La madre: el corazón de la casa

Fuente: Distrito de México

La familia Lefebvre

Es bien sabido que la madre debe ser el corazón de la casa. He aquí un ejemplo concreto, la madre de Mons. Marcel Lefebvre.

La madre nunca esperaba a estar recuperada del todo para hacer bautizar a sus hijos. La familia acudía sin ella a la iglesia, y solamente a su regreso aceptaba tomar en brazos al bebé, renacido a la vida divina y adornado con la gracia santificante.

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La madre de familia era un alma profundamente espiritual y extremadamente apostólica: recordemos dos rasgos de su fisonomía moral, que heredaría Marcel. Enfermera diplomada de la Cruz Roja, dedicaba un día y medio a la semana al cuidado de los enfermos del dispensario, realizando el trabajo que desagradaba a los demás. Su marido y ella formaban parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl, pero su mayor apostolado era el de la tercera orden franciscana: por impulso de la Sra. Lefebvre, convertida en presidenta del discretorio de Tourcoing, la fraternidad de las “hermanas” de la tercera orden resultó hasta ochocientos miembros, con maestras de novicias escogidas por ella y retiros cerrados.

Dirigida espiritualmente por el Padre Huré, montfortiano, su alma se elevó a una vida de unión constante con Jesucristo; practicaba la oración y la lectura espiritual; viril y magnánima, se ejercitaba en la mortificación y la renuncia, y en 1917 hizo el voto de lo más perfecto (renovado de confesión en confesión). Vivía de la fe, refiriendo todos los acontecimientos a Dios y a su voluntad. La característica más constante de su alma y de su ánimo era la acción de gracias a la Divina Providencia.

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El hogar familiar de los Lefebvre era un santuario con su propio ritual. Mientras el padre acompañado de Louise, asistía a Misa de seis y cuarto, en la que acolitaba al Párroco, la madre despertaba a los niños trazándoles la señal de la cruz sobre la frente y haciéndoles ofrecer las obras del día; luego iba a Misa de siete con sus hijos en edad de caminar, a menos que, siendo ya más grandes, asistieran a Misa en el pensionado.

Todas las tardes la oración en común aliviaba las contrariedades de la jornada y unía los corazones en la misma caridad de Dios. Los niños no se iban a dormir sin haber recibido la bendición de sus padres.

“Durante el mes de mayo –contaba Christiane- íbamos en peregrinación a La Marlière, a una punta de la ciudad de Tourcoing, cerca de la frontera belga. Procurábamos hacer una novena de peregrinaciones durante el mes. Había que levantarse a las cinco, teníamos tres cuartos de hora de camino a pie (y en ayunas), para asistir a la Misa de seis y volver a tiempo para nuestras clases.”

Monseñor Bernard Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre.