La oración por las vocaciones - SMS 512
Nuestro Divino Maestro nos advirtió desde hace ya cerca de 2,000 años: “La mies es abundante, pero los obreros pocos”. La oración es el medio que Dios nos da para obtener más vocaciones. Así que recemos por esta intención todos los días. Para ilustrar el poder de la oración y su relación con las vocaciones, he aquí el relato de una historia real.
Estimados fieles: Lo sabemos bien, no es algo nuevo y nuestro Divino Maestro nos advirtió desde hace ya cerca de 2,000 años: “la mies es abundante, pero los obreros pocos”. Y es cierto, es cada vez más grande el número de almas que requieren de la asistencia de los sacerdotes, por la gracia de Dios, vemos nuevos rostros en nuestras capillas a quienes se deben administrar los sacramentos e instruir con la verdad de la doctrina católica. Sin embargo, son pocos los sacerdotes para poder abrazar un apostolado tan grande. ¿Qué haremos, pues, para remediar este problema? La respuesta nos la dio Nuestro Señor al mismo tiempo que planteó el problema: “Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”. La oración es el medio que Dios nos da para obtener más vocaciones. Así que recemos por esta intención todos los días. Que en la noche, cuando toda la familia se reúne para ofrecer a Dios su última oración del día, se le pidan sacerdotes, sacerdotes santos, muchos sacerdotes santos. Y no pensemos que Dios no escucha estas oraciones. Para ilustrar el poder de la oración y su relación con las vocaciones, he aquí el relato de una historia real:
El Barón Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811-1877)
En 1869 se encontraron reunidos un obispo de una diócesis de Alemania y su huésped, el obispo Ketteler de Münster. Durante la conversación, el obispo diocesano subrayaba las múltiples obras benéficas de su huésped, pero Mons. Ketteler explicaba a su interlocutor: “Todo lo que con la ayuda de Dios alcancé, se lo debo a la oración y al sacrificio de una persona que no conozco. Puedo decir solamente que alguien ofreció su vida a Dios en sacrificio por mí. Y a esto debo el hecho de ser sacerdote”.
Y continuó: »En un primer momento no me sentía destinado al sacerdocio. Había realizado mis exámenes de habilitación a la abogacía y apuntaba a hacer carrera cuanto antes para obtener en el mundo un lugar importante y tener honores, consideración y dinero. Pero un acontecimiento extraordinario me lo impidió y dirigió mi vida en otra dirección.
»Una tarde, mientras me encontraba solo en mi habitación, me entregué a mis sueños ambiciosos y a los planes para el futuro. No sé qué me sucedió, si estaba despierto o dormido: ¿lo que veía era la realidad o se trataba de un sueño? Una cosa sé: vi lo que fue luego la causa de la transformación de mi vida. Con gran claridad, Cristo estaba ante mí en una nube de luz y me mostraba su Sagrado Corazón. Delante de Él se encontraba una religiosa arrodillada que levantaba las manos en actitud suplicante. De labios de Jesús escuché las siguientes palabras: ‘¡Ella reza incesantemente por ti!’. Veía claramente la figura de la religiosa que oraba, su fisionomía se imprimió tan fuertemente en mí que todavía hoy la tengo delante de mis ojos; me parecía una simple Hermana conversa. Su vestido era pobre y ordinario, sus manos enrojecidas y callosas por el trabajo pesado. Haya sido un sueño o no, para mí fue extraordinario porque quedé impresionado profundamente: desde aquel momento decidí consagrarme completamente a Dios en el sacerdocio.
»Me retiré a un monasterio para los ejercicios espirituales y hablé de todo esto con mi confesor. Inicié los estudios de teología a los treinta años. Todo lo demás usted ya lo conoce. Si ahora cree que se obra algo bueno a través mío, sepa de quién es el verdadero mérito: de aquella religiosa que rezó por mí, quizás sin conocerme. Estoy convencido de que alguien rezó por mí y reza todavía en secreto, y que sin esa oración no podría alcanzar la meta que Dios me ha destinado.
- ¿Sabe quién es la religiosa que reza por usted?, preguntó el obispo diocesano.
- No, sólo puedo pedir cada día a Dios que la bendiga, si todavía vive y que le devuelva mil veces lo que hizo por mí.
La Hermana del establo
Al día siguiente, Mons. Ketteler fue a visitar un convento de religiosas en una ciudad cercana y celebró por ellas la Santa Misa en la capilla. Casi al final de la distribución de la Sta. Comunión, llegando a la última fila, su mirada se fijó en una religiosa. El Obispo palideció, se quedó inmóvil, luego se sobrepuso y dio la Comunión a la religiosa que nada había notado y estaba devotamente arrodillada. Luego acabó serenamente la Santa Misa.
