La Misa nueva confrontada con la Misa de siempre
La Misa nueva tiene ya 50 años; razón por la cual un sinfín de católicos no han conocido otra Misa en su vida, y tal vez ni siquiera saben que antes había otra Misa, una Misa radicalmente distinta; razón también por la cual nuestra crítica a la Misa nueva puede parecerles escandalosa, como si fuera un ataque contra el culto que la Iglesia rinde a Dios y a Jesucristo.
Para otros católicos, tal vez más leídos, la Misa nueva se acercaría más que la Misa tradicional a las antiguas celebraciones de la Iglesia primitiva, y sería así, en realidad, una vuelta a la tradición antigua de los primeros cristianos; pero esa creencia se funda totalmente en la confianza depositada en las ficciones litúrgicas de los teóricos del MOVIMIENTO LITÚRGICO, que imaginan cómo habrían sido las antiguas celebraciones, en base a postulados comunitarios y democráticos, para poder justificar luego su innovación litúrgica, más acorde con la mentalidad del hombre moderno, pero sin precedente alguno en la historia de la Iglesia.
Se impone, pues, un cotejo o confrontación entre las dos Misas, tomando como criterio único de este cotejo la doctrina constante de la Iglesia. Justifiquemos primero por qué es ese el criterio a cuya luz debe realizarse dicha confrontación, y procedamos luego a la misma.
La doctrina inmutable de la Iglesia, criterio para examinar cualquier novedad
La Iglesia de Cristo ha sido instituida con una doble misión: una misión de fe y una misión de santificación de los hombres redimidos por la sangre del Salvador. Debe llevar a los hombres la fe y la gracia: la fe por medio de su enseñanza, y la gracia por medio de los Sacramentos que le confió Nuestro Señor Jesucristo.
Su misión de fe consiste en transmitir a los hombres la revelación de las verdades sobrenaturales que Dios ha hecho al mundo, y en conservarlas a través de los siglos sin ningún tipo de alteración. Por eso la Iglesia católica es, ante todo, la fe inalterable; es, como dice San Pablo, «la columna y firmamento de la verdad» (I Tit. 3 15) que, a lo largo de los siglos, es siempre fiel a sí misma e inflexible testigo de Dios, en medio de un mundo envuelto en perpetuos cambios y contradicciones.
Pues bien, a través de los siglos, la Iglesia católica enseña y defiende su fe ciñéndose a un solo criterio: lo que siempre se ha creído y enseñado, según el célebre adagio: «Quod semper, quod ubique, quod ab omnibus» (lo creído siempre, en todas partes y por todos). Todas las herejías con las que la Iglesia ha tenido que enfrentarse constantemente, han sido siempre juzgadas y rechazadas por no ser conformes con este criterio. El primer principio observado desde tiempos primitivos por la jerarquía de la Iglesia, especialmente la de Roma, ha sido el de mantener sin cambios la verdad recibida de los Apóstoles y de Nuestro Señor.
La doctrina del Santo Sacrificio de la Misa pertenece a este tesoro de verdades de la Iglesia. Y si en nuestra época, sobre este tema en particular, aparece una especie de ruptura con el pasado de la Iglesia, tal novedad debería alertar a toda conciencia católica, como en los tiempos de las grandes herejías en los siglos pasados, y provocar universalmente un deseo de confrontar esta ruptura con la fe de la Iglesia, que no cambia nunca.
¿Qué es la Misa?
Sabido es de todos que la Misa tradicional no ha sido siempre tal como la conocemos hoy. Mantiene, por supuesto, lo esencial de las celebraciones hechas por los Apóstoles según el orden instituido por Cristo; pero, además, se vio enriquecida con oraciones nuevas, alabanzas y precisiones hechas en un largo período de tiempo, a fin de expresar mejor el misterio eucarístico y preservarlo de errores y herejías. De este modo, la Misa se elaboró progresivamente en torno a un núcleo primitivo que nos legaron los Apóstoles, testigos directos de la institución de Cristo.
Al igual que una piedra preciosa se encierra en un estuche, el tesoro de la Misa quedó confiado a la Iglesia, que lo meditó, ajustó y adornó como una obra musical o de orfebrería. Ella conservó lo mejor de este tesoro, y explicó con sabiduría lo que estaba como implícito en dicho misterio, de modo semejante a como la semilla de mostaza hace crecer sus ramas, pero todo el árbol resultante estaba contenido ya, de hecho, en la semilla.
Esta lenta y progresiva elaboración o explicación acabó sustancialmente en la época del papa San Gregorio, a fines del siglo VI. Sólo se le añadieron posteriormente algunos complementos secundarios. Este trabajo de los primeros siglos del cristianismo ha sido una obra de fe para exponer a la inteligencia de los hombres la institución de la Eucaristía hecha por Cristo, a fin de que sea una verdad mejor comprendida. De esta forma la Misa es la expresión y explicación del misterio eucarístico, y su misma celebración.
Doctrina católica definida sobre la Misa
La Iglesia siempre poseyó pacíficamente las verdades referentes a la Misa, hasta el tiempo de la herejía luterana. Mas, frente a las negaciones de Lutero, el Concilio de Trento, llevado de verdadera solicitud pastoral hacia las almas, defendió a las ovejas contra el lobo que arremetía contra el rebaño, y reafirmó la doctrina invariable de la Iglesia católica, definiendo en particular, sobre el Santo Sacrificio de la Misa, los tres dogmas siguientes:
1° La Misa es un verdadero sacrificio, y sacrificio propiciatorio o expiatorio para el perdón de los pecados; ya que es sustancialmente el mismo sacrificio de la Cruz, perpetuado en los altares, y en la Cruz Nuestro Señor se inmoló para «salvar a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1 21). Por ello, no es sólo un memorial, o un sacrificio de alabanza o de acción de gracias, aunque también engloba esos aspectos.
