Las letanías lauretanas o de la Santísima Virgen María
Dice San Pablo que Dios, en el Nuevo Testamento, infunde a los fieles por la gracia un espíritu, no ya de servidumbre para servir a Dios movidos por el temor, sino un Espíritu de adopción de hijos, que nos hace clamar «¡Abba, Padre!»; es decir, infunde en nuestros corazones sentimientos filiales hacia Dios. Pero no es menos cierto que ese mismo Espíritu nos da también como un instinto filial hacia la Santísima Virgen: así como nos hace clamar «¡Abba, Padre!» respecto de Dios, así también nos hace clamar «¡Imma, Madre!» respecto de Nuestra Señora.
Pues bien, una de las más hermosas manifestaciones en la oración cristiana de este clamor del Espíritu Santo respecto de la Virgen María son las conocidas Letanías lauretanas, así llamadas en honor de Nuestra Señora de Loreto; invocaciones canonizadas ya por una costumbre secular, y aprobadas y elaboradas de tal modo por la Iglesia que, sin su permiso, no pueden introducirse en ellas invocaciones nuevas.
Así, en los países hispanos, la Iglesia permitió añadir la invocación Madre Inmaculada, que no se encuentra en las Letanías por así decir oficiales. Igualmente, fue el Papa León XIII quien añadió la invocación Reina del santísimo Rosario; el Papa Pío IX introdujo, a su vez, la invocación Reina concebida sin mancha de pecado original; finalmente, Pío XII incluyó la invocación Reina asunta al cielo. Es decir, que la Iglesia ha velado por estas Letanías, para que sean la expresión fiel de la fe de la Iglesia respecto de Nuestra Señora.
¿Cuál es el plan de estas Letanías? Pues las Letanías tienen un plan. La Iglesia, y el Espíritu Santo que la anima, nos llevan a ensalzar a través de ellas cuatro grandezas específicas en la Virgen María, que en las Letanías aparecen casi por orden, aunque a veces se combinen de varios modos.
1º La Maternidad divina
El primer privilegio que ensalzan las Letanías es la MATERNIDAD DIVINA. Hay, pues, toda una serie de invocaciones que la alaban por ser la Madre de Dios, la Madre de Cristo, la Madre del Creador, refutando así todo error arriano o nestoriano; ya que la Virgen María no es solamente la Madre de Jesús, sino realmente la Madre del Creador, afirmándose claramente con ello que ese Jesús del que la Virgen es Madre es el mismo Creador en persona. Es la Madre del Salvador, pues este Jesús es el Salvador de la humanidad, que la Santísima Virgen nos entrega al dar a luz a Jesús.
Primer título, pues, que se alaba en las Letanías, con gran variedad de calificativos honrosos, de alabanza y de admiración: Madre amable, Madre admirable, Madre del buen consejo, como los que un hijo puede dirigir a una Madre tan grande y ensalzada; Madre purísima, que conjuga la maternidad con la pureza y la castidad, y con la misma virginidad, siendo Madre incorrupta.
2º La Virginidad perpetua
El segundo título que ensalzan las Letanías es la VIRGINIDAD DE MARÍA. Toda una serie de invocaciones expresa en términos directos esta virginidad, y otra serie de invocaciones la expresa de manera metafórica, a través de imágenes de la Sagrada Escritura.
Es Ella una Virgen prudente, una Virgen digna de veneración, una Virgen que ha de ser predicada, divulgada, anunciada a los cuatro vientos; una Virgen poderosa y una Virgen clemente con sus fieles devotos; una Virgen fiel, esto es, una Virgen llena de fe, y una Virgen hallada fiel a Dios Nuestro Señor.
Espejo de justicia: lo cual quiere decir que María Santísima, en su virginidad, es un reflejo fiel de la virginidad de la Trinidad, de la pureza misma de la esencia divina; siendo así Vaso espiritual, Vaso digno de honor, Vaso insigne de devoción. Ella es la Torre de David, porque en su virginidad María Santísima es impenetrable como una torre, y no hay por dónde atacarla o asaltarla; el enemigo, frente a Ella, se encuentra como un soldado ante una poderosa fortificación; Torre de marfil, para indicar su limpieza y pureza, sugerida por el marfil; Casa de oro, por comparación con el Templo, ese Templo de Salomón revestido todo de oro por dentro, para indicar la mayor magnificencia y pureza.
