Meditaciones para el Primer Sábado de mes
MEDITACIÓN DEL SANTO ROSARIO
MISTERIOS DOLOROSOS
PRIMER MISTERIO: LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS
FRUTO DEL MISTERIO: LA CONTRICIÓN POR NUESTROS PECADOS
Contemplemos con emoción santa el primer misterio doloroso del Rosario, la Oración de Jesús en Getsemaní.
No se haga mi voluntad sino la tuya, repetía Jesús a su Eterno Padre, en su agonía de Getsemaní. No ha habido oración más grata al Señor. No se haga mi voluntad sino la tuya, diré con Jesús cuando la enfermedad me aflija o el dolor me oprima. En las tribulaciones, en los trabajos, en las penas del alma y en los sufrimientos del cuerpo, repetiré resignado en las manos de Dios: Señor, hágase tu voluntad. Conmigo está Jesús orando y sufriendo, a fin de que se cumpla en mí la voluntad divina.
La oración de Jesús fue una oración retirada… Se separa hasta de sus íntimos, para hablar a solas con Dios. Ora con profunda humildad y reverencia interior y exterior. La actitud del cuerpo es humilde, reverente… Fue una oración acompañada de grande confianza y amor. Es la oración que Dios escucha, la que brota de un corazón humilde y confiado. La de un corazón amante… Ora con grande abnegación de la propia voluntad, resignada eternamente en la divina voluntad. Sólo quiere Jesús el beneplácito divino, complacer a su Padre…
Oración larga, muy larga, de más de tres horas cumplidas. Que mi oración se parezca un poco a la de mi Jesús en Getsemaní, y será despachada favorablemente en el cielo. Escribe San Lucas: ”Y venido en agonía, oraba más intensamente. Y su sudor se hizo como gramos de sangre, que corría hasta la tierra”. ¡Espectáculo nunca visto!...Dios sudando sangre por amor al hombrecillo pecador.
Mis pecados hacen sudar sangre a Jesús. Me pesa de haber pecado. No pecaré más. Suda sangre el buen Jesús por mis tibiezas en su servicio. Debo enmendarme. Tengo que servirle con fervor… Suda sangre por mi amor, por mi salvación. ¿Qué debo yo hacer y padecer por Él?...
Sangre de Cristo, embriágame en tu divino amor y en deseos de sufrir algo por Ti, mi dulcísimo Redentor. Amor por amor…Sangre por sangre… Vida por vida… Confortemos al Señor… Jesús muere en el Calvario. Pero tiene su agonía en Getsemaní. En la cruz padece su cuerpo…, en el Huerto padece su alma una verdadera Pasión interior, como la Crucifixión de su Corazón.
PROPÓSITO: NO COMETER NINGUNA FALTA A SABIENDAS
(Meditaciones tomadas de: Hidalgo, A.S.J., (1956). El libro de la Virgen Meditaciones Marianas. Misterios Dolorosos, Sevilla, España: Apostolado Mariano).
SEGUNDO MISTERIO: LA FLAGELACIÓN
FRUTO DEL MISTERIO: LA MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS
Meditemos hoy el segundo misterio doloroso, los azotes que el Señor pasó por mí, atado a la columna. La flagelación de Jesús es injusta. Sabe Pilatos que el Señor es inocente, lo dice públicamente, y le condena a los azotes. Mas Jesús soporta con paz este injusto suplicio, porque tiene sed de padecer por nosotros. Tanto nos ama…
La flagelación es muy humillante. Sólo se daba a esclavos y gente baja. El azotado perdía la reputación para siempre. Por ella quiere pasar el Señor, para abatir nuestra soberbia. No se cansa de ser humillado por mí… La flagelación era un suplicio muy vergonzoso. Jesús se ve desnudo delante de un público soez, que lo llena de insultos… El modestísimo Jesús queda expuesto a la vergüenza pública.Todo lo sufre en silencio por mi salvación…
La flagelación era un tormento atrocísimo, de sumo dolor. El famoso orador romano,Cicerón, lo llama la mitad de la muerte, y de hecho, algunos pobrecitos morían a veces bajo el horrible azote. Tormento dolorosísimo por parte de los instrumentos empleados, pues el azote romano desgarraba las carnes, abriendo llagas largas y profundas, saltando pedazos de piel y de carne por los aires. Dolorosísimo, por el número de azotes, que fueron muchísimos. Con Jesús no hubo miramiento alguno. Dolorosísimo para Jesús por la sensibilidad exquisita del Cuerpo del Señor, hecho como para sufrir.
¿Quién padece tan atroz y humillante tormento? El Hijo de Dios, el inocentísimo Jesús, mi amorosísimo Redentor. ¿Por quiénes los sufre? Por nosotros, sus siervos, por nuestros pecados, por nuestra salud…Para darnos el cielo. ¿Cómo lo sufre? Con infinita paciencia y mansedumbre. Lleno de amor a los hombres. Desando padecer más. ¿Qué padece en la flagelación? Padece deshonor y vergüenza por verse azotado en público, con gran ignominia para su adorable persona. Padece dolores insoportables en todo su organismo… Padece que la Santísima Virgen se hallaba presente en este horrible suplicio. Los azotes que desgarran el cuerpo del Hijo, van destrozando el corazón de la Madre. Consolemos a Jesús y a María con nuestro amor.
