¿Qué es peor: el islam o el modernismo?

Fuente: Distrito de México

Una emotiva carta escrita por un católico sirio para denunciar los terribles estragos que el modernismo ha causado en su país y la desgarradora situación en la que se encuentran nuestros hermanos orientales.

Tema de la imagen:  “…vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.” (1 Pedro 5:8)

La persecución que sufren los católicos del Medio Oriente es terrible. Y sin embargo, Cristo nos enseña que aquellos que persiguen el alma son mucho peores:"No temáis a los que matan el cuerpo, más no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno." (Mateo 10:28 – ver también Lucas 12: 4-5)

Esta carta, escrita por un sirio a un amigo francés, corrobora lo anterior demostrando cómo el enemigo interno, es decir el modernismo, es un peligro mucho mayor para las almas de los católicos perseguidos en el Medio Oriente.

Fue publicada primeramente en la edición de noviembre del 2014 del boletín francés La Lettre de JASPA (Asociación San Pedro de Antioquía y de todo el Oriente), y contiene revelaciones importantes acerca de la situación actual de la Iglesia Católica en Siria.


Carta de un cristiano en Siria

Damasco, octubre 2014

Querido amigo:

En tu última visita nos pediste que expresáramos por escrito nuestros pensamientos. Durante muchos años, te has dedicado a mostrarles a nuestros amigos franceses cómo la cristiandad más antigua del oriente está siendo peligrosamente amenazada en su carne y en su propia existencia. Pero, ¿te atreverás a contarles hoy acerca de la terrible verdad y a hablar del peligro que corren nuestras almas? Más que el asesinato de los cristianos en Siria, es su fe la que está siendo aniquilada.

Contrariamente a la opinión popular, nosotros creemos que los musulmanes sunitas, que decapitan a nuestros hermanos y devoran sus corazones son, de hecho, menos letales para nuestra cristiandad que una Iglesia que ha dejado de transmitirnos su fe. Y sin embargo, la dramática verdad es que el porcentaje de católicos se sitúa entre el 20% y 30%.

Nuestros clérigos están desapareciendo. No me refiero a los sacerdotes que han abandonado su rebaño para buscar refugio en América o Europa; estoy hablando del número de vocaciones, las cuales se están volviendo un acontecimiento extremadamente raro. ¿Podemos justificar a aquellos que permanecen entre nosotros, aunque lamentemos el hecho de que no hayan recibido ningún tipo de formación seria a nivel doctrinal, espiritual e incluso moral? Para demostrar lo anterior, basta saber que, bajo el pretexto de que los fieles confiarían más en un clérigo casado que en uno célibe, (es muy fácil, lamentablemente, adivinar las razones de esto), sólo tomó algunos meses para que se comenzaran a ordenar sacerdotes casados. ¿Debo acaso aclarar que esta práctica no complace ni a sus esposas ni a sus comunidades, quienes se quejan de su falta de disponibilidad, ya que en la mayoría de los casos, el sacerdote debe ejercer una profesión para poder mantener a su familia?

Desde la década de 1970, la formación del clero secular en el Medio Oriente fue igual de deficiente. Y todo esto, sin mencionar a los “monjes”, quienes son monásticos sólo de nombre y viven en lujosos monasterios en donde suele haber más servidumbre que religiosos, los cuales tienen completa libertad para actuar ya que no se hayan bajo ningún tipo de control. Es muy fácil imaginar las andanzas de una libertad puesta bajo el control de cada individuo, y los escándalos habituales que tienen lugar en nuestro restringido oriente, donde todo el mundo se complace en espiar y juzgar a los sacerdotes para así poder tranquilizar sus propias conciencias.

Pero permíteme que regrese al tema de Siria. ¿Cuál sería el sentido de marcar una diferencia entre una jerarquía que se encuentra completamente preocupada por asuntos económicos y cuyos sacerdotes se ocupan únicamente de alimentar a los pobres, sin proporcionarles nunca el pan de la Palabra, y aquellos que no se preocupan por nada y raramente dan un buen ejemplo?