3º La Mediación universal
El tercer título que honran las Letanías es su MEDIACIÓN UNIVERSAL. Desde siglos la Iglesia ha reconocido siempre en la Virgen María la gran Mediadora, Intercesora y Abogada del pueblo fiel ante cualquier tipo de dificultades, como nos lo indican las invocaciones que siguen.
Arca de la Alianza. ¡Qué expresión tan hermosa, pero que indica ya la idea de intercesión! Dios ha hecho una alianza con su pueblo en el Nuevo Testamento, y ha dejado, como señal de esta alianza, un Arca, y ese Arca es la Virgen. De manera que, así como en el Antiguo Testamento el pueblo que tenía el Arca estaba seguro de la presencia de Dios en medio de él, de la protección de ese Dios y de la victoria que le concedía en sus batallas contra el enemigo; así también la Virgen María es el Arca de la Alianza, la señal de la presencia de Dios en la Iglesia católica, la garantía del triunfo de la Iglesia contra todos los enemigos, tanto temporales como espirituales, la prenda de su victoria y la seguridad de la protección divina. Que ese Arca no falte en nuestras familias, que ese Arca no falte en cada una de nuestras almas; sepamos refugiarnos realmente en Nuestra Señora y apelar a su protección, a su vigilancia, a su gobierno.
Puerta del cielo. Son palabras muy fuertes, si se recuerda que en el Evangelio Nuestro Señor dice: «Yo soy la Puerta». Pues bien, la Iglesia dice: También la Virgen María es la Puerta del cielo. La idea es bien clara: nadie entra en el cielo sino a través de la Virgen; y así, el que tiene el amor de la Virgen, el que vive en intimidad con Ella, tiene asegurado el acceso al cielo. Evidentemente la Puerta del cielo es Nuestro Señor, pero la que tiene la llave de esa Puerta es la Virgen. Hagámonos, pues, amigos de esta Portera celestial, que sabe abrir las puertas del cielo, y que ciertamente ha prometido abrírsela a sus devotos.
Estrella de la mañana. Otra invocación audaz; pues en la Sagrada Escritura es Nuestro Señor quien dice: «Yo soy la Estrella matutina»; y la Iglesia se atreve a aplicársela a la Santísima Virgen. ¿A qué estrella se refiere? Al planeta Venus, que brilla como una estrella, pero brilla siempre al amanecer, indicando que el día se acerca infaliblemente. Y eso es exactamente la Virgen María en nuestras almas: es la primera luz que amanece en nuestros corazones, indicando que pronto estará en ellos Nuestro Señor, a quien Ella introducirá como en Caná: la Santísima Virgen María estaba primero en esas bodas, pero después de la Virgen llegó Nuestro Señor, y la presencia de la Virgen María aseguró a los esposos y a los convidados esta intercesión tan poderosa que les alcanzó de Jesús aun aquellos bienes de cuya carencia ni siquiera eran conscientes. Ella introduce a Jesús, y al introducir a Jesús introduce todo su poder, toda su misericordia, y con ello todas sus gracias, todos sus beneficios.
El resto de las invocaciones nos indica cómo la Virgen es para nosotros un recurso contra todo tipo de males: Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los Cristianos. Por donde se mencionan cuatro categorías de males.
Salud de los enfermos. La Virgen María es primeramente el gran remedio frente a las enfermedades corporales. Si leemos las vidas de los Santos, y los hechos de la historia de la Iglesia, ¡cuántas veces veremos intervenir a la Santísima Virgen para conceder la salud, para otorgar una curación, un alivio en las enfermedades más penosas! Lourdes es un ejemplo perenne de ello.
Refugio de los pecadores. Ella es también la que cura las enfermedades del alma, los pecados. También la historia nos cuenta cuántas veces la Virgen María ha asegurado al pecador el arrepentimiento, y le ha asegurado la misericordia de su Hijo. A este refugio pueden acogerse todos los pecadores, por grandes que sean; y si lo hacen, están seguros de alcanzar de Dios el perdón, y de no ser inquietados, de no ser sacados de allí por la justicia divina.
