La Gracia Divina: ¿Qué es? - Parte 1

Fuente: Distrito de México

¡Qué ignorancia reina, no ya entre la gente del mundo, sino incluso entre nosotros los católicos sobre el tema de la gracia! Desde luego, es un misterio incomprensible, que no se puede expresar con palabras humanas. El mismo San Pablo no encontraba palabras para expresar todo lo que allí había podido contemplar. Así es la gracia de Dios.

Si les preguntaran, ahora, en este momento a todos los que leen este artículo: ¿qué es lo más grande que hay de en el mundo después de Dios?, creo que sin dudar, todos dirían: después de Dios, lo más grande que hay en el cielo y en la tierra es la Santísima Virgen, la Madre de Dios. Pues no. Y si volviese a preguntar: vamos a ver, de todos los dones que Dios nos ha dado, ¿cuál es el más grande?, casi todos me dirían: la Sagrada Eucaristía. Y yo seguiría diciendo: No.

Pues bien, vamos a dar la respuesta correcta, que es precisamente de lo que trata este texto. El don más grande que Dios nos ha dado es la gracia de Dios. Ni la Santísima Virgen ni la Sagrada Eucaristía son los mayores dones que Dios nos ha dado, sino que ambos son grandes por su relación con la gracia. ¿No es Ella la «llena de gracia»? Y la Sagrada Eucaristía, ¿no es el alimento que aumenta la gracia en las almas?

Decía Santa Catalina de Sena que si pudiésemos ver un alma en estado de gracia, moriríamos de felicidad: porque sería ver al mismo Dios.

LA VIDA Y DOCTRINA DE CRISTO

Toda la vida y la Pasión de Jesús tienen por finalidad la gracia de Dios. ¿Por qué bajó del cielo a la tierra? Para devolvernos la vida de la gracia. ¿Por qué nació en la pobreza y vivió entre gente sencilla? Para que comprendamos que El mira con desprecio toda la grandeza del mundo y que sólo estima una cosa: la gracia. ¿Por qué predicó? Para revelarnos los misterios, los caminos, las peligros y la excelencia de la vida de la gracia.

¿Y qué decir de sus admirables parábolas, en las que nos habla del “reino de los cielos”, la gracia: «El reino de los cielos es semejante a una semilla de mostaza, a un poco de levadura que una mujer pone en la masa, a la red que el pescador arroja al mar, a un campo de trigo en el que un enemigo siembra cizaña, etc...?

¿Por qué padeció y murió en la Cruz? Para merecernos el perdón y poder así devolvernos el tesoro de la gracia que habíamos perdido por el pecado. ¿Por qué instituyó el sacramento del Bautismo? Para comunicarnos la vida de la gracia. ¿Y el de la Penitencia? Para que podamos recuperar la vida de la gracia si tenemos la desgracia de perderla. ¿Y el de la Eucaristía? Para conservar y aumentar en nuestra alma la belleza de la gracia. ¿Y los demás sacramentos? Todos tienen la misma finalidad: darnos o aumentar la gracia en las almas.

¿Cuál es la suprema felicidad según Jesucristo? Vivir en estado de gracia. ¿Quiénes recibirán de sus manos el cielo? Las almas que mueran en estado de gracia. ¿A quiénes arrojará de su presencia para que vayan eternamente a las llamas del infierno? A los que mueran privados de la gracia a causa del pecado. Así piensa Dios y Dios es la verdad. La gracia es la obra maestra de Dios, la más grande que haya podido hacer. De este modo, podríamos pensar que todos los hombres tendrían que estar contemplándola, admirándola y amándola, porque no hay cosa alguna en el mundo que se pueda comparar con ella. Por desgracia no es así, porque la mayoría no la conocen.

DEFINICION DE LA GRACIA

¿Qué es la gracia de Dios o gracia santificante? El concilio de Trento, que fue el que mejor habló de este tema, nos explica que la gracia es un principio permanente de vida sobrenatural, por el cual el hombre queda limpio de sus pecados, se renueva interiormente y se hace participante de la naturaleza divina, hijo adoptivo de Dios y heredero del cielo. Son muchas palabras, y es que la riqueza de la gracia es tan grande que no se puede decir con menos; en ellas se nos habla tanto de lo que es la gracia como de sus efectos en el alma.