Después del desayuno, el Obispo pidió a la Madre Superiora poder conocer a todas la religiosas, quienes llegaron unos momentos después. Mons. Ketteler las saludaba observándolas, pero parecía no encontrar lo que buscaba. En voz baja se dirige a la Madre Superiora:
- ¿Éstas son todas las religiosas?
Ella, mirando al grupo, respondió: “¡Excelencia, las hice llamar a todas, pero, efectivamente, falta una!”.
- ¿Por qué no vino?
La Madre respondió: “Ella se ocupa del establo, y lo hace de un modo tan ejemplar que en su celo a veces se olvida las otras cosas.
- Deseo conocer a esta religiosa, dijo el Obispo.
Después de poco tiempo, llegó la Hermana. Él palideció de nuevo y después de haber dirigido algunas palabras a todas las religiosas, pidió quedarse solo con ella.
- ¿Usted me conoce?, le preguntó.
- ¡Excelencia, yo no lo había visto nunca!
- ¿Pero, usted rezó y ofreció buenas obras por mí?
- No soy consciente de ello, porque no había oído hablar de Vuestra Reverencia.
El Obispo permaneció inmóvil y en silencio algunos instantes, luego continuó con otras preguntas:
- ¿Cuáles son las devociones que más ama y que practica con más frecuencia?
- La devoción al Sagrado Corazón, contestó la religiosa.
- ¡Parece que usted tiene el trabajo más pesado en el convento!, continuó.
- ¡Ay no, Excelencia! Aunque no puedo negar que a veces me repugna, pero tomé la costumbre de afrontar por amor a Dios, con alegría y celo, todas las tareas que me cuestan mucho y después las ofrezco por un alma. El buen Dios elegirá a quién dar su Gracia, yo no lo puedo saber. También ofrezco la hora de adoración de la noche, desde las 8 a las 9, por esta intención.
- ¿Cómo tuvo la idea de ofrecer todo esto por un alma?
- Es una costumbre que ya tenía cuando todavía vivía en el mundo. En la escuela el párroco nos enseñó que se debía rezar por los demás como se hace por los propios parientes. Además, añadía: ‘Es necesario rezar mucho por los que corren el peligro de perderse por toda la eternidad. Pero como sólo Dios sabe quién tiene mayor necesidad, lo mejor es ofrecer las oraciones al Sagrado Corazón de Jesús, confiando en su sabiduría y omnisciencia’. Así hice, y siempre pensé que Dios encuentra el alma que más necesita.
- ¿Cuántos años tiene?, le pregunto el Obispo.
- Treinta y tres años, Excelencia.
- ¿Cuándo nació?
La religiosa le dijo el día de su nacimiento. El Obispo entonces hizo una exclamación: ¡Se trataba precisamente del día de su conversión! Él la había visto exactamente así, delante de él como se encontraba en aquel momento.
- ¿Sabe usted si sus oraciones y sacrificios tuvieron éxito?
- No, Excelencia.
- ¿Y no lo quiere saber?
- El buen Dios sabe cuándo se hace algo bueno, esto es suficiente, fue la simple respuesta.
El Obispo estaba muy impresionado: “Entonces, ¡Por favor, continué con esta obra!”.
La religiosa se arrodilló y le pidió su bendición. El Obispo levantó solemnemente las manos y con profunda emoción dijo: “Con mis poderes episcopales, bendigo su alma, sus manos y el trabajo que cumplen, bendigo sus oraciones y sus sacrificios, su abnegación y su obediencia. La bendigo especialmente para su última hora y ruego a Dios que le asista con su consuelo”. “Amén”, respondió serena la religiosa y se alejó.
Una enseñanza para toda la vida
Mons. Ketteler estaba profundamente conmovido, se acercó a la ventana para mirar afuera, tratando de recobrar serenidad, luego se despidió de la Madre Superiora para regresar a la casa de su amigo y hermano. A él le confió: “Al fin encontré a quién debo mi vocación. Es la última y la más pobre conversa del convento. Nunca podré dar suficientemente gracias a Dios por su misericordia, porque aquella religiosa reza por mí desde hace veinte años. Pero Dios, con antelación había aplicado su oración y también había previsto que el día de su nacimiento coincidiera con el de mi conversión; ¡Qué enseñanza y admiración para mí! Si un día tuviera la tentación de jactarme por eventuales éxitos y por mis obras delante de los hombres, debería tener presente que todo proviene de la gracia de la oración de una pobre sierva del establo de un convento. Y si un trabajo insignificante me parece de poco valor, tengo que reflexionar en que lo que aquella Hermana, con humilde obediencia a Dios, hace y ofrece en sacrificio con abnegación de sí misma, es de tanto valor delante de Dios que sus obras han credo un obispo para la Iglesia!”.
Pierre Mouroux +
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.