¡Pobre Madre!... Su corazón sufre un espantoso martirio al oír el chasquido horrísono de los azotes. El pecho se le rompe de dolor…Se ahoga de angustia…Y no puede auxiliar en nada a su Hijo… Es el cuchillo de Simeón que se le hunde en el pecho, produciéndole un desgarramiento atroz, dolorosísimo… No cabe mayor dolor…
PROPÓSITO: EVITAR CON DILIGENCIA TODO PELIGRO DE IMPUREZA
(Meditaciones tomadas de: Hidalgo, A.S.J., (1956). El libro de la Virgen Meditaciones Marianas. Misterios Dolorosos, Sevilla, España: Apostolado Mariano).
TERCER MISTERIO: LA CORONACIÓN DE ESPINAS
FRUTO DEL MISTERIO: LA MORTIFICACIÓN DEL AMOR PROPIO
Hoy debemos contemplar devotamente el tercer misterio doloroso, cómo los soldados coronan de espinas a Jesús. Misterio de suma humillación. Misterio de sumo dolor. Misterio de tierno amor por parte de Jesús.
Los soldados se burlan del Señor colocando sobre su cabeza una corona de punzantes espinas…Todo lo sufre con dulcísima paciencia por nosotros. No se cansa de sufrir… Miraré con ternura y compasión la cabeza y la frente de Jesús, orladas con la dolorosísima diadema de espinas.
¡Qué horrible tormento!... ¡Qué humillación más cruel!... Las espinas, duras y largas, se clavan en esas partes delicadas y sensibles de las sienes, con dolor acerbísimo, para el Señor… La sangre corre en abundancia, baña los ojos y las orejas, hasta penetrar en la boca, entreabierta por el insoportable dolor… Queda su divino rostro surcado por hilos de sangre, que descienden por la barba y los cabellos, que se tornan rojos al empaparse en sangre. Piensa, alma mía, en este supremo dolor del buen Jesús, y llora tus pecados, causa de tan espantoso tormento.
Jesús no sucumbe de dolor porque el amor que nos tiene le da fuerzas para soportar este inefable martirio. ¿Cómo corresponderé yo a su amor?. ¿Por qué quiso el Señor padecer este horrible tormento de la corona de espinas? Nos lo dicen los Santos: Por nuestros pensamientos vanos y orgullosos. Por nuestros pensamientos poco castos. Por nuestros pensamientos sensuales y licenciosos. Debo enmendarme si en algo he faltado, para no herir más al amantísimo Jesús ¡Ni una espina más sobre su cabeza!.
¡Qué poco me parezco al pacientísimo Jesús! A mí me domina la impaciencia ante la más ligera contrariedad. Los Santos tenían deseos de ser despreciados por Cristo. Pidamos al Señor, coronado de espinas, que nos enseñe esta difícil ciencia: que sepamos soportar con mansedumbre las burlas y menosprecios.
¿Asistiría la Virgen a esta escena?... Al menos tendría conocimiento de lo que se estaba haciendo con su hijo. Y esto fue para María una nueva espada de dolor. Nuestra Señora se asocia en todo a la Pasión de Jesús, para ser de hecho nuestra Corredentora. Le hemos costado mucho y por eso nos ama mucho, como no nos ha amado nadie en la tierra, después de Jesús. La medida de su amor a los hombres hay que buscarla en su dolor.
PROPÓSITO: LLEVAR CON PACIENCIA LAS INJURIAS
(Meditaciones tomadas de: Hidalgo, A.S.J., (1956). El libro de la Virgen Meditaciones Marianas. Misterios Dolorosos, Sevilla, España: Apostolado Mariano).
CUARTO MISTERIO: JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS CAMINO AL CALVARIO
FRUTO DEL MISTERIO: LA MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS
Nos toca meditar hoy el cuarto misterio doloroso del Rosario: Jesús con la cruz a cuestas, camino del Calvario. Con reverencia filial a su Padre, con inmenso amor a los hombres, Jesús abraza la cruz de muy buena gana. Mira la cruz como instrumento de su propia exaltación, de la redención del mundo, fuente inagotable de todo bien. Vayamos nosotros al lado del Señor para consolarle, para animarnos a llevar nuestra cruz de cada día con garbo. Jesús camina penosamente, extenuado, bajo el peso de la cruz, que nuestros pecados le han fabricado. Se oyen gritos y comentarios…Todos clavan sus ojos en el Nazareno, y los más le insultan y se mofan de Él…
El Señor avanza con dificultad… Va anonadado por los malos tratos del populacho, que no se cansa de injuriarle, devorado por la sed, agotado por la pérdida de sangre. Lleva la cruz sobre el hombro derecho. La va sosteniendo con ambas manos. Cae repetidas veces al suelo. Su divino rostro está desfigurado por la sangre, el sudor y los salivazos… Sus cabellos y barba en desorden y llenos de coágulos de sangre… La carga pesadísima de la cruz y las cuerdas con las que va atado aprietan sus vestidos contra su cuerpo lacerado y los hacen penetrar por las heridas abiertas… Sufre lo indecible.
