La verdad de la Iglesia sobre la dignidad de la persona humana y la libertad

Fuente: Distrito de México

He aquí unas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sobre algunas verdades de la Iglesia que molestan tanto a protestantes como a aquellos católicos imbuidos de liberalismo.

Evidentemente la Verdad de la Iglesia tiene consecuencias que molestan a los protestantes y también a algunos católicos imbuidos de liberalismo. A partir de ahora, el nuevo dogma que ocupará el lugar que correspondía a la Verdad de la Iglesia será el de la dignidad de la persona humana, junto con el bien supremo de la libertad: dos nociones que se evita definir con claridad. De ello se sigue que, según nuestros novadores, la libertad de manifestar públicamente la religión de la propia conciencia viene a ser un derecho estricto de toda persona humana y que nadie en el mundo puede prohibir. Poco importa si se trata de una religión verdadera o falsa, o si promueve virtudes o vicios. ¡El único límite será un bien común que celosamente rehúsan definir!

Por consiguiente, habrá que revisar los concordatos entre el Vaticano y las naciones que, por otra parte, otorgan, con razón, una situación preferencial a la religión católica. El Estado debería ser neutro en materia de religión. Habrá que revisar muchas constituciones de Estado, y no sólo en las naciones de religión católica. ¿No se les ha ocurrido a esos nuevos legisladores de la naturaleza humana que el Papa también es un jefe de Estado? ¿Van a invitarlo también a secularizar el Vaticano? Consecuencia de ello sería que los católicos perderían el derecho de obrar para establecer o restablecer un Estado católico. Su deber consistiría en mantener el indiferentismo religioso del Estado.

Recordando a Gregorio XVI, Pío IX calificó tal actitud de delirio y, más aún, de «libertad de perdición.» 1 León XIII trató el tema en su admirable Encíclica Libertas. ¡Todo eso era adecuado para su época, pero no para 1964!

Es quimérica la libertad que desean los que la consideran un bien absoluto. Si es verdad que la libertad suele estar restringida en el orden moral, mucho más aún en el orden de la elección intelectual. Dios ha suplido admirablemente las deficiencias de la naturaleza humana por medio de las familias que nos rodean: la familia en que hemos nacido y que debe educarnos; la patria, cuyos dirigentes deben facilitar el desarrollo normal de las familias hacia la perfección material, moral y espiritual; la Iglesia, mediante sus diócesis, cuyo padre es el obispo y cuyas parroquias forman células religiosas donde las almas nacen a la diva divina y se alimentan en esta vida, mediante los sacramentos.

Definir la libertad como ausencia de coacción significa destruir todas las autoridades que Dios ha puesto en el seno de estas familias para facilitar el buen uso de la libertad, que se nos ha dado para buscar espontáneamente el Bien, y en dado caso, para no tener que buscarlo, como sucede con los niños y a quienes son como ellos. La verdad de la Iglesia es la razón de ser de su celo evangelizador, de su proselitismo y, por consiguiente, la razón profunda de las vocaciones misioneras, sacerdotales y religiosas, que exigen generosidad, sacrificio y perseverancia en las aflicciones y en las cruces. Este celo y fuego que quiere abrasar al mundo resulta molesto para los protestantes, y, por lo tanto, se va a trazar un esquema sobre la Iglesia en el mundo que evite cuidadosamente hablar de evangelización. ¡Se podría elaborar toda la sociedad terrestre sin tratar en ella de sacerdotes, religiosos o religiosas, sacramentos, Sacrificio de la Misa, ni de instituciones católicas, como escuelas, obras de caridad espirituales y materiales!... Con semejante espíritu resulta muy difícil un esquema sobre las misiones. ¿Piensan los novadores llenar de este modo los seminarios y noviciados?

La verdad de la Iglesia es también la razón de ser de las escuelas católicas. Con el nuevo dogma se insinúa que más valdría fusionarlas con las demás escuelas, siempre y cuando mantengan el derecho natural. Evidentemente, ya no queda lugar para religiosos y religiosas. ¡La admirable Encíclica de Pío XI sobre la educación de la juventud era para 1929 y no para 1964!

1 Quanta Cura, 8 de diciembre de 1864.

Monseñor Marcel Lefebvbre+

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