Las penas que se sufren en el purgatorio

Fuente: Distrito de México

Siempre es bueno y provechoso tener presente el purgatorio y los terribles sufrimientos que las almas de los fieles difuntos experimentan en ese lugar, para que nosotros, que aún podemos y tenemos tiempo, enmendemos nuestras vidas y costumbres.

El lenguaje de los Santos Padres y de toda la tradición cristiana, respecto a este punto, es que las penas del Purgatorio son análogas en su intensidad, no en su duración, a las del infierno. Como en este sitio de horror, son de dos clases: pena de daño y pena de sentido. Pena de daño, la privación temporal de ver a Dios; pena de sentido, el tormento del fuego.

El alma, desprendida ya de toda humana y terrena envoltura, ansía ver a Dios a quien ardientemente ama y cuyo goce es lo único que puede satisfacer sus anhelos. No nos es dado, en nuestra actual miserabilísima condición, comprender cuál sea la fuerza de ese impulso, lo calenturiento de esa sed, las agonías de esa hambre, que siente el espíritu respecto a Dios, a quien vuela como a su último fin, y al que se siente atraído y del que se siente necesitado con necesidad y atracción irresistible. Y no obstante se reconoce indigno de Él por la mano de su justicia, que le exige expiación completa. El mismo amor aguija el deseo, y a éste convierte en congoja la tardanza de la posesión.

En cuanto a la pena de sentido, podemos considerar cuál sea por lo que aborrece Dios el pecado, pues sólo la figura y apariencia de pecador castigó por tan terrible manera en la persona de su Hijo Unigénito, durante las horas de su dolorosa Pasión.

El fuego del mundo, dicen a una los Santos Padres, es pintado en comparación del que arde en aquel crisol del Purgatorio, donde con indecibles dolores se depuran las almas de sus escorias e inmundicias. Y a semejanza de lo que en el infierno sucede, las almas en el Purgatorio son con preferencia atormentadas, según algunos contemplativos, en aquello en que principalmente pecaron.

¡Señor y Jesús mío! Tanto amasteis al pecador, que por él os sometisteis a las horribles congojas y torturas de vuestra dolorosa Pasión. No os podemos, pues, tachar de injusto, ¡tanto aborrecéis al pecado!, si por él no vaciláis en someter las almas que os son más queridas a las espantosas expiaciones del Purgatorio. En Vos mismo hicisteis brillar los rayos de vuestra vengadora justicia; en ellas como en Vos esta vengadora justicia no fue más que un rasgo de infinita misericordia.

Atormentáis, Dios mío, y os atormentaron porque bien queréis; como ama la joya de oro que a fuerza de lima pule y abrillanta el hábil joyero, antes de presentarla al dueño de quien debe ser el más preciado adorno.

Bendigo y alabo y adoro y beso vuestra mano, a la vez amorosa y justiciera, que así me ha de tratar, y así trata a las almas de mis hermanos, que no amo tanto yo como Vos la amáis. Y recuerdo hoy, para interesaros en su favor y sufragio, las humillaciones y vilipendios que de los judíos sufristeis la noche aquella de vuestra Pasión, cuando a altas horas de ella, suspendido el Consejo en casa de Caifás, os encerraron en lóbrego calabozo, hasta el amanecer del día siguiente, para presentaros el tribunal de Pilatos. De Vos dice un Santo Padre, que no se sabrá hasta el día del juicio lo que en tal noche pasó en manos de sus custodios y verdugos vuestra divina persona. Aplicadlo bondadosamente, Señor y Jesús mío, en sufragio de mis culpas y de las de mis prójimos del Purgatorio, para que se abrevie la noche cruel de sus penas y les llegue cuanto antes la aurora y claro día de su eterna felicidad. Mirad, Señor, que son duras como la muerte las congojas del amor, y crueles como el infierno las ansias de lo que ardientemente se anhela. Amén.

Fuente: “Reforma y perfección de la vida. Mes de noviembre” (Día 9), D. Félix Sardá y Salvany.