La Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo - SMS 503
En este artículo reflexionaremos sobre la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y sus apariciones a su Madre la Santísima Virgen y a María Magdalena, y cómo nos renueva la gracia devuelta por su Santo Sacrificio en la Cruz, por lo que debemos procurarla con gran celo.
El domingo pasado, Nuestro Señor resucita. Así como en la Encarnación el Ángel anuncia a todos el milagro excelso de la encarnación, este día es un Ángel también quien va a darnos la buena nueva de su resurrección. El Ángel va a cantar el pregón de alegría y felicidad: “Resucitó”.
Junto con ese sepulcro vacío y el testimonio del Ángel se completa la evidencia del milagro. Y no cualquier milagro sino el milagro más grande de Nuestro Señor.
Es el milagro más grande, porque en él solo hay la divinidad…. No hay intervención de lo humano…… Es el milagro en donde solo está la divinidad… Un milagro que sólo Dios ve… Que está guardado en Dios.
A tal punto es importante la resurrección que Nuestro Señor va a vincular en eso su más grande testimonio de la divinidad…. Muriendo, y resucitando se verá que es Dios.
La incredulidad de todos, judíos y apóstoles, hace necesaria esta manifestación: Ha resucitado, luego es Dios. San Pedro había levantado la voz y había dicho: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Cierto es…. Pero ese Viernes Santo, eso desapareció, no quedo nada más que negación. Esta luz que Nuestro Señor había puesto, se había extinguido.
En el sepulcro es Cristo mismo quien vuelve a encender al mundo. En la Vigilia pascual, a oscuras, encendemos esa luz “Lumen Christi”. En la oscuridad es donde más brilla Cristo. Es en donde Cristo va a resplandecer . Noche esta más resplandeciente que la Encarnación.
Ahora lo que para los hombres fue señal de ignominia, Nuestro Señor lo carga glorioso. Aquella corona de espinas, es ahora una diadema de gloria. Sus llagas son las heridas triunfantes del gran Rey, que ha vencido aún cuando es vencido. Las burlas, los improperios ahora son los vítores de los Ángeles, los cánticos de gloria. La muerte dolorosa, se ha transformado en vida gloriosa. Gozo sin igual… Gozo que es comunicativo…. El bien se difunde… Ese es el gozo nuestro… El gozo de Cristo Resucitado.
Las apariciones
Resucitado, se va a aparecer en distintas oportunidades. Goza del don de sutilidad, es decir, puede penetrar la materia; goza de la agilidad: se mueve a la velocidad de sus pensamientos. Goza de la inmortalidad. Y así glorioso, es como parte a visitar a sus más queridos.
En primera instancia, se va a aparecer a su Madre. Quien es compañera de penas, tiene que ser compañera de las glorias. Y nadie sufrió más que Nuestra Señora. La Virgen se encontraba a la espera, segura de la Resurrección. Su Hijo había dicho que resucitaría al tercer día. Por ende, la expectativa en Ella aumenta en la medida que pasan las horas. Ora con fervor, con una oración nacida de la certeza que le da, certeza que tiene de que se cumpla lo anunciado, debido a que su Hijo lo ha dicho: “Exsurge, exsurge”, esa debe ser su oración. Levantate oh Sol, oh Alegría.
En esa actitud, nos vemos cada uno, así debemos esperar la gracia, sabemos que Dios nos va a conceder todo lo bueno que le pidamos, todo aquello que necesitamos, pero el momento en donde va a venir a consolarnos…. Ese momento exacto lo ignoramos. Levantate, Señor y ven en mi auxilio. Por esto hemos de perseverar, aun en medio de desgana y sequedades espirituales; pero precisamente en estos trances debemos demostrar que apreciamos más al Señor que sus consuelos, es decir, que a nosotros mismos.
Y entonces en medio del silencio, del recogimiento, cumple Nuestro Señor los deseos de su Madre; estando postrada la Virgen de hinojos, Él la levanta del suelo, para que Ella lo vea glorioso, resplandeciente de hermosura.
Después de la aparición a su Madre Santísima, se apareció a María Magdalena. La gracia del Señor se derrama sobre un alma penitente, así como en la Cruz, es el penitente quien recibe los cuidados de Jesús. Quien había sido tan fiel amante al pie de la Cruz, y ahora con tanta copia de lágrimas lloraba junto al sepulcro.
Jesús quiere consolar a las almas fieles. Las culpas pasadas no obstaculizan los favores y gracias divinas cuando con verdadera contrición se borran, y con nuevos obsequios de ardiente caridad se recompensan.
También con las almas penitentes es el Señor liberalísimo de sus gozos cuando han participado algo de sus penas.
Dice san Francisco de Sales que la bondad Divina quiere remunerar aun en esta vida, con dulces consolaciones de espíritu a cualquiera que bebe una gota de su amarga hiel, a quien acepta una sola espina de su corona, a quien participa un ligero golpe de sus azotes, una pequeña astilla de su Cruz.
Si, pues, el Salvador comunica así sus gozos a quien participa de sus dolores, dichosas son aquellas almas que saben padecer algún poco con Jesús crucificado y estar con la Magdalena al pie de la Cruz para llorar sus culpas y sacar de las fuentes de las sacratísimas llagas el agua de las consolaciones del Cielo.
Pero, ¡Cuidado! En nada aprovechará el haber conocido esta bella verdad, y haber conseguido la gracia, si de nuevo miserablemente la perdemos.
Antes nos sería de perjuicio, porque tanto más graves serán las ofensas a Dios, cuanto mayores hayan sido los beneficios recibidos de su mano.
El doctor Angélico se pregunta si es mayor la culpa que comete un inocente perdiendo la gracia recibida en el bautismo, o la que comete un penitente, perdiendo la que había recibido en la confesión.
Y resuelve el Santo Doctor diciendo que es más grave la nueva culpa del penitente ya justificado, por cuanto ésta contiene una mayor ingratitud.
Por eso advierte San Bernardo: Teme por la gracia recibida, teme más por la gracia perdida, y teme mucho más por la gracia ya recobrada.
Santo temor debe haber cuando se vive en gracia, por el peligro de que se rompa el vaso y se desparrame lo que Dios ha puesto en nuestra alma; mayor cuando se ha recuperado, porque, si de nuevo se pierde, nos hacemos indignísimos de la misericordia de Dios, y provocamos su justicia para no concedernos más el perdón.
No quiere decir esto que la divina clemencia no esté inclinada a perdonar siempre las nuevas culpas, sino que la humana ingratitud debe temer más las recaídas, viendo cuánto más difícil es alcanzar la gracia para salir nuevamente del pecado.
San Pablo es muy claro: Expurgad el viejo fermento, para que seáis nueva masa, como sois ázimos. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Comamos, pues, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia y de maldad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad.
Y supliquemos como nos enseña la Sagrada Liturgia: Oh Dios, que, vencida la muerte por tu Hijo unigénito, nos has abierto hoy la puerta de la eternidad: nuestros votos, que Tú previenes con tu inspiración, prosíguelos también con tu ayuda.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.