La caridad católica - Palabras de Mons. Lefebvre

Fuente: Distrito de México

Desde el principio de su pontificado, San Pío X se abrazó a su fe y dijo: Omnia instaurare in Christo. Para él no hay otro Dios aparte de Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hijo, unido al Padre y al Espíritu Santo. Con esta afirmación concluimos todas nuestras oraciones.

En este mundo todo debe ordenarse a la salvación de las almas. Nuestro Señor es el único camino que puede conducirlas a ella, como dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. No hay otros. Por eso, San Pío X no quiso salir de sus condiciones y volvió a afirmar que sólo hay un único camino de salvación, de felicidad y de civilización verdadera, un camino de verdad: Jesucristo. El Papa se esforzó por conducir al verdadero camino a todos los que querían encontrar otro fuera de Nuestro Señor; o si no, los condenaba.

La caridad tiene que ejercerse ante todo para la salvación de las almas, para su verdadero bien, el bien total, que comprende también el del cuerpo que se ordena al alma. Como Nuestro Señor Jesucristo es el único objeto de la caridad, es también la fuente de la verdadera caridad.

“… la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en marcha del progreso hacia el ideal de la civilización”.

Los hechos y la historia lo demuestran. Fue la Iglesia la que trajo una verdadera civilización al mundo de los paganos. Sin duda, estos pueblos realizaban auténticas obras de arte; sabían trabajar el oro, los tejidos… el arte alcanzó cimas. Pero esas realizaciones extraordinarias estaban basadas sobre la tiranía, porque los dirigentes que gobernaban esos pueblos acaparaban todo. Obligaban a todo mundo a trabajar para la satisfacción de su ambición, de su orgullo y de su gloria personal. Así pues, existían civilizaciones que, en plan material y artístico, eran extraordinarias, pero tenían una moral espantosa.

Una verdadera caridad, el amor del prójimo, la dignidad del matrimonio. La de la mujer, la de los hijos, y la supresión de la esclavitud, son obra de la Iglesia. Ella es la que, fiel a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, permitió el florecimiento de una verdadera sociedad, cuyo primado era el de la verdadera religión. Se vieron surgir maravillosas catedrales, abadías, conventos y todos los monasterios. ¿En qué otra parte hay testimonios parecidos? ¡Oh claro!, también hay monasterios budistas. Pero si se va a ver lo que pasa en ellos y se descubre la realidad, se percibe rápidamente que sólo es un disfraz y una apariencia, y que detrás de todo eso, reina cierta inmoralidad. Los adeptos de esas falsas religiones se dan a tales exageraciones que llegan a destruirse a sí mismos. Así, para darle supuestamente al alma su principio espiritual y su libertad, el hecho de destruirse por el fuego constituye un acto de virtud. Eso lo vemos en todas las falsas religiones, cosas que son absolutamente contrarias a la ley natural de Dios.

Fuente: Soy yo el acusado, quien tendría que juzgaros