La devoción a nuestros ángeles custodios según el Padre Pío

Fuente: Distrito de México

El Padre Pío frecuentemente aconsejaba la devoción a los Ángeles. He aquí algunos extractos de las hermosas cartas dirigidas a una de sus hijas espirituales, llamada Raffaelina, donde le habla de la importancia de nuestro ángel guardián, y del trato que debemos tener con él.

"Me dices que en medio de los sufrimientos que te oprimen, con frecuencia te diriges a mí en tus pensamientos y me llamas. Pues, bien, tu buen Ángel Guardián me transmite algunas veces estas necesidades tuyas, y entonces yo, desde mi indignidad, siempre cumplo mi deber con Jesús, encomendándote a su bondad paternal". (Cartas, Vol. II, no. 30)

"Ofrece a la Gloria de su Majestad Divina el descanso que estás a punto de tomar, [en ese entonces, Raffaelina se encontraba en cama debido a un cáncer que padecía], y nunca olvides al Ángel Guardián que está siempre contigo, que nunca te abandona, sin importar lo mal que te portes y las cosas malas que hagas. ¡Oh, qué bondad tan inefable la de nuestro buen Ángel Guardián! ¡Cuántas veces, por desgracia, lo he hecho llorar al no haber querido cumplir sus deseos, que eran también los deseos de Dios! Que este, nuestro más fiel amigo, nos libre de volver a ser desleales en el futuro". (Ibid., no. 41) 

"Oh, Raffaelina, qué consolador es saber que siempre estamos bajo el cuidado de un espíritu celestial, que nunca nos abandona (¡qué admirable!), ¡ni siquiera cuando ofendemos a Dios! ¡Qué dulce es esta gran verdad para los creyentes! ¿A quién teme, entonces, el alma devota que intenta amar a Jesús, teniendo siempre cerca a un guerrero tan maravilloso? Oh, ¿no fue él acaso uno de los tantos que, junto con San Miguel Arcángel, arriba en los cielos, defendió el honor de Dios contra Satanás y contra todos los otros espíritus rebeldes, reduciéndolos finalmente a la perdición y condenándolos al infierno?

Bueno, pues debes saber que sigue teniendo poder contra Satanás y sus secuaces; su caridad no ha disminuido, y jamás dejará de defendernos. Desarrolla el hermoso hábito de pensar siempre en él; piensa que siempre tenemos cerca un espíritu celestial, quien, desde el instante en que nacemos hasta que morimos, no nos abandona ni por un instante, nos guía, nos protege como un amigo, como un hermano; que siempre será un consuelo para nosotros, especialmente en nuestros momentos más tristes.

Debes saber, Raffaelina, que este buen ángel reza por ti; que ofrece a Dios todas las buenas obras que realizas; así como tus deseos buenos y puros. En esas horas en las que parece que estamos abandonados y solos, no nos quejemos de no tener un alma amiga en quien podamos encontrar alivio, descargar nuestros corazones y confiarle nuestras penas y tristezas. Por el amor de Dios, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente para escucharte, siempre dispuesto a consolarte.

¡Oh deliciosa intimidad, oh bendita compañía! Si todos los hombres pudieran comprender este gran regalo que Dios, en el exceso de su amor por el hombre, nos ha dado en este espíritu celestial. Acuérdate frecuentemente de su presencia. Debes fijar en él los ojos de tu alma; agradécele, rézale; es tan fino, tan sensible. Respétalo, y ten un constante temor de ofender la pureza de su mirada". (Ibid., no. 64)

"Invoca con frecuencia a este Ángel Guardián, a este benevolente Ángel, y repite esta hermosa oración:

Ángel de Dios, mi querido guardián, pues la bondad divina me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, defiéndeme y gobiérname. Amén".

Cuánto sera nuestro consuelo, querida Raffaelina, cuando, al momento de nuestra muerte, nuestra alma vea a este Ángel, tan bueno, que nos acompañó a lo largo de nuestra vida y fue tan liberal en sus cuidados maternales. Que este dulce pensamiento te haga amar cada vez más la Cruz de Jesucristo, siendo esto también lo que tu buen Ángel quiere. Que el deseo de ver a este inseparable compañero despierte en ti esa caridad que te incite a abandonar este cuerpo rápidamente. 

Oh, qué pensamiento más santo y saludable es querer ver a nuestro buen Ángel. Es este pensamiento el que debería hacernos querer dejar esta oscura prisión a la que estamos atados. Oh Raffaelina, ¿a dónde vuelan ahora mis pensamientos…? Yo trato a este angelito, no como un amigo, sino como a alguien de mi familia. Y, para serte honesto, mi forma de tratarlo no parece ofender en lo más mínimo a mi buen angelito. ¡Qué bueno y  querido es!" (Cartas vol. II, no. 64)

Pide a tu Ángel Guardián que te ilumine y te guíe. Dios te lo ha dado para eso. Entonces, ¡úsalo! Envíame a tu Ángel Guardián, pues no necesita pagar un boleto de tren y no va a desgastar sus zapatos.