La confianza en Dios
En este artículo hablaremos de la confianza que debemos tener en Dios por ser nuestro Padre, Creador y Redentor, y así no dudar que todas las cosas las dispone Él, según su infinita sabiduría, para nuestro bien: éxitos y fracasos, salud y enfermedad, riqueza y pobreza, contradicciones, humillaciones, todo, incluso esta espantosa crisis de la Iglesia que nos toca vivir.
Amados hermanos: hoy la Iglesia nos presenta el hermoso evangelio de la primera pesca milagrosa, episodio relatado en San Lucas. Esto ocurrió más o menos al comienzo de la vida pública de Jesucristo. Nuestro Señor, después de predicar a la multitud desde la barca de Pedro, le dice al dueño de la barca (Simón Pedro) guía mar adentro y echad vuestras redes para la pesca. Simón le contestó y le dijo: “Maestro toda la noche hemos estado trabajando y no hemos pescado nada; pero no obstante sobre tu palabra echaré las redes” El resultado de esta confianza de Simón Pedro en Nuestro Señor, fue tan sorprendente, que la cantidad de peces que capturaron, hizo necesario que tuvieran que llamar a los de la otra barca para que vinieran a ayudarles y aún así las dos barcas casi se hundían por el peso de la pesca.
Gran enseñanza para los cristianos queridos hermanos: debemos tener una confianza ilimitada en Nuestro Señor Jesucristo. ¿Y qué razones tenemos entonces para tener esta confianza?
1.- Empecemos por el Padre Nuestro. Nuestro Señor mismo nos la enseña expresamente en la oración dominical: “Padre nuestro que estás en los cielos” así comienza la oración de las oraciones. ¿Y qué quiere inspirarnos Nuestro Señor con este preámbulo de la oración dominical? Pues quiere inspirarnos un gran amor y confianza hacia Dios. Le damos a Dios el nombre de Padre y esto por un triple motivo:
a) Como Creador, porque ha creado al hombre a su imagen y semejanza, a diferencia de las demás criaturas.
b) Como Providencia, por su especial cuidado y paternal amor hacia los hombres, lo cual queda claro por la confianza en Dios dos cosas: En primer lugar, ha asignado a cada hombre desde su nacimiento un ángel custodio, para que lo cuide lo socorra y proteja de todo peligro grave. Y en segundo lugar, no ha dejado de prodigar dones y gracias al género humano, y esto a pesar de las terribles ofensas que este le hace, de modo que aún cuando Dios castiga, no se olvida nunca de la misericordia.
c) Como Redentor, pues por el misterio de la Redención, que fue una manifestación más del amor singularísimo de Dios para con nosotros, hemos venido a ser hijos de Dios de una manera admirable. El bautismo nos hace realmente hijos de Dios al conferirnos el Espíritu Santo y la gracia divina.
Además, Dios está en los cielos, lo cual significa que está en la parte más excelente del universo, que excede a los demás cuerpos materiales en grandeza y hermosura, y esto nos recuerda, el poder infinito de Dios, su Majestad y su inmutabilidad. Estas palabras deben producir en nosotros dos sentimientos: Por un lado debemos elevar nuestros corazones y pensamientos al cielo, donde está nuestro Padre. Por otro lado esto debe excitar en nosotros una ilimitada confianza en nuestro Padre y ésta debe estar acompañada a su vez de una gran humildad, al recordar la Majestad infinita de este Padre que tenemos.