Consoladora de los afligidos. Ante las angustias y aflicciones internas, nadie consuela tan bien como la Madre, que tiene el secreto del corazón de sus hijos.
Auxilio de los Cristianos. Y frente a las adversidades externas, es el gran Auxilio de los Cristianos, como también lo ha demostrado la historia, concediendo a la Iglesia esa protección frente a enemigos temibles: el arrianismo, el islam (a través del Rosario), la herejía moderna (apariciones de Fátima).
4º La Realeza de todo lo creado
Y el cuarto título que alaban las Letanías es el de REINA DEL MUNDO CREADO; y las invocaciones de las Letanías van enumerando de qué es Reina la Virgen Santísima, porque Ella engloba de manera eminente todo lo que podemos ver en las diferentes categorías de Santos.
Reina de los Angeles. Los Angeles no comparten nuestra alegría de tener a la Virgen María por Madre, porque la Virgen María no los engendró a ellos; pero sí comparten al menos la alegría de tenerla por Reina, ya que en la prueba a que fueron sometidos allá en el cielo, para poder salvarse y alcanzar la visión beatífica, tuvieron que aceptar la realeza de Cristo y de María; lo cual hace que la Virgen María sea su Reina, y los tenga a todos ellos por servidores.
Reina de los Patriarcas, porque todo lo que los Patriarcas pudieron entrever de lejos, se refería a Ella, a lo que Ella iba a dar al mundo. Reina de los Profetas, pues lo que ellos anunciaban, la Virgen María no solamente lo vio realizado, sino que Ella lo hizo realizarse. Reina de los Apóstoles, pues todo lo que los Apóstoles predicaron, la Virgen María lo había primeramente contemplado y guardado en su Corazón. Ella es la Maestra de los Apóstoles, como se ve en San Lucas: toda la infancia del Salvador nos llega a través de la Virgen Santísima, siendo instruidos los Apóstoles de labios de la Virgen María.
Reina de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes: la Virgen María es la Reina de esa triple categoría de santos, que goza en el cielo de una aureola particular, por cuanto posee de manera eminente cada una de estas tres aureolas: la del martirio, la del doctorado y la de la virginidad.
Conclusión
¡Qué hermosa es esta oración de las Letanías! ¡Qué regalo nos hace la Iglesia poniendo en nuestros labios la manera de invocar de la manera más conveniente a nuestra Madre del cielo, elogiándola en sus principales grandezas, y haciéndolo de manera filial, cordial, admirativa! Pues en las Letanías es el corazón el que estalla en sentimientos filiales de admiración, de agradecimiento, de súplica, al contemplar la grandeza de la Virgen, toda en provecho nuestro. Fijémonos que la Virgen María es Madre de Dios; y que por ser Madre de Dios es Reina de toda la Creación. Pero esa Maternidad va acompañada, sólo en Ella, de la Virginidad, de modo que ya no volverá a darse otro ejemplo de existencia simultánea de estas dos cualidades, Madre y Virgen. Y asimismo, esa Realeza la Virgen María la pone a nuestra disposición, convirtiéndose en una Intercesora todopoderosa a favor nuestro, para que sus hijos tengan la seguridad de que, siendo Ella la Reina de todo lo creado, no hay nada que Ella no pueda concederles.
Realmente estas Letanías son para nosotros una invitación a cultivar un espíritu filial hacia María, una instigación a adquirir una gran devoción a la Virgen, pero una devoción que no sólo nos lleve a acudir a Ella en nuestras necesidades, sino sobre todo a vivir en intimidad con Ella, como un hijo lo hace con su Madre, y nos incite a imitar a la Virgen, como todo hijo imita a su Madre. Es este carácter filial el que, a través de esa imitación e intimidad, nos asegura a nosotros, sus hijos, la protección, la guía y la tutela de la Virgen Santísima. Que así sea con cada uno de nosotros, con cada una de nuestras familias.
Fuente: Hojitas de Fe (Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora)