La excelencia de conformarse con la voluntad de Dios - SMS 502
Nos gustaría tocar en este artículo un tema capital en la vida cristiana: la excelencia de conformarse con la voluntad de Dios, y para esto nos ayudaremos de San Alfonso María de Ligorio y de otros autores.
Dice San Alfonso que toda nuestra perfección depende de si amamos más o menos a nuestro Dios. San Pablo lo dice claramente: “Tened caridad, que es vínculo de perfección” (Col 3,14). Pero, a su vez, toda la perfección del amor está fundada en conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Sí, porque el efecto principal del amor es unir la voluntad de los amantes, de manera que no tengan más que un solo querer o no querer.
Es lo que dice San Juan de la Cruz en su poema Noche Oscura, en el que se describe el gozo de un alma que ha llegado a la perfecta unión con Dios.
“Oh noche que guiaste,
oh noche amable más que la alborada
oh noche que juntaste
Amado con Amada
Amada en el Amado transformada”
Por lo tanto, tanto más amará el alma a Dios, cuanto más unida esté con su divina voluntad. A Dios ciertamente le agradan las mortificaciones o las obras de caridad que hacemos con el prójimo, pero sólo en cuanto estén conformes a su divina voluntad. De lo contrario, no sólo no le agradan, sino que las detesta.
Y pone un ejemplo San Alfonso: si un amo tuviera dos criados y uno de ellos trabajara sin descanso, pero siempre a su gusto y según su capricho, y el otro, aunque se afanara menos, se esforzase en hacerlo todo conforme a la obediencia, seguramente el amo apreciaría más al segundo que al primero. Dios prefiere que se acate su voluntad a los sacrificios. Es por eso que Samuel le dijo a Saúl "¿Por ventura el Señor, no estima más que los holocaustos y las víctimas el que se obedezca a su voz?". El hombre que quiere obrar por propio antojo, con independencia de Dios, comete una especie de idolatría, porque en este caso, en vez de adorar la voluntad de Dios, adora en cierto modo la suya.
Nuestro Señor vino a enseñar justamente esto: que darle gloria a Dios no es otra cosa que cumplir en todo su santísima voluntad. Al entrar en el mundo, Nuestro Señor Jesucristo se expresó de esta manera: ”Tú no has querido sacrificio ni ofrenda; mas a mí me has preparado un cuerpo... Entonces dije: Heme aquí que vengo… para cumplir, ¡Oh Dios!, Tu voluntad! (Heb 10, 5).
Y dice en San Juan: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió” (Jn 6, 38). Y para que el mundo entendiera el amor inmenso que tenía a su Padre, se ofreció, por sujetarse a su voluntad, a padecer muerte de cruz para salvarnos. Esto queda clarísimo en las palabras que pronunció en el Huerto cuando salió al encuentro de sus enemigos, que venían a prenderlo para matarlo: “Para que conozca el mundo que amo a mi Padre y que cumplo con lo que me ha mandado, levantaos y vamos” (Jn 14, 31). Y dijo también que solamente reconocería por hermanos suyos a los que cumpliesen su voluntad divina: “Aquel que hiciese la voluntad de mi Padre… éste es mi hermano” (Mt 12, 50).
¿Cuál es entonces la voluntad de Dios? San Pablo nos lo dice en la epístola a los Colosenses: “Su voluntad es que seáis perfectos y conozcáis bien todo lo que Dios quiere de vosotros”.
Y entonces, amadísimos hermanos, el primer deber de un alma devota es cumplir con los mandamientos, es decir, lo que Dios ha mandado o aconsejado que hagamos o evitemos ya por sí mismo, ya por su Iglesia. Es lo que se llama la voluntad divina significada. Debemos obedecer filialmente a lo que Dios manda. Ya sea exteriormente, por lo que mandan los mismos mandamientos, o los superiores o la regla. Ya sea interiormente, movidos por las inspiraciones de la gracia, (pero esto, obviamente, controlado por un director espiritual). Todo esto podría denominarse conformidad con la voluntad de Dios, en la acción.
Pero también debemos abandonarnos filialmente a todas las disposiciones de la divina providencia. Pues sabemos que nada sucede sin la orden o permisión de Dios. La casualidad no existe. No hay nada fortuito o casual para Dios. Esto podría llamarse conformidad con la voluntad de Dios en la aceptación de las cosas que Él dispone.
Nuestro Señor es modelo perfecto en estas dos conformidades. A Él tenemos que mirar porque nos da ejemplos y enseñanzas magníficas al respecto. "El corazón lleno de amor ama los mandamientos", dice San Francisco de Sales, y cuanto más difíciles son, los encuentra más dulces y agradables porque complacen más al Amado y le dan más honor.
A la Beata Estefanía de Soncino, religiosa dominica, que fue un día trasladada en admirable visión al cielo, y que vio las almas de algunos difuntos, que ella había conocido, sentadas entre los serafines, le fue revelado que aquellas almas habían sido levantadas a tan alto grado de gloria porque mientras vivieron en la tierra, habían estado íntimamente unidas a la voluntad de Dios.
Mientras vivimos en el mundo, debemos aprender de los santos del cielo a amar a Dios. Por esto, Nuestro Señor nos enseñó a pedir la gracia de cumplir su voluntad en la tierra, como lo hacen los bienaventurados en el cielo, y dijo en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Sí, porque si Dios le ordenara a los serafines arrojarse al fuego abrasador del infierno, por ser esto de su agrado, inmediatamente se arrojarían para cumplir la voluntad de Dios.
Nuestra actitud, en suma, queridos hermanos, debe ser la del rey David que en el salmo 107 le dice a Dios:
“Dispuesto está mi corazón, Dios mío, mi corazón está dispuesto”.
O como la de San Pablo, que al recibir esa iluminación de Jesucristo camino de Damasco, se ofreció a cumplir su voluntad y le dijo: “¿Señor, qué quieres que haga?”. Ese solo acto lo hizo tan agradable a Dios que le valió ser elegido para ser el apóstol de las gentes.
Esta es la perfección a la que debemos aspirar, a imitación de Nuestro Señor, que no espera menos de cada uno de nosotros.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.
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