Lutero, ¿testigo del Evangelio?
Cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.
Considerar a Lutero un “testigo del Evangelio” olvida que las condenas de Lutero y el luteranismo (de León X al Concilio de Trento) sirvieron precisamente para salvaguardar la verdad del Evangelio, corrompida por el libre examen luterano.
Esta consideración de Lutero como “testigo del Evangelio” proviene a su vez del documento Del conflicto a la comunión elaborado en 2013 por la Comisión Luterano-Católico Romana sobre la Unidad con vistas a la celebración del quinto centenario del que se considera nacimiento oficial de la Reforma: cuando Lutero clavó, el 31 de octubre de 1517, en la puerta de la capilla del Palacio de Wittenberg, sus 95 tesis heréticas. El punto 29 de dicho documento dice lo siguiente: “Un acercamiento implícito a las preocupaciones de Lutero ha conducido a una nueva evaluación de su catolicidad, que se dio en el contexto del reconocimiento de que su intención era reformar y no dividir a la iglesia. Esto surge claramente de las afirmaciones hechas por el cardenal Johannes Willebrands y por el Papa Juan Pablo II. El redescubrimiento de estas dos características centrales de su persona y de su teología llevó a un nuevo entendimiento ecuménico de Lutero como un «testigo del evangelio»”.
Es muy grave que un organismo de la Santa Sede considere a Lutero un “testigo del Evangelio” con la única justificación de “su intención”.
Primero, porque lo que ha impedido durante cinco siglos a los católicos reconocer en Lutero a un “testigo del Evangelio” no ha sido una supuestamente errónea consideración sobre sus intenciones subjetivas, sino la condenación de sus errores objetivos por la bula Exsurge Domine de León X en 1520, donde los califica como “heréticos, escandalosos, falsos u ofensivos de los oídos piadosos o bien engañosos de las mentes sencillas y opuestos a la verdad católica”.
Segundo, porque podría concederse a Lutero el beneficio de la duda en cuanto a sus intenciones si sus “intenciones” de reforma no hubieran, de hecho, producido división. Pero, puesto que la división se produjo, y él vio que se producía, y no solo no aceptó con humildad la corrección de la condena sino que multiplicó su actividad para ahondarla, exonerarle de responsabilidad resulta ridículo. Si yo levanto un cuchillo para matar a alguien, podrán analizarse cuáles eran mis intenciones si finalmente, por lo que sea, no lo mato. Pero, si lo mato… ¿cabe dudar de cuáles eran?
El Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos sacrifica la Verdad en aras de una imposible “comunión” en la que la fe no está presente. Nótese el lenguaje usado: “Separando lo que es polémico de las cosas buenas de la Reforma…” Esto es: en la Reforma no hay cosas malas, solo cosas buenas y cosas “polémicas”, en las que la Verdad desaparece.
¿Testigos del Evangelio? O Lutero o León X. Los dos a la vez es imposible. Hay que elegir. Y la Santa Sede ya lo ha hecho.