Miércoles de Ceniza en el convento de las Madres Mínimas Franciscanas - 05/03/2025
El Miércoles de Ceniza marca el inicio del tiempo de Cuaresma, un período de penitencia, oración y ayuno que prepara a los fieles para celebrar con fruto la Pascua. En la capilla de las Madres Mínimas Franciscanas, ubicada en la Ciudad de México, más de 200 fieles se congregaron para recibir la ceniza.
Inicio de la Cuaresma
En este inicio de la Cuaresma, debemos recordar que hemos pecado. Hemos pecado contra Dios. Hemos preferido el amor de tantas otras cosas al amor de Dios: el amor de un vestido quizás indecente, de un vehículo, de un celular, de una serie de televisión. Y la Iglesia nos lo recuerda; estas cenizas nos recuerdan precisamente que todas las criaturas son cenizas, que todas esas cosas se disuelven, que no son nada, y que hemos dejado a Dios por nada.
Eso es lo que nos recuerdan las cenizas de este Miércoles. Hace apenas un par de años, ante la amenaza de perder la vida corporal por una enfermedad, muchos renunciaron incluso a saludar al vecino, llegando a denunciarse unos a otros. "No me vayan a traer la muerte", decían algunos. Los parientes se alejaron entre sí; los padres evitaron recibir a sus hijos, y los hijos dejaron de visitar a sus padres por temor a perder la salud, a perder esta vida terrenal. Ni siquiera se visitaba a Dios, pues hasta las iglesias se cerraron por ese amor desordenado a la propia vida.
Memento, Homo
Y la Iglesia nos lo recuerda con las palabras que pronuncia el sacerdote al imponer las cenizas: Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris—"Recuerda, hombre, que eres polvo y al polvo volverás." Nuestro cuerpo también se convertirá en cenizas. Hemos olvidado el amor al prójimo y el amor a Dios, aferrándonos egoístamente a nuestra propia vida, a nuestro propio cuerpo, sin recordar que también él se convertirá en ceniza. Las cenizas que hoy hemos recibido nos lo recuerdan: son signo de nuestro arrepentimiento. Y son cenizas, las vemos ahora, impuestas sobre nosotros en este día. Donde hay cenizas, hubo fuego. Un fuego que, aunque ahora oculto, nos ha consumido interiormente y nos ha traído hasta aquí con el deseo de iniciar la Cuaresma.
El fuego que purifica y nos conduce a la Pascua
Todas esas cosas que nos apartaban de Dios están representadas en estas cenizas. Nos arrepentimos y estamos dispuestos a hacer penitencia. Ese mismo fuego que nos ha conducido hasta este momento es el que arderá al final de este camino cuaresmal, en la noche de Pascua. Es el fuego que brillará en la puerta de la iglesia, el fuego que es Dios.
Dios es amor, un amor exigente, porque es un amor sabio y misericordioso. Es ese fuego el que nos ha purificado, el que encenderá el Cirio pascual, que es Cristo mismo. Y ese Cirio ha encendido nuestros corazones. El mismo Cirio que cada uno de nosotros recibió en el Bautismo es el fuego de Cristo, la chispa divina que vino a iluminarnos. Tal vez la hemos dejado apagar muchas veces por el pecado, pero hoy vuelve a encenderse en nuestro interior, revelándonos —al consumirlas y reducirlas a cenizas— todas aquellas cosas que nos alejaban de Dios.
Ese es el fuego de Dios, el fuego que enciende la caridad en nuestros corazones. Es el fuego que nos ha traído hasta aquí y que debe crecer en este tiempo de Cuaresma para completar su obra en nosotros. Es un fuego que quema la paja, que consume lo que es nada, lo que no es de Dios. Pero también es un fuego que purifica lo que sí le pertenece, porque, aunque muchas cosas en nuestra vida carecen de valor, el amor de Dios ha depositado en nosotros su gracia, su caridad, su oro. Y ese oro debe ser purificado.
No es un fuego que solo destruye, sino un fuego que transforma, que renueva, que recrea. Es el fuego de la Pascua, de la Resurrección. Es el fuego que debe crecer y arder en nosotros, consumiendo todo lo que nos aleja de Dios y purificando lo que Él ha puesto en nuestro interior: su gracia, su vida, ese tesoro que, en su infinita misericordia, nos ha comunicado.
Ese es el fuego que consumará su obra al final de los tiempos. Es el fuego del amor de Dios el que lo incendiará todo. Los tiempos concluirán en una gran conflagración, pero no será una destrucción, sino una purificación. Todo el universo será renovado por el fuego del amor divino.
Ese mismo fuego ha comenzado a obrar en nuestros corazones y ha dejado estas cenizas de penitencia como signo de su acción. Su obra culminará al final de los tiempos, cuando Dios nos devuelva todas las cosas, pero transformadas, renovadas en su luz. Todo aquello que no hemos sabido amar según su voluntad será enderezado por Él. Así nos lo enseñan los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola en la Contemplación para alcanzar el amor de Dios, punto culminante de los retiros espirituales.
Cuando podamos verlo todo con los ojos de Dios, con el amor de la caridad, entonces todo estará transformado y purificado. Y en ese día, Dios nos restituirá no solo nuestro cuerpo, sino también todas las cosas, incluso las más pequeñas, pero renovadas y transfiguradas por su fuego purificador. Que verdaderamente hagamos penitencia, penitencia por todo eso que es vano, vacío y sin valor, pero que, sin embargo, nos aleja de Dios. Que, a través de esta penitencia, crezca en nosotros la obra maravillosa de Dios y la purificación de nuestro corazón, para que nos haga vivir la Pasión de nuestro Señor y llegar, así, a la gloria de su resurrección.
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