Pentecostés - SMS 506
En este artículo, con motivo de la Fiesta de Pentecostés, hablaremos sobre el Espíritu Santo y las tres principales verdades que debemos creer sobre Él, así como las obras que se le atribuyen, principalmente, la santificación de las almas para lo que se vale de la Iglesia Catolica. Esperamos que tengan siempre presentes estas verdades de nuestro Dios Trino.
Hoy, día de la fiesta de Pentecostés, conviene explicar lo que la fe enseña sobre la tercera persona la Santísima Trinidad, conocimiento que es sumamente necesario a los fieles, no sea que suceda con ellos lo que sucedió con aquellos fieles de Efeso a los que Pablo, después de preguntarñes "si habían recibido al Espíritu Santo", contestaron que ni siquiera sabían si existía el Espíritu Santo. (Act. 19, 2ss).
1º El nombre de "Espíritu Santo"
Enseña la teología que la vida divina consiste en dos actos: Dios se conoce y se ama: • al conocerse, el Padre engendra al Hijo; • y al amarse, el Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo. Hay, pues, dos procesiones divinas en Dios: la del Hijo a partir del Padre, y la del Espíritu Santo a partir del Padre y del Hijo. Estas dos procesiones se diferencian en esto: que el Hijo procede de solo el Padre por vía de conocimiento (y por eso es Sabiduría del Padre), mientras que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por vía de amor (y por eso es en Dios el Amor increado). Si no fuera así, esto es, si ambas personas procedieran igualmente del Padre según el mismo modo de procesión (como pretenden los griegos cismáticos), no habrá distinción real entre la persona del Hijo y la del Espiritú Santo, y entonces Dios no sería trino. Pues bien, nuestro vocabulario agota la expresión «generación» para designar la primera procesión, la que se realiza por vía de conocimiento, de modo que damos el nombre de "Hijo" a la persona procedente, y la de "Padre" a la persona que procede; y así no nos queda ya ninguna palabra propia para designar la segunda manera de proceder, que es por vía de amor, por lo cual hemos de valernos de una locución común, la de «Espíritu Santo», que sólo el uso constante reserva para designar a la tercera persona de la Trinidad.
2º Quién es el Espíritu Santo.
Explicado ya el nombre de la tercera persona de la Trinidad, he aquí las tres principales verdades que la fe católica nos manda creer sobre ella. 1º Ante todo, el Espíritu Santo es Dios lo mismo que el Padre y el Hijo, e igual a ellos en omnipotencia, sabiduría, eternidad y perfección infinita. 2º Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es la tercera persona de la naturaleza divina, subsistente por sí misma, distinta del Padre y del Hijo. Así lo confirman la fórmula del bautismo (Mt. 28 19) y las palabras que los Padres del Concilio de Constantinopla añadieron al símbolo de Nicea, en que se confiesa al Espíritu Santo como Señor y Vivificador: • siendo Señor, es superior a los ángeles, que fueron creados por Dios y son sus servidores; • y siendo Vivificador, de El procede la vida divina, y la unión del alma con Dios. 3º Finalmente, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio, por procesión eterna; procesión que, como ya hemos dicho, es por la voluntad, esto es, por vía de amor, a diferencia de la procesión del Hijo, que es por el entendimiento, esto es, por vía de conocimiento. Así lo enseñan las Escrituras, en las que el Espíritu Santo es llamado unas veces « Espíritu del Padre » (Mt. 10, 20), y otras veces « Espíritu de Cristo » (Jn. 16, 14), y dícese enviado, ya por el Padre, ya por el Hijo, para demostrar claramente que procede igualmente de ambos.
3º Obras atribuidas especialmente al Espíritu Santo.
Aunque las obras de la Santísima Trinidad que se hacen ad extra (esto es, teniendo por término algo distinto de Dios) sean comunes a las tres personas divinas, se atribuyen como propias al Espíritu Santo las que nacen del amor inmenso de Dios para con nosotros, por ser El el Amor increado en la Trinidad. Las principales obras que la Sagrada Escritura atribuye al Espíritu Santo son : 1º En cuanto Señor, la creación del mundo (Sal. 32, 6 ) y la conservación y gobierno de las cosas creadas. 2º En cuanto Vivificador, el acto de dar vida (Ez. 37, 6); sobre todo la vida divina, esto es, la gracia santificante, con que nos sella (Ef. 1, 13) , haciéndonos hijos de Dios, justificándonos, y excitando en nuestros corazones grandes sentimientos de piedad (Rom. 8, 15-16) por los que emprendemos una nueva vida. 3º En cuanto Santificador le atribuimos más propia y especialmente los dones, por eso llamados «dones del Espíritu Santo », a saber, « de sabiduría y de entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad, y de temor de Dios » (Is. 11, 2-3), que son los efectos propios y principales de su acción en las almas, de los que se sacan los preceptos de la vida cristiana, y por los cuales conocemos si el Espíritu Santo habita en nosotros.
4º El Espíritu Santo, en su obra de santificación, se vale siempre de la Iglesia Católica.
Así como a Dios Padre se le atribuye la obra de la Creación, y a Dios Hijo, se le atribuye la obra de la Redención, del mismo modo al Espíritu Santo se le atribuye la obra de la Santificación de las almas. Pues bien, el Espíritu Santo, para realizar su obra de santificación, se vale de la Iglesia Católica. Dentro de la Iglesia y a través de la Iglesia, el Espíritu Vivificador otorga tres vidas a los fieles: • la vida de la gracia por el perdón de los pecados conferido por los sacramentos; • la vida del cuerpo por la resurrección; • y la vida gloriosa del cielo. Estas son las tres etapas de la obra grandiosa del Espíritu Santo, que cierra y consuma, al igual que en la Trinidad, la comunicación de la vida divina a las almas. En ese sentido, la enseñanza de esto es especialmente importante en nuestros tiempos, en que, por la ignorancia existente sobre la persona del Espíritu Santo, se difunden en la Iglesia falsas «espiritualidades», y los Pastores invocan a un «espíritu» indefinido que justificaría el ecumenismo y el diálogo entre las religiones, por tratarse de un « espíritu » que, al decir del Concilio Vaticano II, no rehúsa valerse de las iglesias y comunidades separadas [de la Iglesia Católica] como medios de salvación (Unitatis redintegratio, nº 3). Contra este error, recordará el fiel que el único y verdadero Espíritu: • bajó sobre la Iglesia Católica, y sobre ella sola, el día de Pentecostés , con la efusión de sus gracias y dones; • a través de la Iglesia Católica, y de ella sola, busca la glorificación y exaltación de Nuestro Señor Jesucristo: «El me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo dará a conocer» (Jn. 16 14 ) ; • a través de la Iglesia Católica, y de ella sola, se limita a inculcar las verdades enseñadas por Cristo, sin salirse nunca de ellas, sin anunciar novedades desconocidas en las edades anteriores: «El Espíritu Santo, que os enviará el Padre en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he enseñado» (Jn. 14 26 ). Para el católico, el Espíritu Santo es indisociable de la persona de Jesucristo, cuya unión hipostática es su obra maestra ; de la persona de la Virgen María, sobre la que bajó dos veces, una en la Encarnación para producir de Ella al Hombre-Dios, y otra en Pentecostés para producir de Ella la Iglesia, cuerpo místico de Cristo; y de la Iglesia Católica, a la que asiste y en la que permanece, como en su templo propio y exclusivo, en orden a la santificación de las almas.
Que ante este mundo de confusión estas palabras nos enseñen las verdades de vida eterna.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.