Enseña el Concilio de Trento que la Misa es «verdadero y propio sacrificio»; ahora bien, sólo lo sería metafóricamente o por modo de figura si el mismo rito de la Misa no tuviese una estructura sacrificial: es elrito de un sacrificio, y no el de una cena o banquete. En la Misa todo nos recuerda esta realidad sacrificial:
• Se celebra en un altar, que no es apto para cenas, sino sólo para sacrificios, y no en una mesa, que no es apta para sacrificios, sino sólo para cenas;
• Se hace en ella mención continua de una Víctima inmolada, Víctima inmaculada, y nadie pretenderá que el pan pueda ser esa hostia inmaculada;
• Se requiere en el altar la presencia de reliquias de mártires, que se han unido por su muerte al sacrificio de Cristo;
• La misma comunión tiene el aspecto, no de un banquete, sino de una manducación sacrificial, la de la Víctima inmolada.
2° En la Misa, la presencia de Cristo es real, esto es, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, como siempre lo enseñaron nuestros catecismos, y no una simple presencia espiritual, como la que se da «donde dos o tres están reunidos en mi nombre» (Mt. 18 20), como se atreve a decirlo el nº 7 de Missale romanum. Es evidente que, si la Misa es un verdadero y propio sacrificio, la Víctima debe estar verdadera y propiamente presente.
Se hace mención del Cuerpo, Sangre y Alma deCristo, porque la inmolación recae sobre su santa humanidad, la única que puede ser sacrificada; asimismo, porque la inmolación de la Víctima reclama la separación de Cuerpo y Sangre, que se realiza por la Consagración de ambos por separado. Todo, en el rito de la Misa, nos recuerda esa presencia real, desde las genuflexiones del sacerdote cada vez que ha de manipular la sagrada Hostia después de la Consagración, hasta las prescripciones para cuando una Hostia cae en el suelo, la comunión de rodillas y en la boca, la reserva del Santísimo en el Sagrario, la genuflexión que se hace al Santísimo cuando se ingresa en una iglesia.
3º En la Misa, el papel del sacerdote es esencial y exclusivo: el sacerdote, y sólo él, ha recibido, a través del sacramento del Orden, el poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es dogma de fe que el sacerdote, en la Santa Misa, obra «in persona Christi», esto es, haciendo las veces de Cristo, a título de instrumento suyo; y así su sacerdocio es ministerial, sí, pero ministerial respecto de Cristo, no respecto de la comunidad cristiana. Los Sacramentos, entre los que la Eucaristía ocupa el lugar central, son así la acción exclusiva de la jerarquía de la Iglesia; de modo que hasta las funciones secundarias del sacrificio reclaman ministros sagrados, que hayan recibido órdenes sagradas para realizar tales ministerios, y que sólo actúan como ayudantes del sacerdote o del obispo.
Estas tres verdades las expresa con suma claridad la Misa tradicional, milenaria, latina y romana, sin suprimir nada al misterio que en ella se realiza. ¿Sucederá lo mismo con la Misa nueva? Es lo que cabe preguntarse.
¿Qué es la Misa nueva?
Sabido es, por desgracia, que la Misa nueva fue impuesta al mundo católico por conveniencias ecuménicas. Fue enteramente concebida y elaborada en un sentido ecuménico, para ser acogida por las diferentes confesiones protestantes, cada una de las cualestiene su fe propia. La Misa antigua, en cambio, era un grave obstáculo para «reconstruir la unidad» con los reformadores del siglo XVI, ya que afirmaba con precisión, y sin dejar ningún lugar a dudas, la fe católica que niegan los protestantes, y que se resume en los tres puntos esenciales arriba expuestos: 1º la realidad del sacrificio; 2º la realidad de la presencia real; 3º la realidad del poder sacerdotal.
Muy significativa en esta línea fue la presencia de seis teólogos protestantes, debidamente capacitados para participar en la elaboración de los nuevos textos; como lo fue también la aceptación del nuevo rito por parte de prestigiosas autoridades protestantes, entre ellas la de la comunidad protestante de Taizé, cuando declaró que, «teológicamente hablando, las comunidades protestantes pueden celebrar su Cena con las mismas oraciones que la Iglesia católica».
¿Cómo lograr un rito común a católicos y protestantes en una óptica ecuménica, sin negar la fe católica, pero a la vez sin «ofender» a los «hermanos separados»? Simplemente, poniendo sordina a las tres verdades católicas sobre la Misa. De este modo, la Misa nueva es indiferente al dogma, y puede acomodarse a la fe protestante y servir incluso como punto de encuentro, en el mundo de la unidad ecuménica, para una misma celebración, en la que los dogmas discutidos, sin negarlos, han sido prudentemente silenciados, y sólo se han conservado los gestos, expresiones y actitudes capaces de ser interpretados según la fe de cada uno.
Conclusión
¿Acaso podrá negarse la evidencia de estos hechos? Séanos lícito por ahora señalar lo que intentaremos demostrar claramente: que esta Misa nueva y ecuménica ya no es expresión clara de la fe católica. En su súplica al papa Pablo VI, los cardenales Ottaviani y Bacci no temieron hacer la siguiente observación, que hasta ahora nadie ha podido contestar en rigor: «El Novus Ordo Missae se aleja de manera impresionante, tanto en su conjunto como en sus detalles, de la teología católica de la santa Misa».
Fuente: Hojitas de Fe - Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora