La obediencia - Palabras de Mons. Lefebvre
He aquí unas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sobre la obediencia.
“Los principios que determinan la obediencia son tan conocidos y conformes a la sana razón y al sentido común que nos podemos preguntar cómo algunas personas inteligentes pueden afirmar que 'prefieren equivocarse con el Papa que estar en la verdad en contra del Papa'. Esto no es lo que nos enseña la ley natural ni el magisterio de la Iglesia. La obediencia supone una autoridad que da una orden o prescribe una ley. Los hombres investidos de poder, inclusive si lo han sido por Dios, sólo tienen autoridad para permitir a sus subordinados que alcancen la finalidad asignada por Dios. Por consiguiente, cuando una autoridad usa su poder en contra de la ley natural o divina, no tiene derecho de ser obedecida y debe desobedecérsele.
Se admite esa necesidad de la desobediencia ante un padre de familia que anima a su hija a la prostitución, o frente a la autoridad civil que obliga a los médicos a provocar abortos y a matar inocentes, pero se acepta a todo precio la autoridad del Papa so pretexto que es inefable en su gobierno y en todas sus palabras. Esos es desconocer claramente la historia e ignorar qué es realmente la infalibilidad.
San Pablo exhortaba a los fieles a no obedecerle a él mismo si sucedía alguna vez que predicara un evangelio distinto al que había enseñado anteriormente. (Gl 1,8)
Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deben ser reprendidos, aun públicamente, por sus súbditos. Ved aquí lo que dice el Papa León XIII: ‘Cuando falta el derecho de mandar, o se manda algo contra la razón, contra la ley eterna, o los mandamientos divinos, entonces, desobedecer a los hombres por obedecer a Dios se convierte en un deber'. (Enc.Libertas praestantissimum)
Nuestra desobediencia está motivada por la necesidad de guardar la fe católica. Las órdenes que se nos dan expresan claramente que son para obligarnos a someternos sin reservas al Concilio Vaticano II, a las reformas posconciliares y a las prescripciones de la Santa Sede; es decir, a orientaciones y actos que corroen nuestra fe y destruyen la Iglesia, cosa imposible de admitir. Colaborar a su destrucción, es traicionarla y a Nuestro Señor Jesucristo”.
+ Marcel Lefebvre
Fuente: La misa de Siempre