¿Qué debemos buscar? - SMS 513
Nuestro Señor Jesucristo nos advierte que no podemos servir a dos señores, porque si se ama uno se aborrecerá al otro. Y concluye su enseñanza con esa sentencia que todos deberíamos tener muy grabada en nuestros corazones: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura."
Queridos fieles: en el evangelio de este domingo XIV después de Pentecostés, en el pasaje de San Mateo que la Iglesia pone a nuestra consideración, Nuestro Señor nos da una enseñanza fundamental para nuestra vida.
Nuestro Señor Jesucristo comienza advirtiendo que no se puede servir a dos señores porque si se ama al uno, se aborrecerá al otro. “No podéis servir a Dios y las riquezas” dice claramente el Maestro. Y luego hace una comparación entre los seres irracionales (aves y plantas) y nosotros los hombres. Si los pajaritos encuentran su alimento siempre y las plantas se visten magníficamente, ¿qué queda para nosotros los hombres?. Nosotros somos mucho más valiosos para Dios que las plantas y los animales. Entonces la conclusión es que Dios se preocupa mucho más de nosotros que de las plantas y animales. Luego si a ellos nada les falta, con mayor razón a nosotros no nos faltará nada de lo que necesitamos.
Y así Nuestro Señor concluye su enseñanza con esa sentencia que todos deberíamos tener muy grabada en nuestros corazones. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura”
Entonces amados hermanos, ¿qué es buscar primero el reino de Dios y su justicia? Pues es buscar agradar en todo a Dios, es buscar ser hombres justos a los ojos de Dios, es buscar dar a Dios lo que se le debe primero y ante todo.
Entonces deberemos buscar primeramente cumplir con los mandamientos de la ley de Dios, íntegramente, sin excepciones, sin distorsionarlos, sin agregarles ni quitarles nada. Huir de todo lo que prohíbe y amar todo aquello que manda. Deberemos someternos al yugo de Nuestro Señor de buen grado, porque si así lo hacemos, su yugo será suave y su carga ligera.
Pero también debemos esforzarnos por cumplir con nuestros deberes, por muy desagradables que estos sean. Cumplir con nuestro deber en todos los ámbitos de nuestra vida, en el religioso, en el familiar, en el laboral, etc. El cumplimiento del deber debe ser algo importantísimo en nuestras vidas. Si no aprendemos a cumplir con nuestro deber desde niños, después nuestra vida será un desastre y muy desagradable a Dios. Huiremos de aquello que no nos agrada y serviremos entonces no a Dios, sino que a nosotros mismos.
Debemos también buscar con gran energía, la corrección de nuestros defectos, porque si no lo hacemos, estos crecerán cada día más y terminarán ahogando nuestra vida espiritual, nuestra vida de unión con Dios, así como las malezas ahogan las plantas de un cultivo si no se controlan. Sólo así podremos crecer en la virtud, que es lo único que nos llevaremos a la otra vida y aquello con lo que nos presentaremos ante Nuestro Señor Jesucristo el día del Juicio. Evitar el mal y practicar el bien es la lucha que debemos dar cada día de nuestras vidas si realmente estamos buscando el reino de Dios y su justicia.
Pero sobre todo, deberemos amar a Dios, porque si lo amamos de verdad, entonces cumpliremos sus mandamientos sin gran dificultad, entonces las cosas amargas no nos lo parecerán tanto, entonces los obstáculos para servir a Dios no parecerán tan grandes.
Y si verdaderamente amamos a Dios, entonces amaremos a nuestro prójimo, buscando siempre la salvación de su alma, sin despreciarlo y sin devolverle mal por mal, sino bien por mal.
Bien, si hacemos todo esto, haremos algo muy bueno y agradable a Dios, pero no basta. Es necesario que amemos también la voluntad de Dios, que nos sometamos a su voluntad en todo. Porque la voluntad de Dios es la regla, la medida, el origen, la fuente y la base de la santidad. “El que hace la voluntad de Dios, vivirá eternamente” dice el apóstol San Juan (I Ep. 2, 17)
Debemos llegar a creer lo que dice San Ambrosio: “Cuando perdemos lo que creemos ser nuestro, no lo perdemos, lo devolvemos a Dios”. Y así debemos someternos en todo a esta santa voluntad y aceptar con resignación los males que Dios nos envía o permite: enfermedades; adversidades; ofensas; contradicciones ;tentaciones, hasta que Él se digne quitárnoslas si es su voluntad.
Pero debemos someternos no sólo en general a esta santa voluntad, sino que en particular también, a las circunstancias en que se da, al tiempo en que se da. Debemos querer lo que Dios y como Dios lo quiere.
Esto es buscar el reino de Dios y su justicia, pero Nuestro Señor continúa diciendo que si hacemos todo esto, lo demás (los bienes materiales que necesitamos, se nos darán por añadidura, sin que tengamos que preocuparnos excesivamente por ellos). O sea , si buscamos primero los bienes espirituales, los materiales se nos darán por añadidura porque Dios sabe que los necesitamos.
De esto tenemos un magnífico ejemplo en la historia del casto José, hijo de Jacob. Por permanecer firme en la voluntad de Dios recibió inmensos honores y riquezas. Por el odio de sus hermanos consiguió la amistad del rey de Egipto; por el destierro, la esclavitud y la cárcel, no sólo recibió una libertad completa, sino el más alto puesto y poder; por la capa que dejó en manos de la adúltera esposa de Putifar, cubrió sus hombros con el manto real; por haber sido despreciado, todos se prosternaron delante de él. Sí, así recompensa Dios a los que hacen su voluntad, lo demás lo da por añadidura.
Pero resulta que muchas veces nos comportamos como si Nuestro Señor Jesucristo hubiera dicho que buscáramos primero “lo demás”, las cosas materiales y que el reino de Dios nos sería dado por añadidura, exactamente lo contrario de lo que nos enseñó. Increíble pero cierto. Nos afanamos en las cosas de esta tierra y en ello llegamos hasta despreciar la ley de Dios. Ponemos nuestro corazón en ellas, y le dejamos muy poquito o ningún espacio a Nuestro Señor en él. Buscamos el dinero, los placeres, los honores como si el mismo Dios nos hubiera enseñado eso. Y pensar que toda esa energía, todas esas ganas, las podríamos usar para convertirnos en santos y ganar la vida eterna, que en realidad, es lo que verdaderamente importa.
Si perdemos la gracia de Dios nos importa bien poco, y en el mejor de los casos, pensamos que confesándonos se soluciona el problema, sin considerar que para poder confesarnos tenemos que estar vivos, porque los muertos no se pueden confesar.
Pues entonces queridos hermanos, meditemos en estas palabras del Señor, que son capitales para poner las prioridades en nuestra vida. Nuestro Señor sabe perfectamente lo que necesitamos y no podemos dudar de que él proveerá si nosotros nos esforzamos convenientemente. Si dudamos, seremos llamados hombres de poca fe, apelativo bastante poco honroso para un cristiano, y bastante perjudicial para alcanzar el objetivo que debemos alcanzar: El Cielo.
Siendo así las cosas, queridos hermanos, busquemos con afán las cosas que verdaderamente importan: el agradar a Dios en todo lo que hacemos, el crecimiento en la virtud, la corrección de nuestros defectos, el cumplimiento de nuestros deberes, el amar la voluntad de Dios, en una palabra, la santidad. Si así lo hacemos, todo lo demás vendrá por añadidura.
Con mi bendición, Padre Pablo González, Prior.
El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.