Va orando por el mundo…, por mi salvación… Ofrece todos sus dolores y angustias por la salud de los hombres. Es decreto de Dios, que todos llevemos nuestra cruz en el calvario de esta vida. Gimiendo bajo su peso y queriendo en vano arrojarla de sí, llevan la cruz del mal ladrón los pecadores soberbios y lujuriosos…, que no se quieren convertir… Roguemos al Señor por ellos.
Llevan la cruz del buen ladrón los pecadores arrepentidos, que van lavando sus pecados con lágrimas de contrición. Los fervorosos cristianos…suben abrazados con la cruz de Jesús. Van gozosos de padecer algo por Jesús. ¿Qué cruz llevo yo?... Seré mil veces dichoso si elijo la de Cristo y con ella a cuestas le sigo hasta morir por su amor… ¡No cabe en la tierra gloria mayor!
En la calle de la Amargura Jesús se encuentra con su Madre. ¡Qué sentiría la Virgen al ver a su Hijo tan desfigurado! Una espada de dolor traspasó su alma. Llora lágrimas amargas, quiere hablarle y se le anuda de emoción la garganta, se le rompe el corazón de pena, es un retablo de dolor, le oprime el pecho una angustia mortal… Desde este momento María no se separa de Jesús. Sigue a su Hijo hasta el Clavario, quiere morir con Él por mí.
PROPÓSITO: LLEVAR RESIGNADO MI CRUZ DIARIA
(Meditaciones tomadas de: Hidalgo, A.S.J., (1956). El libro de la Virgen Meditaciones Marianas. Misterios Dolorosos, Sevilla, España: Apostolado Mariano).
QUINTO MISTERIO: CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
FRUTO DEL MISTERIO: EL DON DE SI MISMO A LA OBRA DE LA REDENCIÓN
Meditaremos hoy el quinto misterio doloroso, que es la Crucifixión y muerte de Jesucristo. Serían las tres de la tarde, cuando en torno a las cruces hay un profundo silencio en el Calvario… Es la hora de entregar Jesús su espíritu, de consumar, con su muerte dolorosísima la redención del mundo… Asistamos con fe y devoción a la muerte del Señor.
Oigamos a Jesús dando una gran voz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. E inclina su cabeza para morir. Es cosa tan horrenda el pecado, que, para castigarlo justamente, fue preciso que muriera en una cruz el Hijo de Dios. ¿Tendré todavía valor para pecar ante el cadáver del Omnipotente, muerto para expiarlo?...
Oremos en silencio… Abracémonos a la cruz bendita, donde muere el Redentor. Digamos con San Buenaventura: “Hazme fuerte, ¡oh Crucificado!, para que llore tu muerte mientras me dure la vida; contigo quiero ser herido y, abrazado a Ti, quiero permanecer en la cruz” Muere Jesús por mí, perdón y misericordia. Muere Jesús, Sumo Sacerdote, sacrificándose Él a sí mismo en el ara de la cruz por la redención del mundo. Muere Jesús, Maestro divino, después de habernos leído desde la cátedra de la cruz unas lecciones de vida eterna. Muere Jesús, el Buen Pastor, para rescatar las ovejas descarriadas y volverlas al aprisco de su amor. Muere Jesús, Rey de Reyes, y con su muerte triunfa de la misma muerte del pecado. Queda derrotado el infierno. Muere Jesús, Padre amantísimo, después de habernos dejado la herencia de la gloria. Muere Jesús, y toda la naturaleza se conmovió por la muerte de su Señor, y mostró a su manera su gran dolor.
Contemplemos a la Santísima Virgen, serena, firme, en medio de su inmenso dolor, al pie de la cruz. Es la Corredentora al lado del Redentor. Es la Madre de todos los redimidos. Al expirar su Hijo, María se aproxima más a la cruz, la abraza reverente, llorosa, y con incontenible emoción deposita en los pies aún calientes de su Jesús el beso más puro, más dulce y amoroso salido de labios humanos. Con María abracemos también nosotros esa cruz sacrosanta y besemos reverentes y agradecidos los pies del Señor. La muerte de Jesús, con su vida toda, es obra estupenda del amor divino. No cabe amor mayor: Jesús ha dado su vida por mi salvación. Esto me obliga a mucho…
Ella llora, y yo, pequé, Madre piadosa, perdón, que yo le crucifiqué, yo su sangre derramé y manché la creación.
PROPÓSITO: UNIR MIS SUFRIMIENTOS A LOS DE JESÚS