Problemática entrevista de Benedicto XVI

Fuente: Distrito de México

Se publica su conversación con el teólogo jesuita Jacques Servais para un congreso y libro sobre la justificación.

Durante el Congreso sobre la fe y la justificación celebrado en Roma, entre el 8 y el 10 de octubre de 2015, el prefecto de la Casa Pontificia y secretario particular de Benedicto XVI, monseñor Georg Gänswein, leyó una entrevista realizada al Papa emérito por el teólogo jesuita Jacques Servais.

El texto de esa entrevista, traducido del alemán al italiano por el padre Servais y revisado por el anterior Pontífice, ha sido publicado en estos días por diversos medios, y forma parte de un volumen que recoge las actas del citado Congreso bajo el título Por medio de la fe. Doctrina de la justificación y experiencia de Dios en la predicación de la Iglesia (San Paolo).

Hay en esta entrevista párrafos muy brillantes del Papa emérito que describen certeramente el lamentable estado de espíritu de la humanidad contemporánea y de la misma Iglesia postconciliar.

Por ejemplo, cuando señala que “para el hombre de hoy, en comparación con la época de Lutero y con la perspectiva clásica de la fe cristiana, en cierto sentido las cosas se han invertido, es decir, el hombre ya no cree que es él quien tiene necesidad de justificación ante Dios, sino que es Dios quien debe justificarse por todas las cosas horrendas presentes en el mundo y por la miseria del ser humano, cosas todas ellas que en última instancia dependerían de Él”. En esa perspectiva, en su Pasión “Cristo no habría padecido por los pecados de los hombres, sino que, por así decirlo, habría pagado por las culpas de Dios. Aunque por ahora la mayor parte de los cristianos no comparte una inversión tan drástica de nuestra fe, podemos decir que todo esto hace emerger una tendencia subyacente de nuestro tiempo”.

Benedicto XVI lamenta también que el abandono “en la Iglesia católica tras el Concilio Vaticano II” de la convicción de la necesidad del bautismo para la salvación produjo “una doble y profunda crisis”: “Por un lado, esto parece quitar toda motivación al empeño misionero. ¿Por qué habría que intentar convencer a las personas de que aceptasen la fe cristiana cuando pueden salvarse también sin ella? Pero incluso para los cristianos surgió una cuestión: se convirtió en incierta y problemática la obligatoriedad de la fe y de su forma de vida. Si hay quien puede salvarse de otras formas, no se ve claro por qué el cristiano sí está ligado a las exigencias de la fe cristiana y de su moral. Si la fe y la salvación ya no son interdependientes, también la fe carece de motivación”.

Junto a estos acertados diagnósticos, Benedicto XVI introduce tres líneas de pensamiento acordes a la llamada nueva teología.

1. Concepto existencial de la fe.

La fe ya no es una adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas (“una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado”, según definió el Concilio Vaticano I), sino “un contacto profundamente personal con Dios, que me toca en mi tejido más íntimo y me pone delante de Dios vivo en la inmediatez absoluta para que pueda hablar con Él, amarlo y entrar en comunión con Él”. La fe, en cierto modo, se confunde con la caridad.

2. Confusión en torno al carácter expiatorio del sacrificio de la Cruz.

Benedicto XVI considera “incomprensible” para el hombre de hoy la idea de San Anselmo de que “Cristo tenía que morir en la Cruz para reparar la ofensa infinita que se había hecho a Dios y así restablecer el orden quebrantado”. Intenta entonces “comprender de nuevo la verdad que se oculta detrás de esta forma de expresión”: es el viejo leit motiv modernista de considerar sólo “formas de expresión” las formulaciones doctrinales más precisas y comprensibles de la verdad católica. Para ello, el Papa emérito plantea una reformulación de la doctrina sobre la Redención, estructurada en “tres puntos de vista”. Son en realidad tres abstrusos párrafos que se resumen en que: a) la justicia que satisface el Hijo no es una exigencia del Padre; b) el sufrimiento del mundo en cierto modo está “integrado en el amor sufriente de Cristo” y en “la fuerza redentora de tal amor”, y de este modo “sólo Él , llegando a ser parte del sufrimiento del mundo, puede redimir al mundo”; c) el Padre “sufrió en un cierto sentido” y “no está exento de pasión”. Habría muchísimas cosas que matizar en estos tres puntos que, se supone, debían aclarar las cosas que tan fácilmente se entienden en San Anselmo.

3. Relativización de la exigencia del bautismo para la salvación.

Benedicto XVI considera que el “problema” de la exigencia del bautismo para la salvación “no está completamente resuelto”. Y aunque expone y rechaza la tesis de los “cristianos anónimos” de Karl Rahner, y también la tesis de que “todas las religiones, cada una a su modo, serían vías de salvación y en este sentido deberían ser consideradas equivalentes en sus efectos”, sintetiza su posición en que “lo que el ser humano necesita para la salvación es la apertura íntima a Dios… y la adhesión a Él”. Lo cual podría coincidir con lo que clásicamente se considera el bautismo de deseo, si bien la “apertura” y la “adhesión” son, de nuevo, conceptos de índole existencial que concuerdan con la definición ratzingeriana de la fe, pero nos dejan en sombras respecto a sus implicaciones intelectuales y morales.

¿Es clarificadora la entrevista de Servais a Benedicto XVI? En algunos puntos, sin duda, señala certeramente males profundos de la Iglesia y del mundo de hoy. En otros, se manifiesta el teólogo afín a Henri de Lubac, Urs von Balthasar e Yves Congar, cuyos planteamientos fueron rechazados por Pío XII en la encíclica Humani Generis.

El fondo de la cuestión es el intento ecuménico de la Iglesia postconciliar de aproximar posiciones con los protestantes, en la línea del acuerdo firmado el 31 de octubre de 1999 con la Federación Luterana Mundial sobre la justificación, cara al quinto centenario de la rebelión de Lutero. La claridad de la doctrina católica, definitivamente fijada en el Concilio de Trento, está siendo la principal víctima.