Vamos a explicar lo que la gracia es en sí misma. Veamos primero una definición y luego la explicaremos palabra por palabra: «La gracia de Dios es un ser o don divino por el cual participamos de la naturaleza divina y es principio permanente de la vida sobrenatural».

Parece una definición muy abstracta. Lo que pasa es que dada nuestra naturaleza humana, es decir, que estamos compuestos de cuerpo y alma, el alma no puede pensar en nada si el cuerpo, en este caso la imaginación, no le proporciona una imagen sensible. Por ejemplo: si hablamos de la eternidad, en seguida se nos viene a la imaginación un mar cuyo horizonte no podremos ver nunca; o si hablamos del pecado nos imaginamos a un asesino que clava un puñal en el alma...

Lo mismo ocurre con la gracia: nos la podemos imaginar de muchos modos, por ejemplo, como el sol que se levanta en nuestra vida mortal, o como un sagrario dentro del corazón en el cual se halla Dios, o como una semilla preciosa puesta por Dios en el alma y que crece hasta dar sus frutos en el cielo... Lo cierto es que por mucho que nos imaginemos esta realidad nunca llegaremos a comprender hasta dónde llega la misericordia y la bondad de Dios que nos la ha dado.

LA GRACIA ES UN SER

Hemos dicho que la gracia es un ser, con lo que queremos decir que es una realidad creada. La gracia es un ser real: no es un sueño ni una imaginación. No podemos dudar de la existencia de la gracia, como no podemos dudar de la existencia de los millones de estrellas de la Vía Láctea descubiertas con el telescopio, o como no dudamos de la existencia de la catedral de México. No porque no las veamos, dejan de existir.

La gracia es un ser: como la tierra que pisan nuestros pies, como nuestro padre o nuestra madre que nos han dado dado la vida que tenemos. La gracia es un ser, como lo es el perfume de una flor, el ruido de un arroyo o la detonación de un trueno. La gracia es un ser como la ciencia de los sabios, la belleza de un jardín o la exactitud de un reloj. La gracia es un ser. Conviene que grabemos profundamente esta verdad en nuestra alma. Es un ser que no se puede ver, como la vida, el alma, los ángeles, etc; pero es un ser real.

DISTINTO DE DIOS

Y al mismo tiempo decimos que es un ser distinto de Dios. La gracia es un ser creado y Dios es increado. La gracia, como todas las cosas altas y divinas, ha sido estudiada por los teólogos. Algunos de ellos, en un tiempo, llegaron a pensar que la gracia y Dios eran una sola y misma cosa, pero después según iban estudiando el tema, se fueron dando cuenta de que esto no podía ser así, sino que la gracia es un ser creado, distinto de Dios.

Para darnos cuenta de ello basta un ejemplo. Cuando un hombre peca, pierde a Dios; pero si se arrepiente, le pide perdón y se confiesa, lo vuelve a encontrar. Ahora bien: cuando el pecador pierde a Dios y luego lo recupera, no se produce ningún cambio en Dios, sino en el pecador, que tiene después algo que antes no tenía: la gracia de Dios.

Prestemos particularmente atención a un punto esencial para comprender lo que es la gracia. Hemos dicho que la gracia es un ser, como cualquiera de los que existen, pero, que como hemos dicho, es espiritual. Ahora bien: dentro de los seres, los filósofos distinguen dos tipos: las sustancias y los accidentes. Vayamos por partes.

UNA CUALIDAD DIVINA

Son sustancias todos los seres que existen por sí mismos y que sólo necesitan de Dios para existir: por ejemplo, una persona, un animal, una piedra, un árbol. Y hay otros seres que no pueden existir por sí mismos sino que siempre tienen que estar unidos o “pegados” a una sustancia.

Por ejemplo: la belleza es un accidente. Nadie puede negar que existe la belleza, pero nunca la hemos visto paseándose por la calle. Lo qué sí podemos ver son las cosas hermosas, pero no la hermosura; no la podemos ver, pero existe. Sí existe, pero siempre en las cosas hermosas. Lo mismo podemos decir de la sabiduría, de la bondad, de la prudencia, etc.: no existen por sí mismas, sino en las personas. Es muy importante que comprendamos esto: La gracia no es una sustancia, porque sólo hay una sustancia divina, que es el mismo Dios.

Resumiendo: la gracia es una cualidad, como de las que hemos hablado: la belleza, la sabiduría, la virtud. Es un accidente divino y, para que lo entendamos mejor, una cualidad divina. Y aquí viene lo más misterioso de la gracia. ¿En qué consiste este accidente o cualidad divina? En una participación a la naturaleza divina. ¡Qué misterio!

