Nuestra Señora de la Humildad

Fuente: Distrito de México

Recordemos que la humildad, junto con la fe, es el fundamento de nuestra vida espiritual, ya que combate el principal obstáculo de todo progreso: el orgullo. La humildad es esa virtud difícil, que muchas veces no tienen las personas virtuosas, los héroes, los sacrificados, los desprendidos y los generosos, y que Nuestra Señora siempre tuvo en demasía.

Hay muchas maneras de practicar esta virtud, como lo es: reconocer continuamente nuestra dependencia total de Dios, sobre todo mediante la obediencia; desconfiar de nosotros mismos; abrazar las humillaciones; despreciarnos a nosotros mismos; buscar la vida oculta. Esta última forma, tal vez la más difícil de practicar, es en la que principalmente descolla la Santísima Virgen, como veremos en el artículo que les proponemos a continuación. Este artículo es un pequeño extracto del librito “María, el Niño y el Carpintero” del Padre Pedro María Iraolagoitia; quiera Dios que todos aprendamos de la Santísima Virgen a amar eclipsarnos a nosotros mismos, y no reputarnos por nada, aún de preocuparnos únicamente y en todo de la mayor gloria de Dios, Señor Nuestro. 

P. Luis Rodríguez Ibarra

“En treinta años de vecindad en Nazaret, ni un gesto de María que indicara a los vecinos y vecinas su verdadero rango, su fenomenal categoría de Madre de Dios, de Reina del cielo y del mundo. La humildad de María. Esta absoluta carencia de orgullo, de vanidad, de la más mínima intención de aparentar, de ser estimada de los demás, es algo que no podemos comprender en una mujer... ni en un hombre.

Todos somos tan innata, tan estúpidamente vanidosos, que la mitad de nuestras actitudes todas se reducen a aparentar que somos más de lo que somos. Nos pasamos la vida tratando de aparentar que somos muy inteligentes, que somos muy guapos, que somos muy honrados. Unas se pintan la cara y se tiñen el pelo para parecer más bellas de lo que son; otros pintamos y teñimos nuestras palabras para aparentar que sabemos mucho más de lo que sabemos; otros tiñen sus negocios para que parezcan justos y honrados; otros arreglamos nuestros gestos para aparentar que somos más virtuosos de lo que somos. Todos tenemos mucho cuento. Todos, menos María. María en Nazaret. María la Madre de Dios, con sus vestidos no mejores que las demás; con sus gestos sencillos, mucho más sencillos que los de los demás del pueblo.

María que, en treinta años, no ha tenido un solo gesto para demostrar «que Ella no es menos que Fulanita». ¡Cuántas veces la Virgen se dejó superar por Fulanita y Menganita en vestidos, en muebles de casa...; cuántas veces hasta vistió más pobremente a su Hijo que lo que vestían las vecinas a sus respectivos hijos! Cuando en la tertulia, las vecinas alardeaban de que conocían y trataban con gente rica y gorda de Jerusalén, María escuchaba tranquila sin tratar de meter una carta más grande en el juego que las demás... ¡Ella, codearse con gente grande...! Ella trataba mucho, sí, con su marido, José, y con su Hijo, Jesús...

María no dijo a las amigas que se le había aparecido un Ángel del cielo. Tampoco le dijo a ninguna íntima, «el secreto», que Ella era Madre siendo Virgen. Cuando el Ángel le reveló que era la escogida por el Altísimo entre todas las mujeres, no se le ocurrió marchar a Cafarnaúm a verse con la modista. No quiso «venir a más». Sabía que era la Señora de cielos y tierra, pero no le importaba que las vecinas la sorprendieran lavando con el delantal viejo, ni que la viera el pueblo entero llevando el balde de la basura hasta el barranco. Nunca aprendió María a distinguir bien cuáles son esas cosas que no pueden hacer las señoras, esas cosas que sólo pueden hacer las sirvientas. María no lo aprendió nunca porque, el día en que Dios la hizo Señora, Ella dijo que era la sirvienta del Señor.

Después de ser Madre de Dios, María sigue remendando y poniéndose el mismo vestido, empuñando la misma escoba, lavando los mismos trastes, yendo al mismo lavadero a lavar la ropa, hablando y sonriendo a las mismas personas que antes. La Madre de Dios sigue disfrazada de aldeanita, de pueblerina de Nazaret para que aprendamos nosotros, los comediantes que siempre nos disfrazamos de más en la vida. Nosotros, los eternos payasos, con nuestras máscaras y nuestros gestos honorables. La vida de María fue un caminar constante por una calle oscura. Ella no salió a pasear a la Calle Mayor del mundo. Esa difícil renuncia a ser admirada, estimada o envidiada. Ella iba derecha a su maravilloso destino por la calle oscura. No salió a la Calle Mayor ni para hacer propaganda de Cristianismo. No era esa su misión. Sólo un día fue detrás de Cristo por la Calle Mayor. Pero ese día la Calle Mayor era la Calle de la Amargura. Nuestra Señora de la Calle Oscura. Nuestra Señora Pueblerina. Nuestra Señora Aldeanita de Nazaret.

Haciendo con tu Hijo la Redención, entre trastes y zurcidos, entre comadres mejor vestidas y vecinas de más rumbo. María, que no llegarías ni a ser de la Junta de las asociaciones piadosas de tu pueblo; que tu marido, San José, no llegaría ni a concejal de Nazaret; que tu Hijo, Jesús, iría contigo los sábados a la sinagoga menos elegantemente vestido que muchos otros niños del pueblo.

Nosotros, disimulando nuestros defectos. María disimulando sus grandezas. Las mujercitas de Nazaret y las de todo el mundo, tratando de ocultar penurias, estrecheces y pobrezas. Todos nosotros tratando de ocultar que somos pobres, que somos insignificantes. María, durante treinta años, tratando de ocultar que es Madre de Dios y Reina de cielos y tierra. María, con el vestidito usado de los días de labor. La mujer del carpintero. Una vecina más de Nazaret”.


El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.

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