La gracia de la Navidad

En este artículo, el Padre Ramírez, de la FSSPX, nos habla de la gracia que en Navidad recibió Santa Teresita del Niño Jesús, misma que todos deberíamos pedir año con año. ¡Hay que prepararnos debidamente para recibir al Niño Jesús en nuestros corazones!
Estimados fieles:
Me gustaría en este momento poner por escrito una serie de reflexiones, dichas de paso en distintos sermones, y como siempre pasa, no se logra una perfecta comunicación. Esperemos que estas ideas les sirvan en este tiempo de Navidad para su alma. Son pensamientos sacados de Historia de un alma, libro compuesto por Santa Teresita del Niño Jesús.
1. Los defectos: Es normal tener defectos… lo que es anormal, es no luchar contra ellos. Y Dios quiere que los carguemos, y suframos de ellos. “Si el cielo me colmaba de gracias, no era porque yo lo mereciese, pues era aún muy imperfecta. Es cierto que tenía un gran deseo de practicar la virtud, pero lo hacía de una manera muy peregrina”. La santa pone de relieve qué es lo que pasa, cuál es la causa de nuestro poco provecho espiritual: nuestra mediocridad, no es otra cosa... Ese es el más grande defecto de nuestro poco aprovechamiento espiritual. Y ese defecto nos lleva a andar recostados en los demás: “Como era la más pequeña, no estaba acostumbrada a arreglármelas yo sola. Celina arreglaba la habitación donde dormíamos las dos juntas, y yo no hacía ni la menor labor de la casa”. Santa Teresita misma se da cuenta de su inutilidad. Ni siquiera era capaz de tender su cama, y ni siquiera era capaz a sus quince años de realizar la menor tarea de casa. Sus hermanas se encargaban de todo (cosa que es muy común en nuestros hogares: papá y mamá lidian con todas las cargas, y los hijos se tornan inútiles). Ella misma ve su inutilidad, y el peso que causaba en su casa: “Después de la entrada de María en el Carmelo, a veces, por agradar a Dios, intentaba hacer la cama, o bien, cuando Celina no estaba, le metía por la noche sus macetas de flores. Como he dicho, hacía esas cosas únicamente por Dios, y por tanto no tenía por qué esperar el agradecimiento de las criaturas. Pero sucedía todo lo contrario: si Celina tenía la desgracia de no parecer feliz y sorprendida por mis pequeños servicios, yo no estaba contenta y se lo hacía saber con mis lágrimas…” De este texto hay que ver que Santa Teresita quería salir de su tendencia, luchaba, como podía y según sus fuerzas, no se quedó todo el tiempo pensando eso que es tan común en nosotros: yo soy así y así me tienen que aguantar, porque Yo no cambio, frase que es la declaración de muerte a la vida de la gracia, es el rechazo efectivo de todas las gracias actuales que Dios otorga para nuestro perfeccionamiento.
2. Nuestra sensibilidad: He aquí el segundo punto que es muy importante destacar como enfermedad gravísima en nuestros tiempos. Veamos esta enfermedad en ella para entendernos mejor a nosotros mismos y poder salir de ahí. Entender nuestros mecanismos psicológicos es lo que más nos va a ayudar a corregir estos defectos.
a. En qué consistía la sensibilidad de Santa Teresita: “Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable. Si, por ejemplo, sucedía que hacía sufrir involuntariamente un poquito a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla, y cuando comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles, y no lograba corregirme de tan feo defecto”. En el texto está bien marcado qué es: llorar todo el tiempo y por cualquier causa… aún más, llorar por haber llorado.
b. Y se señalan muy bien las consecuencias: 1. Era insoportable: nadie aguantaba eso, y aquí deberíamos pensar: ¿quién nos aguanta? Porque nuestra sensibilidad está a flor de piel y afectando todo lo que hacemos; siempre está ahí, informando todo, y tiene la misma consecuencia… nos hacemos insoportables... y juzgamos erróneamente de los demás; los juzgamos como duros, como que no nos entienden... etc. 2. La ausencia de racionalidad, por ende la ausencia de virtud: a saber, que el defecto impide ver claramente qué es lo que pasa en nuestra vida. Es decir, nuestra sensibilidad nos inserta en un mundo falso, del cual debemos salir.
3. “No sé cómo podía ilusionarme con la idea de entrar en el Carmelo estando todavía, como estaba, en los pañales de la infancia”. Éste es un estado de inmadurez… se es incapaz de aceptar responsabilidades, la decisiones de estado se hacen complicadísimas, porque como se es un niño, se siguen las tendencias de la infancia: papá y mamá resuelven todo. Y siempre se espera que las personas mayores den solución a todos los problemas de la vida. Y se vive así; por esta razón su busca a alguien a quien consultar todo y se le deja que tome las decisiones de la vida de uno… Innecesariamente se recurre a una dirección espiritual, que no tiene ningún fruto, y se espera del sacerdote que tome todas las decisiones de la vida; y así, como consecuencia última nunca se llega a la adultez, se es incapaz toda la vida de aceptar responsabilidades, y se le tiran voluntariamente a otro, a quien siempre se le va a culpar de los fracasos en la vida. Estaba en los pañales de la infancia, es decir, Santa Teresita señala que este estado es propio de un bebé. Propio de aquel que usa pañales.
4. ¿Qué causó todo esto? Dejemos a la Santa hablar: “Volvíamos de la Misa de Gallo, en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso. Cuando llegábamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos había proporcionado tantas alegrías durante la infancia, que Celina quería seguir tratándome como a una niña, por ser yo la pequeña de la familia… Papá gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de júbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegría de mi querido rey aumentaba mucho más mi propia felicidad. Pero Jesús, que quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez, me quitó también sus inocentes alegrías: permitió que papá, que venía cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazón: ¡Bueno, menos mal que éste es el último año…!”. Ese detalle mínimo, la queja de su padre, causó una crisis que fue solucionada por la gracia de Dios: “Era necesario que Dios hiciera un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento, y ese milagro lo hizo el día inolvidable de Navidad. En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… En esta noche, en la que Él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa; me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, una carrera de gigante. Se secó la fuente de mis lágrimas, y en adelante ya no volvió a abrirse sino muy raras veces y con gran dificultad, lo cual justificó estas palabras que un día me habían dicho: “Lloras tanto en la niñez, que más tarde no tendrás ya lágrimas que derramar…” Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez; en una palabra, la gracia de mi total conversión”.
Esa gracia de conversión es la que todos debemos esperar y pedir, en este periodo de Navidad…
Que Dios los bendiga.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.