PARTICIPACION A LA NATURALEZA DIVINA

Son palabras textuales del Apóstol San Pedro en su 1ª Epístola: «Hermanos: Dios, por medio de Cristo, nos ha hecho dones muy altos y preciosos... No olvidéis que nos ha dado la gracia y que por ella somos partícipes de la naturaleza divina»: «divinae naturae consortes» (2 Ped. 1, 4). Es una doctrina nueva, jamás imaginada en el Antiguo Testamento, donde para los profetas ver a Dios era morir: y he aquí que la gracia de Dios es mucho más que ver a Dios, como lo vio Moisés en el Sinaí y su rostro quedó resplandeciente. La gracia es mucho más: es participar de Dios, de su naturaleza divina.

¿En qué consiste esta participación a la naturaleza divina? Significa que la naturaleza divina se nos comunica pero de modo accidental, como una cualidad. Es decir, que la naturaleza divina no se nos comunica como Dios Padre la comunica a Dios Hijo, que es Dios al igual que su Padre.

El hombre por la gracia, no se hace Dios ni por generación divina como el Hijo; ni por una especie de disolución de la naturaleza humana en la de Dios, pues dejaría de ser hombre; sino por una participación, es decir, que lo que existe en Dios en un grado infinito se halla en el alma en un grado finito y limitado. «Lo que es sustancial en Dios, se halla accidentalmente en el alma que participa de su divina bondad», dice Santo Tomás (Ia-IIae, cuest. 110, art. 2).

TESTIMONIO DE LOS SANTOS

Dejemos que los Santos nos lo expliquen. «¿Qué es más digno de admiración -dice San Juan Crisós­tomo-, que Dios cree la tierra o que Dios les dé a los suyos el cielo? ¿Que baje Dios y viva en comunicación con los hombres o que el hombre entre en comunicación íntima con Dios? ¿Que aparezca Dios con actitudes de esclavo o que eleve a los esclavos a la dignidad de hijos de Dios? ¿Que viva Dios en la pobreza o que ese pobre divino regale al hombre la riqueza de los cielos?».

Y otro Santo doctor, San Agustín, nos dice: «Dios se hizo hombre para que el hombre de alguna manera fuera Dios. El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hijos de los hombres pudieran ser hijos de Dios».

Y san Fulgencio, que en una carta a un diácono escribía: «El primer nacimiento de Cristo, Hijo de Dios, fue de Dios; el segundo nacimiento fue humano, porque nació de una Virgen. Nosotros, por el contrario, primero nacemos hombres pero nuestro segundo nacimiento por la gracia es un nacimiento de Dios. Tomó Jesús verdaderamente carne nuestra en su segundo nacimiento, y nosotros por el Bautismo tomamos algo de Dios».

Demos un ejemplo: si un herrero pone un hierro en la fragua, para que se ponga al rojo vivo y pueda así moldearlo, el hierro por más candente que esté conserva su naturaleza propia de hierro, pero adquiere una naturaleza nueva que lo transforma completamente, aunque no por eso deja de ser hierro.

El espejo, iluminado por el sol, adquire una cualidad nueva, participa de la naturaleza del sol: pero no se convierte en un sol. Así mismo es como lo explicaba el Papa San León: «la dignidad original de nuestra raza está en que la forma de la divina bondad brille en nosotros como en un espejo resplandeciente».

Qué difícil es hablar de estas cosas. Dicen que una vez San Agustín tomó la pluma porque quería escribir un libro sobre el cielo. Parece que se le apareció un ángel, le rompió la pluma y le dijo: no Agustín, es imposible que puedas hablar bien del cielo; ya San Pablo lo dice: que no podrás ni imaginártelo. San Agustín abandonó este proyecto, pero le seguía inquietando esa cuestión y oyendo hablar de otro santo que vivía en Belén, San Jerónimo, se animó a escribirle. Le escribió una carta y le decía que escribiese ese libro. Por desgracia cuando la carta le llegó a San Jerónimo, ya había fallecido. Sin embargo, parece que se le apareció el Santo y le dijo: Agustín, no vale la pena que te preocupes por eso; ahora que ya puedo gozar del cielo, me doy cuenta de que mis propios libros (y es Doctor de la Iglesia) no son nada en comparación de lo que veo ahora.