Miércoles de Pascua - textos litúrgicos
El Evangelio de hoy nos refiere una tercera aparición, que fué sólo para siete discípulos, a orillas del lago de Genesareth. Nada más conmovedor que esta alegría respetuosa de los Apóstoles ante la aparición de su Maestro, que se digna servirles una comida. Juan, antes que ningún otro, ha notado la presencia de Jesús; no nos asombremos; su gran pureza esclareció la mirada de su alma. Pedro se arroja a las olas para llegar antes a la presencia de su Maestro; se exteriorizaba como el Apóstol impetuoso, pero que ama más que los otros. ¡Cuántos misterios en esta admirable escena!
MISA
El Introito está formado con las palabras que el Hijo de Dios dirigirá a sus elegidos en el último día del mundo al abrirles su reino. La Iglesia las aplica a sus neófitos, elevando de este modo sus pensamientos hacia la felicidad eterna, cuya esperanza ha sostenido a los mártires en sus combates.
INTROITO
Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino, aleluya, que os ha sido preparado desde el principio del mundo. Aleluya, aleluya, aleluya.— Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo: cantad al Señor, tierra toda. Gloria al Padre.
En la Colecta la Iglesia recuerda a sus hijos que las fiestas de la Liturgia son un medio para arribar a las festividades de la eternidad. Este es el pensamiento y la esperanza que domina en todo el Año litúrgico. Debemos, pues, celebrar la Pascua temporal de manera que merezcamos ser admitidos a los goces de la Pascua eterna.
COLECTA
Oh Dios, que nos alegras con la anual solemnidad de la Resurrección del Señor: haz propicio que, por medio de estas fiestas temporales que celebramos, merezcamos llegar a los gozos eternos. Por el mismo Jesucristo. nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de los Actos de los Apóstoles (III, 12-15. 1T-19).
En aquellos días, abriendo Pedro su boca, dijo: Varones israelitas, y los que teméis a Dios, oíd. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilatos, cuando éste juzgaba que debía ser absuelto. Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diera el hombre homicida; en cambio, matasteis al Autor de la vida, al que Dios resucitó de entre los muertos, de lo que somos testigos nosotros. Y ahora, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, como también vuestros príncipes. Pero Dios, que había predicho por boca de los Profetas que Cristo había de padecer, lo cumplió así. Arrepentios, pues, y convertios, para que sean borrados vuestros pecados.
También hoy llega a nosotros la voz del Principe de los Apóstoles que proclama la Resurrección del Hombre-Dios. Cuando pronunció este discurso estaba acompañado de San Juan y acababa de obrar en una de las puertas del templo de Jerusalén su primer milagro, la curación de un cojo. El pueblo se había agrupado alrededor de los dos discípulos y por segunda vez Pedro tomaba la palabra en público. El primer discurso había conducido a tres mil al bautismo; éste conquistó cinco mil. El Apóstol ejerció verdaderamente en esas dos ocasiones el oficio de pescador de hombres, que el Salvador le asignó en otra ocasión, cuando le vió por primera vez.
Admiremos con qué caridad San Pedro invita a los judíos a reconocer en Jesús al Mesías que esperaban. Les da seguridad del perdón, a aquellos mismos que habían renegado de Cristo, y los disculpa atribuyendo a ignorancia una parte de su crimen. Ya que ellos han pedido la muerte de Jesús débil y humillado, consientan al menos hoy que está glorificado, en reconocerle por lo que es, y su pecado les será perdonado. En una palabra, humíllense y serán salvos. Dios llamaba de este modo a sí a los hombres rectos y de •buena voluntad; y continúa haciéndolo en nuestros días. Jerusalén dió algunos; pero la mayor parte rechazó la invitación. Lo mismo ocurre en nuestros días; roguemos y pidamos sin cesar para que la pesca sea cada vez más abundante y el festín de la Pascua más concurrido.