Como dice Dios por boca de Jeremías (23, 24) “¿Acaso no lleno yo el cielo y la tierra?”. Y también proclama por boca de Job (36,26) “Ciertamente Dios es grande, que sobrepuja nuestro saber”
2.- Debemos también poner toda nuestra confianza en Dios Nuestro Señor, en Jesucristo Nuestro Señor porque como dice La Imitación de Cristo: “Todo el mundo busca su propio interés. Tú en cambio, sólo piensas en mi progreso y salvación y haces que todas las cosas se conviertan en bien para mí.” Sí queridos hermanos, todas las cosas las dispone Dios, según su infinita sabiduría para nuestro bien: éxitos y fracasos, salud y enfermedad, riqueza y pobreza, contradicciones, humillaciones, todo, incluso esta espantosa crisis de la Iglesia que nos toca vivir. Dios nos sacará de ella, de eso no hay ninguna duda. Nosotros debemos seguir trabajando fielmente, sin desviarnos de su santa ley y enseñanzas, y sin desconfiar en ningún momento de que está muy cerca de nosotros y asistiéndonos en todo momento. Su Iglesia no puede desaparecer, esa es la promesa de Nuestro Señor.
3.- Y si hacemos un repaso de los milagros de Nuestro Señor, esto debe redoblar nuestra confianza en Dios. Jesucristo, viviendo entre los hombres hizo públicamente milagros estupendos que asombraron a las multitudes y que convirtieron a muchos. Y los hizo para dar testimonio de su divinidad y de la verdad de su enseñanza.
Nuestro Señor hizo milagros sobre las creaturas irracionales como el de la pesca milagrosa que tenemos hoy en el evangelio. Este causó tal impresión en Pedro y sus compañeros, que lo dejaron todo y lo siguieron. También Nuestro Señor multiplicó los panes y peces para alimentar a una enorme multitud y calmó una tempestad con el sólo imperio de su palabra.
Con los hombres, Jesucristo hizo también estupendos milagros y curó innumerables enfermos. Con todo esto, nuestro Señor Jesucristo, mostró el poder que tiene sobre toda la creación, de la cual es dueño y Señor. Pero los milagros que mejor manifiestan su divinidad y que por lo tanto más deben excitar nuestra confianza en Él, son las resurrecciones y la Transfiguración. Sólo Dios es capaz de volver a alguien de la muerte a la vida. Y qué decir de cómo deja ver la gloria de su divinidad en la Transfiguración, a algunos discípulos, gloria que mantenía normalmente oculta para poder vivir entre nosotros y cumplir su misión redentora.
Bien, queda claro que debemos tener confianza, pero hay algo más que decir y que es muy importante. No basta con tener confianza en Dios, es necesario que tengamos una sana y verdadera desconfianza de nosotros mismos. Un día se le preguntó al obispo de Ginebra (San Francisco de Sales), que qué era necesario para tener una perfecta desconfianza de sí mismo, y el obispo respondió: “Confiar perfectamente en Dios; porque la confianza en Dios, y la desconfianza de sí mismo, son como los dos platos de una balanza, que cuanto más baja el uno, tanto más sube el otro. Por ello mientras más desconfiamos de nosotros mismos, más sube nuestra confianza en Dios; y al contrario, cuanto menos desconfiamos de nosotros mismos, menos confiamos en Dios. De modo que si absolutamente no tenemos la menor confianza en nosotros, entonces es cuando la tenemos enteramente en Dios.”
Pero debe ser una desconfianza sobrenatural, basada en la caridad, porque de otro modo lo único que produciría en nosotros sería tristeza, desaliento y debilidad. La verdadera y cristiana desconfianza de uno mismo es alegre, valiente y generosa. Y esta nos hace decir con el apóstol: “No yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.” (1Cor 15,10) Sí, porque sin ella no podemos nada, ni aún tener el menor pensamiento bueno. Pero con ella, todo lo podemos, porque lo que es imposible al hombre, es muy fácil para Dios, que puede todo lo que quiere en los cielos y en la tierra. Por esto dijo Nuestro Señor a los apóstoles: “En el mundo pasais apreturas, pero tened confianza; pues Yo he vencido al mundo.” (Jn 16,33).
Terminemos con las palabras del profeta David: “Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que no será conmovido y permanecerá eternamente” (Salmo 124,1).
Con mi bendición, Padre González, Prior.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.