La falsa ternura en la educación de los hijos y sus consecuencias

Fuente: Distrito de México

El primero y el más peligroso de los defectos en la educación de los hijos, es el falso cariño que los padres les profesan. Es indudable que tienen la obligación de amarlos, pero, ante todo, en cuanto que son de Dios. Los invitamos a leer este artículo, para aprender sobre este importante tema.

Los padres deben amar las cualidades morales de sus hijos: la dulzura, la bondad de su corazón, la pureza e inocencia, etc., porque ellas son las que hacen amables y buenos a los niños.

Más, ¿qué se observa diariamente? Que la madre se extasía contemplando los ojitos de su chiquitín, su hermosa cabellera rubia, su carita graciosa... Estas exterioridades infantiles la cautivan, y las cualidades morales, que constituyen la belleza real del pequeñuelo, quedan relegadas a segundo término. No se las desprecia, pero se las deja para más tarde. Y mientras tanto:

a) No se reprende al niño, porque es muy pequeño, ni se quiere verlo sufrir, so pretexto de que ya se presentarán ocasiones para ello...

b) Y bajo la inspiración del mismo principio, nada se le niega; ¡porque una negativa le causaría mucha pena!

c) Si acompaña a sus padres a dar un paseo, se le adorna como para llevarle a una exposición; y, cueste lo que cueste, se procura que todas las miradas se fijen en él y que para él sean todos los cumplidos...

d) En la mesa se le da todo lo que pide, elige lo que es de su gusto, todo lo toca y ejerce el monopolio de la conversación. Allí no hay más dueño que él. Cuidado con negarle algo, porque entones patalea, llora y amenaza.

¿Quién no ha presenciado tales escenas? Los padres comprenden que el niño es exigente, muy exigente; pero, "¡es tan pequeño!" Más adelante, cuando ya se den cuenta de lo que hace, le llamarán la atención por esos defectillos...

Llega el niño a los diez, quince años, y es un muchacho irritable en extremo, egoísta y sin respeto a sus padres. Se proclama el dueño de casa y los desdichados autores de sus días no le pueden decir ni una palabra. ¿¡Qué será este chico a los veinte años!?

LA MADRE EDUCADORA - P. Eduardo Pavanetti