Publicación del Seamos Católicos 470

Fuente: Distrito de México

En este número encontrarán un artículo sobre el Simbolismo del oro, incienso y mirra, así como el calendario litúrgico del 10 al 24 de enero de 2015.

El Simbolismo del oro, incienso y mirra

Amados fieles: Ha pasado la fiesta de la Epifanía, en la cual hemos celebrado la manifestación de Nuestro Señor a los gentiles, es decir, a los que no formaban parte del pueblo elegido. Los tres sa­bios de oriente, o reyes magos, llegaron guiados por una estrella a Belén y ofre­cieron al niño valiosos presentes y lo ado­raron.

Le ofre­cieron oro, in­cienso y mirra. Fueron regalos es verdad, pero no sólo rega­los, porque están cargados de un pro­fundo simbolismo.

El oro significa que los sabios de oriente, reconocieron a ese niño como a su rey, y por lo tanto rey de todos los hombres.

El incienso se lo regalaron porque en­tendieron y creyeron que ese niño era Dios. (Recordemos que en la antigüe­dad se sacrificaba incienso a los dioses) Fueron así los primeros en confesar su divinidad entre los gentiles.

La mirra se la regalaron porque era una planta muy utilizada para embal­samar los cuerpos que se sepultaban. Y se utilizaba, porque tenía la propiedad de preservar los cuerpos de la corrup­ción. Fue entonces ofrecida a Nuestro Señor, porque poseía un cuerpo verdade­ramente humano. Él es ver­dadero hombre y verdade­ro Dios.

Hermo­so sim­bolismo el de es­tos presentes amados fieles, pero no se agota aquí. Las Sagradas Escrituras son una fuente riquísima de enseñanzas.

He aquí un sentido y simbolismo más espiritual y aplicable a nuestras vidas: representan los dones que nosotros de­bemos ofrecer a Dios durante nuestra peregrinación en esta tierra.

El oro:

Representa también la virtud de la caridad, que es el oro con que se compra el cielo. Y Nuestro Señor exige de nosotros el oro de un amor puro en sus intenciones, que produzca una fe viva y una confianza filial inquebran­table.

Cuando el oro es fino y puro, se ve en él la más pequeña rayita, y el más leve soplo empaña su brillo. Ésta es la per­fección que Cristo exige de nosotros, al menos en el amor, porque sabemos que siempre tendremos imperfeccio­nes. No es una perfección excesiva la que nos pide Nuestro Señor, tratándo­se del don que hay que ofrecer al Rey de los corazones. Se puede llegar a ella cooperando fielmente con la gracia que es derramada en abundancia sobre los amigos del Sagrado Corazón.

El incienso:

Representa también el sacrificio y la oración. Nuestro Señor exige el sacrificio de nuestra voluntad. Cuando se la sacrificamos enteramen­te junto con las demás facultades que están al servicio de la misma, este sa­crificio sube como el incienso hasta su trono y le es muy agradable. Nues­tra voluntad propia debe consumir­se como el grano de incienso y ha de desaparecer en las llamas del amor del Sagrado Corazón. Tenemos que llegar a querer sólo lo que Dios quiere y con­fiarnos enteramente a Él. He aquí un sacrificio que le es muy agradable. Por­que podemos sacrificarle muchas co­sas, nuestros bienes externos, nuestros bienes corporales, pero si no le sacrifi­camos nuestra voluntad a través de la aceptación de los acontecimientos que nos ocurren, a través de la obediencia a nuestros superiores, no hemos he­cho lo más agradable a Dios. Tenemos que dejar que Nuestro Señor trabaje en nuestra alma y aceptar con amor todo lo que suceda, como un querer o una permisión divina. Sólo así lograre­mos ofrecer un holocausto agradable a Dios.

El incienso es además símbolo de la fervorosa oración que debemos a Dios. Sí, oración fervorosa y no lánguida y por costumbre. Sólo así se convertirá en incienso que suba hasta Dios y le sea agradable.

La mirra:

Representa y simboliza la mortificación cristiana. Si nuestros cuerpos han de ser puros, hemos de mortificar nuestros deseos. Para tener una gran pureza de corazón, hemos de mortificarnos incluso en cosas que no son pecado, pero que nos pueden obs­taculizar en nuestra unión con Dios.

Los sufrimientos, sea cual sea su nombre y su fuente, se han de soportar con amor y por amor, y juntamente con este amor, con espíritu de reparación y de expiación, y sobre todo en unión con los sufrimientos de Nuestro Señor. Sólo entonces adquieren valor y un va­lor inmenso, y son de gran eficacia, por pequeños que parezcan en sí mismos y aunque no brillen ante los hombres.

Luego, los tres dones que debemos ofrecer a Dios durante nuestra vida, consisten en un corazón para amar, un cuerpo para sufrir y una voluntad para sacrificarse y conformarse en todo con la voluntad divina.

¿No nos dio Nuestro Señor con res­pecto a su Padre celestial un ejemplo perfectísimo de este triple don? ¿Se puede encontrar un corazón que haya amado más perfecta y más generosa­mente a Dios que el de nuestro Salva­dor? ¿Quién padeció más y más dolo­rosamente? Y ¿no era su voluntad la de su Padre celestial?

Recordemos las palabras de Nuestro Señor al venir al mundo “Entonces he dicho: He aquí que vengo. En el rollo del libro me está prescrito hacer tu vo­luntad; tal es mi deleite, Dios mío, y tu ley está en el fondo de mi corazón” (Salmo 39)

Debemos entonces imitar a Nuestro Señor Jesucristo, usando nuestro cuer­po para sufrir junto con Él, usando nuestro corazón para amar y sufrir por Él y usar nuestra voluntad para inmo­larla así como Él lo hizo con su Padre.

Son estos los dones que cada día he­mos de ofrecer a Dios queridos her­manos, aprendamos esta hermosa lección de la fiesta de Epifanía y gra­bémosla profundamente en nuestras almas. ¿Será que en este año de gracia de 2016, podremos cambiar nuestra actitud y comenzar a vivir imitando realmente a Nuestro Señor Jesucristo? ¡Qué hermoso sería que nuestra gran familia del priorato viviera este año tra­bajando en ese sentido¡ ¡Qué hermoso sería que a fin de año para la Navidad pudiera presentarle al niño Jesús estos hermosos dones¡ Pues ¿qué nos lo im­pide amadísimos hermanos? ¿El mun­do? No le tengamos miedo al mundo. Somos católicos y eso basta, tenemos todas las armas necesarias para resis­tirlo y combatirlo. Y nunca olvidemos que nuestra buena Madre del cielo, la Santísima Virgen de Guadalupe, siem­pre estará dispuesta a ayudarnos

Que Dios los bendiga,

Padre Pablo González, Prior.


El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.

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