que inspiran los maestros y los libros.
Esto tiene aún mayor validez cuando se trata de conocimientos religiosos, de la práctica de la religión, del ejercicio de la moral de acuerdo con la religión, las tradiciones y las costumbres. La conversión a otra religión tropieza con el enorme obstáculo de la ruptura con la religión transmitida por los padres. Un ser humano siempre conserva más sensibilidad para con la religión materna.
Digamos sin más rodeos que esa educación signada por la familia y por maestros que completan la educación familiar ocupa un lugar destacado en la vida del hombre. Nada subsiste tanto en el individuo como las tradiciones familiares. Eso vale para cualquier lugar de la tierra.
Esa extraordinaria influencia de la familia y del ambiente educacional resulta providencial. Es algo requerido por Dios. Es normal que los niños conserven la religión de sus padres, así como es normal que si el jefe de la familia se convierte, toda su familia se convierta. Ejemplos de ello se tienen con frecuencia en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.
Dios ha querido que sus beneficios se transmitan a los hombres ante todo por la familia. Por eso se ha concedido al padre de familia esa gran autoridad, que le confiere inmenso poder sobre la sociedad familiar, sobre su esposa y sus hijos. Cuantos más bienes hay para transmitir, mayor es la autoridad. El niño nace tan débil, tan imperfecto, podría decirse tan incompleto, que se comprende la necesidad absoluta de permanencia e indisolubilidad del hogar.
Querer exaltar la personalidad y la conciencia personal del niño en detrimento de la autoridad familiar, es hacer una desgracia para los niños, es impulsarlos a la rebelión, al desprecio de los padres, en tanto que se promete la longevidad a quienes honran a sus padres. San Pablo pide a los padres que no provoquen la cólera de sus hijos, pero agrega que deben ser educados en la disciplina y el temor de Dios (Ef, 4, 4).
Significa apartarse de los caminos de Dios pretender que la sola verdad por su propia fuerza y brillo deba indicar a los hombres la verdadera religión, cuando en realidad Dios ha previsto la transmisión de la religión por los padres y por testimonios dignos de la confianza de quieres los escuchan. Si hubiera que esperar a tener inteligencia de la verdad religiosa para creer y convertirse, actualmente habría muy pocos cristianos. Se cree en las verdades religiosas porque los testigos son dignos de crédito por su santidad, su desinterés, su caridad. Se cree en la religión verdadera porque ella colma los anhelos profundos del alma humana recta, en particular dándole una Madre divina, María; un padre visible, el Papa; y un alimento celestial, la Eucaristía. Nuestro Señor no preguntó a los conversos si comprendían, les preguntó si creían. Porque como dice San Agustín, la Fe viva da inteligencia.
En el caso de la sociedad familiar, del primer periodo de toda vida humana, es evidente que los beneficios de la autoridad son inmensos e indispensables, que son la vía más segura para una educación completa que prepare para la vida en la sociedad civil y en la Iglesia. La Iglesia ya interviene de manera apreciable mediante la ayuda que presta a la familia y por medios indispensables para la vida cristiana y social de los fieles.
Sin embargo, llega un momento en que las dos sociedades deben realizar juntas el relevo de la familia, porque es evidente que aún educado, el ser humano es incapaz de vivir y proseguir su vocación en este mundo sin la ayuda de esas dos sociedades.
Monseñor Marcel Lefebvre
UN OBISPO HABLA