Los tesoros del hogar
"De todos los tesoros que os habéis traído el uno al otro, queridos recién casados, y que ponéis en común para embellecer vuestro hogar y para transmitirlos a los hijos y a las generaciones que nacerán de vosotros, no hay ninguno que enriquezca tanto como el tesoro de las virtudes." Artículo tomado del discurso de S.S. el Papa Pío XII a los recién casados el 14 de abril de 1943.
Estas virtudes, que se suelen comparar a las flores —lirio de pureza, rosa de caridad, violeta de humildad — es preciso cultivarlas en el hogar y para el hogar. Pero ¿para qué fatigarse tanto por cultivar las virtudes? Si son sobrenaturales, son un don gratuito de Dios; ¿qué necesidad hay, por lo tanto, del trabajo del hombre, y de qué eficacia puede ser una acción tal, desde el momento que la obra es divina y que no tenemos en ella poder alguno? Ciertamente sólo Dios infunde en el alma las virtudes esencialmente sobrenaturales de la Fe, Esperanza y Caridad; sólo Él viene a injertar sobre las virtudes naturales la virtud de Cristo, que les comunica su vida divina y hace de ellas otras tantas virtudes sobrenaturales.
Las flores naturales de nuestros jardines son bien delicadas: el viento las deseca, el hielo las quema, son sensibles lo mismo al exceso que a la falta de sol o de lluvias. Es preciso que el jardinero las cuide atentamente para protegerlas. De manera semejante —porque las cosas terrenas no son sino imagen perfecta de las divinas — también las flores sobrenaturales, con las que el Padre celestial adorna la cuna del niño recién nacido, exigen solícitos cuidados para no morir; requieren todavía más para vivir, para abrirse y producir sus frutos. Pero tienen sobre las flores naturales de los jardines de la tierra esta superioridad, que aunque expuestas también ellas a morir, están sin embargo destinadas a la inmortalidad, a aumentar indefinidamente el esplendor, sin que su marchitez sea la triste condición de su fecundidad. A crecer hasta que plazca al jardinero divino recogerlas para adornar y perfumar eternamente con ellas el jardín del Paraíso. ¿Cómo se han de cultivar, pues, las virtudes? Del mismo modo que las flores. Hace falta defender a estas flores contra las causas de muerte, secundar su brote y su desarrollo; un sabio y hábil cultivo llega a traspasar a ellas las cualidades y las bellezas de otras. Así ocurre también en el cultivo de las flores sobrenaturales que son las virtudes.
Según el orden normal de su providencia, la verdadera vida virtuosa florece y llega a plena madurez, desde que con el Bautismo se infunden las virtudes en el alma del niño, donde, como en una buena tierra, se desarrollarán progresivamente, cuando sean cultivadas con cuidado. Dios ha creado la naturaleza humana, el alma que Él une al cuerpo formado en el seno materno, y esta naturaleza es un terreno rico de buenas disposiciones e inclinaciones. Él pone en esta misma naturaleza la luz de la inteligencia, el calor, el vigor de la voluntad y del sentimiento; pero en esta tierra, bajo esta luz y este calor, Él deposita, animándolas con vida divina, las virtudes sobrenaturales, como gérmenes escondidos, y mandará el sol, la lluvia y el rocío de su gracia, para que el ejercicio de las virtudes, y con él las virtudes mismas, avancen y se desenvuelvan. Pero hace falta todavía que el trabajo del hombre coopere con los dones y con la acción de Dios. Y, ante todo, desde el primer instante, la educación del niño por parte del padre y de la madre; luego, la correspondencia personal por parte del niño mismo, a medida que va siendo adolescente y hombre.
Si la cooperación de los padres con la potencia creadora de Dios, para dar la vida a un futuro elegido del cielo, es uno de los designios más admirables de la Providencia para honrar la humanidad, ¿no es todavía más admirable su cooperación para formar un cristiano? También en vosotros mismos, y ante todo en vosotros mismos, hace falta que cultivéis las virtudes. Lo exige vuestra misión y vuestra dignidad. Cuanto más perfecta y santa es el alma de los padres, tanto más delicada y rica es, en todo caso, la educación que dan a sus hijos. No olvidéis que el ejemplo obra sobre aquellas pequeñas criaturas incluso antes de la edad en que podrán comprender las lecciones que reciban de vuestros labios.
Por eso, vosotros tenéis el deber de preservar al niño, y a vosotros mismos, de todo lo que podría poner en peligro vuestra vida honesta, cristiana y la de vuestros hijos, de todo lo que podría entenebrecer o dañar vuestra fe y la suya, ofuscar la pureza, la claridad, la frescura de vuestras almas y las suyas. ¡Cuánto son de lamentar aquellos que no tienen en absoluto conciencia de esta responsabilidad, ni consideran el mal que se hacen a sí mismos y a las inocentes criaturas, que han dado a la luz de este mundo, cuando desconocen el peligro de tantas imprudencias de lecturas, de espectáculos, de relaciones, de usos, cuando no se dan cuenta que un día la imaginación, la sensualidad, harán revivir en el espíritu y en el corazón del adolescente lo que de niño sus ojos habían entrevisto sin comprender! Preservar no basta: hace falta ir deliberadamente al sol, a la luz, al calor de la doctrina de Cristo, buscar el rocío y la lluvia de su gracia para recibir de ella la vida, el desarrollo, el vigor.
Pero hay todavía más. Si no hubiera existido el pecado original, Dios habría mandado al padre y a la madre de familia, como a nuestros progenitores, que trabajaran la tierra, que cultivaran las flores y los frutos, pero de modo que el trabajo hubiera sido al hombre alegre, no gravoso. Pero el pecado, tan frecuentemente olvidado, práctica o descaradamente negado, ha hecho el trabajo austero: la naturaleza, como la tierra, pide ser trabajada con el sudor de la frente. Es preciso trabajar incesantemente, escardar, arrancar las malas inclinaciones, los gérmenes viciosos, combatir los influjos nocivos; es preciso cortar, podar, es decir, rectificar las desviaciones hasta de las mejores tendencias; hace falta, según los casos, estimular la inercia, la indolencia en la práctica de algunas virtudes, frenar o regular la tendencia natural, la espontaneidad en el ejercicio de otras, a fin de asegurar el armonioso incremento de todas.
Este trabajo es de todos los instantes de la vida; se extiende al cumplimiento de los otros trabajos diarios, y da a éstos el único valor que importa en definitiva, y juntamente su belleza, su encanto, su perfume. ¡Que vuestro hogar, gracias a vuestros cuidados, tienda a resultar semejante al de la Sagrada Familia de Nazaret, y sea un jardín íntimo, donde el Maestro guste de venir a cortar lirios! Sobre él descenderá, como rocío, su bendición fecundante, en prenda de la cual os impartimos de corazón nuestra paterna bendición apostólica.
El Boletín San Benito es el boletín oficial del Priorato San Benito en Gómez Palacio, Durango.