¡La Santa Sede renuncia a convertir a los judíos?
Un documento presentado por el cardenal Kurt Koch afirma que no necesitan “una confesión explícita de Cristo” para salvarse.
El cardenal Kurt Koch (en la foto, a la derecha), presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, presentó este jueves 10 de diciembre en la Oficina de Prensa de la Santa Sede el documento Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50° aniversario de Nostra Aetate (núm. 4). Lo hizo acompañado por el secretario de la comisión, Norbert Hoffmann, SDB, por el rabino David Rosen, del Comité Judío Americano de Jerusalén (en la foto, a la izquierda), y por el profesor y teólogo judío Edward Kessler, director fundador del Instituto Woolf de Cambridge.
“El texto”, dice el mismo documento, “no constituye un documento magisterial o una enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica, sino sólo una reflexión, preparada por la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, sobre temas teológicos actuales, desarrollados a partir del Concilio Vaticano II, que pretende ser un punto de partida para un ulterior pensamiento teológico, en vistas a enriquecer e intensificar la dimensión teológica del diálogo Judío-Católico''.
Que no constituye un documento magisterial ni una enseñanza doctrinal de la Iglesia es evidente, puesto que la contradice. Pero marca el camino que la Santa Sede propone a los católicos en su relación de apostolado (de no-apostolado, en realidad) con los judíos, y a los judíos mismos en su relación con la fe.
El documento reconoce, por un lado, que “no puede haber caminos o acercamientos diferentes a la salvación de Dios”: “La teoría de que puede haber dos caminos diferentes de salvación, el camino judío sin Cristo y el camino con Cristo, que los cristianos creen identificarse con Jesús de Nazaret, pondría de hecho en peligro los fundamentos de la fe cristiana” (n. 35). Pero inmediatamente se deja sin efecto esta afirmación: “De la confesión cristiana, de que sólo puede haber un camino de salvación, no se sigue en forma alguna que los judíos queden excluidos de la salvación de Dios porque no creen en Jesucristo como Mesías de Israel e Hijo de Dios”. Y deja sin resolver la contradicción, considerada un “misterio insondable”: “Que los judíos son participes de la salvación de Dios es teológicamente incuestionable; pero cómo pueda ser esto posible sin confesar a Cristo explícitamente, es y seguirá siendo un misterio divino insondable” (n. 36).
Nótese que el documento no afirma que sea un misterio cómo se presentará Cristo a quienes inculpablemente no Le conozcan para que, si han vivido según los Mandamientos y en gracia de Dios, puedan confesarle explícitamente. Esto entraría entre las cuestiones que la doctrina católica considera, efectivamente, un misterio. Lo que el documento afirma es que los judíos pueden salvarse “sin confesar a Cristo explícitamente”. Da por hecho que su salvación se producirá sin una condición planteada por Nuestro Señor mismo: “El que no crea, se condenará” (Mc 16, 16).
La base de todas estas afirmaciones reside en que la Antigua Alianza de Dios con el pueblo judío “nunca se ha invalidado”. El documento considera esta afirmación (contraria a la fe) como “verdadera”, pero sin embargo reconoce que “no puede leerse explícitamente” ni siquiera en la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, y que “la hizo en cambio por primera vez con total claridad el Papa Juan Pablo II… durante una reunión con los representantes judíos en Maguncia el 17 de noviembre de 1980” (n. 39).
En el siguiente párrafo, el documento expresa la renuncia de la Santa Sede a evangelizar a los judíos: “Es fácil entender que la así llamada ‘misión a los Judíos’ es para los judíos una cuestión muy delicada y sensible, porque a sus ojos lleva implicada la existencia misma del pueblo judío. Esta cuestión se demuestra también ardua para los cristianos, pues a sus ojos el significado de la universalidad salvífica de Jesucristo, y por consiguiente la misión universal de la Iglesia, tienen una importancia crucial. La Iglesia se ve así obligada a considerar la evangelización en relación a los judíos, que creen en un solo Dios, con unos parámetros diferentes a los que adopta para el trato con las gentes de otras religiones y concepciones del mundo. En la práctica esto significa que la Iglesia católica no actúa ni sostiene ninguna misión institucional específica dirigida a los judíos. Pero, aunque se rechace en principio una misión institucional hacia los judíos, los cristianos están llamados a dar testimonio de su fe en Jesucristo también a los judíos, aunque deben hacerlo de un modo humilde y cuidadoso, reconociendo que los judíos son también portadores de la Palabra de Dios, y teniendo en cuenta especialmente la gran tragedia de la Shoah” (n. 40).
Y, poco después, el documento hace una afirmación explícitamente contraria a San Pablo. Si el Apóstol dice “ya no hay judío ni gentil” (Gál 3, 28), la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo dice textualmente que “es y sigue siendo una definición cualitativa de la Iglesia de la Nueva Alianza el hecho de estar formada por judíos y gentiles, aun cuando las proporciones cuantitativas de judíos y cristianos pudiera causar inicialmente una impresión diferente” (n. 43).
Por último, en cuanto a las “metas del diálogo con el judaísmo”, entre las que no figura la conversión de los judíos, se señala que, “desde la perspectiva cristiana, constituye una meta importante difundir entre los cristianos los tesoros espirituales escondidos en el judaísmo” (n. 44).