Pastores que siembran la confusión en la Iglesia
Los católicos que están comprometidos con su fe han sido escandalizados por los numerosos pastores que se están uniendo a los lobos en vez de dispersarlos.
Las repercusiones de Amoris Laetitia continúan con la misma intensidad.
En la primera semana de octubre, el obispo belga de Amberes abogó para que la Iglesia ofrezca una bendición especial a las parejas conformadas por personas divorciadas y vueltas a casar y a las parejas en unión libre, para confirmarlas en la misericordia de Cristo y su Iglesia. Y no se detuvo ahí. El obispo también desea extender esta bendición a las parejas homosexuales en “relaciones estables”.
Luego, en la segunda semana de octubre, en Italia, el obispo de la Diócesis de Latina dio su autorización para que un sacerdote bautizara a un niño adoptado por dos homosexuales. Este niño fue concebido artificialmente: una mujer fue la donante del óvulo y otra fue la que llevó al niño en su vientre. En defensa de su decisión, el obispo declaró: “Estoy en sintonía con… el Papa Francisco” y que no estaba haciendo nada más que lo que el Derecho Canónico dispone.
No queda claro a que Código Canónico se refiere, pero es un argumento extraño. El Papa Juan Pablo II, quien promulgó el nuevo Código en 1983, ya había declarado en un documento publicado en 1980 por la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), “Instrucción sobre el Bautismo de los niños”, que el sacramento se puede posponer, e incluso negar en determinadas circunstancias. Por ejemplo, si los padres se niegan a ofrecer alguna garantía de que el niño será educado y criado en la fe católica, para así permitir que el sacramento madure en una cosecha espiritual, el sacramento puede negarse. ¿Cómo es posible que dos homosexuales practicantes ofrezcan este tipo de garantía? Parece que Su Excelencia se encuentra sobre arenas movedizas. Para decirlo más claro: el bautismo de este niño contradice una instrucción sacramental clara e inequívoca de la Santa Sede que nunca ha sido derogada ni anulada.
Pero cuando se trata de contradicciones, el obispo italiano es un amateur si se le compara con el Cardenal Schonborn, arzobispo de Viena. Este cardenal, quien era uno de los teólogos dominicos favoritos del Papa Juan Pablo II, fue nombrado secretario de redacción del Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado en 1992). Nadie es más responsable de la producción final de este documento que el Cardenal Schonborn. Y respecto al tema de la homosexualidad, dicho Catecismo (sección 2357) es extraordinariamente claro:
Basándose en la Sagrada Escritura, que presenta los actos homosexuales como actos de una depravación grave, la Tradición siempre ha declarado que 'los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados'. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad verdaderamente afectiva y sexual. No pueden ser aceptados bajo ninguna circunstancia”.
Y añade que incluso la inclinación hacia la homosexualidad es “objetivamente desordenada” (ibid., 2358).
Por lo tanto, resulta sorprendente ver un artículo (con una “foto familiar”) en el Boletín de la Catedral del Cardenal Schonborn (septiembre 30, 2016) que habla sobre una pareja homosexual y su “hijo” adoptado. Y en la publicación del 14 de octubre del popular diario italiano, Corriere della Sera, el Cardenal vienés elogió los “valores humanos” de las uniones homosexuales, los cuales se caracterizan (según Su Eminencia) por “una fidelidad para toda la vida y cariño mutuo”.
Entonces, dos homosexuales pueden adoptar un niño y ser celebrados por una importante publicación bajo los auspicios del mismo Cardenal Schonborn, que dirigió el veredicto final del Catecismo de 1992 sobre el desorden esencial de la homosexualidad. Otro problema es el silencio del Cardenal respecto a la opinión de la Iglesia (como es expresada en el Catecismo) que afirma que incluso la inclinación hacia la homosexualidad es objetivamente desordenada, lo cual convierte la aprobación del Cardenal de esta situación en una atrocidad moral.
Las inconsistencias entre los hombres de iglesia de alto rango no acaban ahí. Luego de que Irlanda, país aparentemente católico, aprobara el “matrimonio” homosexual plebiscitariamente (el primer país del mundo en aprobarlo mediante el voto popular: 62% contra 38%), el Cardenal Parolin, secretario de estado del Vaticano, calificó el referéndum como una “derrota para la humanidad”. Sin embargo, el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, no estuvo de acuerdo y opinó públicamente que Irlanda está inmersa en una “revolución social” debido a este asunto, cosa que debería servir para que la Iglesia católica despertara a la realidad.
Un número cada vez mayor de pastores, quienes supuestamente deberían ser los maestros de la Iglesia, están renunciando a su responsabilidad de advertir a aquellos que se encuentran sepultados bajo la subcultura homosexual legalmente civilizada, que han puesto en gran peligro su salvación.
Pero existe un aspecto más primordial de este escándalo: el ataque a la fe de millones de almas católicas debido a la creciente incertidumbre sobre la Naturaleza e Identidad del mismo Dios. El Creador, como lo menciona la Sagrada Escritura y la Santa Tradición, nos ha dotado con su propia auto-revelación para que los cristianos podamos amarlo tal y como es.
No podemos amar lo que no conocemos; esa ley de las relaciones humanas se aplica a Dios principalmente. Tal y como lo demuestra la tasa de divorcios a lo largo de lo que alguna vez fue el cristianismo, el amor sin la verdad muere. O el relativismo de Amoris laetitia (que es la culminación inevitable de 50 años de ofuscación provocada por el tipo de contradicciones mencionadas arriba) es un reflejo de Nuestro Señor o no lo es. Pero el intelecto católico, el corazón del alma, no puede soportar y no sobrevivirá a dos perfiles de Nuestro Señor Jesucristo en pugna y mutuamente incongruentes.
Los sacerdotes católicos han sido testigos durante las orientaciones matrimoniales, de la total desesperación que se dibuja en el rostro de alguno de los cónyuges luego de escuchar las supuestas razones de su pareja para llevar el matrimonio al divorcio: “He cambiado”. Eso siempre significa, “No soy lo que era cuando me casé contigo”.
El amor verdadero (como el Dios de la Revelación) no cambia; se hace más profundo, pero nunca sin confirmar los componentes originales de su realidad. Los arquitectos y defensores de Amoris laetitia, para perjuicio de innumerables almas católicas, están ignorando esta ineludible máxima de vida -ya sea natural o sobrenatural-.
Foto: Cardenal Christoph Schönborn de Viena
Fuente: District of the U.S.A.