Misa del día de Navidad - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

"Alégrense los cielos y regocíjese la tierra ante la faz del Señor: porque ha venido".

INTROITO

Un Niño nos ha nacido, y nos ha sido dado un Hijo: cuyo imperio descansa en su hombro: y se llamará su nombre: Ángel del gran Consejo. Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas. — V. Gloria al Padre.

En la Colecta la Iglesia pide que el nuevo Nacimiento que acaba de realizar el Hijo de Dios en el tiempo, no carezca de efecto, sino que obtenga nuestra libertad. Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que la nueva Natividad según la carne de tu Unigénito, nos libre a los que la vieja servidumbre retiene bajo el yugo del pecado. Por el mismo Señor.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Hebreos (I, 1-12.)

Habiendo hablado Dios en otro tiempo muchas veces y de muchos modos a los Padres por los Profetas: en estos últimos dias nos ha hablado por el Hijo, al cual constituyó heredero de todo, y por el cual hizo también los siglos: el cual, siendo el resplandor de su gloria y el retrato de su substancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, obrada la expiación de los pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas: hecho tanto más excelente que los Ángeles, cuanto más alto es el nombre que heredó. Porque ¿a cuál de los Ángeles dijo jamás: Tú eres mi Hiio, yo te he engendrado hoy? Y otra vez: ¿Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo? Y de nuevo, cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: Y adórenle todos los Ángeles de Dios. Y, ciertamente, de los Ángeles dice: El que hace a sus Ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego. Mas al hijo le dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos: el cetro de tu reino es cetro de equidad. Amaste la justicia y odiaste la iniquidad: Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría más que a tus compañeros. Y: Tú, Señor, fundaste en él principio la tierra: y obra de tus manos son los cielos. Estos perecerán, mas tu permanecerás; y todos envejecerán como un vestido: y los mudarás como una vestimenta, y serán mudados: tú, en cambio, siempre eres el mismo, y tus años no acabarán.

El gran Apóstol, en este magnífico encabezamiento de su Epístola a sus antiguos hermanos de la Sinagoga, pone de relieve el Nacimiento eterno del Emmanuel. Mientras que nuestros ojos se posan con ternura en el dulce Niño del pesebre, él nos invita a elevarlos hasta aquella Luz soberana, en cuyo seno el mismo Verbo que se digna habitar en el establo de Belén, oye al Padre eterno que le dice: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado; este hoy es el día de la eternidad, día sin mañana ni tarde, sin amanecer y sin ocaso. Si bien es cierto que la naturaleza humana, que se digna tomar en el tiempo le coloca debajo de los Angeles, el título y la cualidad de Hijo de Dios que le pertenece por esencia, le elevan infinitamente por encima de ellos. Es Dios, es el Señor, y los cambios no le afectan. Envuelto en pañales, clavado en la cruz, muriendo de dolor en su humanidad, permanece impasible e inmortal en su divinidad; para eso goza de un Nacimiento eterno...

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