La Pasión del Corazón de Jesús

Fuente: Distrito de México

Nuevamente nos encontramos en la Semana Santa. Vamos a contemplar la pasión de Nuestro Señor una vez más. Y a pesar de que lo hemos hecho tantas veces, nunca se agotan las enseñanzas de Jesús, nunca se agotan las luces que podemos recibir de Dios si meditamos seriamente en la pasión del Señor.

Para esto nos basamos en el Padre Carlos Parra SJ (Le messager du Coeur de Jesus)

Durante su pasión, el Corazón de Jesús no dejó de padecer ni un momento. Sin embargo, hubo una hora en que padeció solo: en el Huerto de los Olivos, antes de la pasión sangrienta, tuvo lugar la pasión del Corazón de Jesús.

Nuestro Señor sufre una aflicción mortal. Siente pavor y angustia y les dice a sus discípulos “Mi alma siente una tristeza mortal, quedaos aquí y velad” y apartándose de los tres discípulos comienza a orar: “Padre si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Así estuvo una hora rezando. Al volver donde los discípulos, los encontró durmiendo y Jesús se sintió más desolado aun, porque se sintió solo. Luego vuelve a orar de la misma manera “Padre si es posible aparta de mi este cáliz”. Nuevamente encuentra dormidos a los apóstoles. Y va a rezar por tercera vez de la misma manera. Llega a sudar gotas de sangre, ¿cuál no habrá sido la presión de los sentimientos que oprimían su corazón? Es una verdadera agonía la de Nuestro Señor.

Y ¿Por qué agoniza Jesús? ¿Acaso porque la Pasión se acerca y ve con claridad todos los tormentos que tendrá que padecer, los del cuerpo, los del corazón y los del espíritu? Esto es ya muy terrible y basta para agobiar a Jesús, pero hay algo que es peor aún.

¿Será que conoce con precisión, por su número y por su nombre, las almas, a las cuales estos terribles sacrificios de nada servirán, si no es para que su condenación sea más justa y más severa? Sí, esto también lo aflige terriblemente, pero aún hay algo más terrible.

Carga con todos los pecados de la humanidad, Él que es la santidad misma, el Verbo de Dios, se ve aplastado por un peso tan horrible como el del pecado. San Pablo dice: “Ha tratado a aquel que no conocía el pecado, como si fuese el pecado mismo” 

“Representaos dice Bosuet, a este divino Salvador, sobre el cual caen de repente las iniquidades de toda la tierra: de un lado las traiciones y perfidias; de otro las impurezas y los adulterios; de otro las impiedades, los sacrilegios, las imprecaciones y las blasfemias; finalmente, todo cuanto hay de corrompido en una naturaleza tan depravada como la nuestra. ¡Cúmulo espantoso! Todo esto se precipita sobre Jesucristo. A donde quiera que vuelva los ojos sólo ve torrentes de pecados, que caen sobre su persona: Torrentes iniquitatis conturbaverunt me. Un solo hombre anegado por muchos torrentes de iniquidades, que lo agitan, lo revuelven, lo aplastan: conturbaverunt me. Vedle prosternado y abatido, gimiendo bajo un peso tan vergonzoso, sin atreverse a mirar al cielo. ¡Hasta tal punto gravita sobre su cabeza la multitud de sus crímenes, es decir de los nuestros, que de verdad han llegado a ser suyos. ¡Pecador rebelde y soberbio, mira a Cristo en esta actitud! ¡Porque tu andas con la cabeza erguida, Jesús tiene el rostro pegado en la tierra; porque tú sacudes el yugo de la disciplina y porque te parece ligera la carga del pecado, Jesucristo es oprimido bajo su peso; porque tú te regocijas pecando, Jesús entra en la agonía!”

¿De qué agoniza Jesús? Agoniza porque el pecado se consuma en el corazón. Si es el corazón el culpable del pecado, el que repara los pecados del mundo, ha de sufrir primeramente la pasión en el corazón. Es necesario que antes de la satisfacción sangrienta de la cruz, el pecado se expíe por la contrición. La agonía de Jesús es la contrición terrible por los pecados del mundo.

Por esta causa, el corazón de Jesús es invadido por el temor. El temor de los juicios de Dios, forma parte de la contrición y con frecuencia es el comienzo de la misma. El espanto del Salvador es muy fácil de entender: él es el “pecado” del mundo en presencia de la justicia de Dios. ¿Quién mejor que él conoce la malicia que encierra el pecado? ¿Quién mejor que Él sabe el odio que enciende en Dios? ¿Quién mejor que Él puede imaginarse lo terrible que ha de ser caer en manos de un Dios vivo? 

Y por este temor que le hiela el alma, Jesús expía en su Corazón, la ligereza irreflexiva, con que los hombres ofenden a Dios; la insolente confianza, con que sin arrepentirse de verdad, solicitan su perdón. Meditemos en la agonía de Nuestro Señor queridos fieles y aprendamos a temer a Dios.

El Corazón de Jesús, sucumbe bajo la vergüenza. Ahora bien ¿no consiste la contrición en el hastío del pecado y en la vergüenza que nos inspira? Nosotros moriríamos de pena, si nuestra vida, con todas sus miserias y sus pequeñeces, con todo el mal que oculta y todas las tentaciones que la agitan, quedase al descubierto delante de nuestros amigos, sobre todo delante de aquellos cuya estima tenemos interés en conservar. ¿Qué es esto comparado con la confusión de Cristo, al verse ante el Padre y sentirse el justo objeto de su horror?

Finalmente, el Corazón de Jesús sucumbe bajo una tristeza de muerte. Es lo íntimo de la contrición: Dolor de las faltas, dolor que pide perdón, dolor que nos ayuda a evitarlas. El que entiende lo que es el pecado, sabe que es el único mal del hombre: todos los demás comprometen la vida presente; el pecado compromete la eternidad, ofende a Dios y es en un sentido muy verdadero, un mal infinito. ¿Quién sabe esto mejor que Jesús? Como quiera que este dolor constituye la esencia de la contrición, la razón última de la agonía de Cristo, en el Huerto es ésta: Jesús es triturado, su Corazón es aplastado por nuestros pecados. Fue este dolor el que hizo que estallara y que derramara al exterior la sangre que en Getsemaní, corrió por el suelo. Y nosotros, con qué ligereza vemos el pecado. Esto cambiaría si contempláramos el estado de dolor a que nuestras culpas han reducido a nuestro divino Maestro.

Corazón de Jesús, desgarrado por la agonía del Huerto, yo tiemblo al veros solo, ocupando mi lugar, en presencia de la justicia del Padre. Permitidme acompañaros en vuestra pasión con un dolor de corazón verdadero por mis pecados y que así, al menos, vuestra sangre preciosísima no haya sido derramada en vano por mi alma.

Queridos hermanos acompañemos a Nuestro Señor en esta Semana Santa, y de esta manera consolemos su Corazón y reparemos por tantos pecados tan horribles que se cometen actualmente. No seamos nosotros también indiferentes a la terrible Pasión de Jesús, porque ya hay demasiados que lo son.

Con mi bendición, Padre Pablo González, Prior


El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.

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