La realidad evidente, hoy en día, es que los cristianos no confían en sus sacerdotes, y estos a su vez no confían en su jerarquía. Las consecuencias son terribles: frente a los sufrimientos indescriptibles que han soportado desde el inicio de los conflictos, cada vez es mayor el número de cristianos en Siria que declara: “¡Dios no existe!”

Con una guerra que ha durado ya tres años y con todo el sufrimiento que ésta ha causado, con las muertes diarias, con el sorpresivo proyectil que cae del cielo directo a tu corazón, el miedo en el que todo mundo vive podría apaciguarse mediante el consuelo de la oración. Pero nadie nos enseña ya a rezar… con excepción de las oraciones hechas para el éxito del ejército y el fin de la guerra.

¿Sabías, querido amigo, que hay un impresionante número de musulmanes (sunitas, chiítas y drusos) que desean con todo su corazón ser bautizados, incluso, como es permitido en algunos casos, en secreto, pero que no encuentran un sacerdote que acceda a su petición y se tome el tiempo de instruirlos? No tanto por miedo a la venganza que la familia pudiera llevar a cabo sobre el neófito, sino por temor a lo que les podría ocurrir a ellos si el asunto se llegara a saber. ¿Es que acaso esos 400 años bajo la invasión otomana dejaron una huella tan grande en nosotros que estamos ya habituados a abstenernos de cualquier tipo de proselitismo? ¡Es desgarrador!

Las sectas protestantes, con sus dólares, sus biblias venenosas que distribuyen libremente y su hábil adoctrinamiento, disfrutan de un marcado éxito entre los refugiados que son auxiliados por su Iglesia. Pero nuestros sacerdotes católicos nunca nos advierten sobre ellos, pues lo importante no es el orgullo de pertenecer a una Iglesia u otra, sino el sentimiento de ser “un cristiano entre otros cristianos”. Nadie advierte tampoco a nuestros hermanos acerca de los falsos profetas que abundan por todas partes y que causan daños incluso entre los clérigos. Necesitamos que Francia nos envíe misioneros…

En Damasco hemos presenciado cosas extraordinarias, como el caso del gran muftí sunita de la Mezquita de los Omeyas, el Cheikh Knai, y otras importantes autoridades musulmanas, que cada año vienen a Soufanieh a rezar a la Virgen María en el aniversario de su milagrosa intervención. Nadie los obliga a rezar el Padre Nuestro con un rosario alrededor de sus cuellos, mostrando la valentía que muchos sacerdotes y religiosos deberían envidiar…

Bajo el pretexto de que los ortodoxos no practican las confesiones individuales, salvo excepciones, los católicos han abandonado ya esta práctica. Y actualmente, todos los fieles son invitados a “participar en la cena del Señor” en cada Misa, sin que se les recuerde la existencia o necesidad de la confesión. Ni siquiera a nuestros niños se les enseñan ya las verdades de nuestra fe. Solían enseñarnos que el recibir la Comunión estando en pecado mortal era una práctica peligrosa para nuestra alma, pero hoy, sólo hablan de la confesión para referirse a ella como una costumbre “occidental” obsoleta. Yo me quedé atónito cuando supe que en la Iglesia Latina, está permitido recibir el Cuerpo de Nuestro Señor en la mano, esto está prohibido en el Oriente.

Cuando vimos en un video a nuestro presidente, Bachar el-Assad, darle la espalda al embajador de Israel, durante el funeral del Papa Juan Pablo II, nos sentimos orgullosos de él. Pero cuando vemos imágenes del Papa Francisco besándole la mano al Gran Rabino de Jerusalén, es como si nos clavaran una daga en el corazón.

Todo esto es para explicar, querido amigo, que a pesar del valor que suele esconder nuestro miedo diario, la desesperación moral y la deserción espiritual de los cristianos árabes de Siria son aún más desgarradoras que nuestras dificultades materiales.

Cuando nos dejes para regresar a tu país, por favor, diles a tus hermanos cristianos en Francia que la única arma que necesitamos es la verdad. Pero sobre todo, diles cuánta falta nos hacen sus oraciones para poder conservar la fe, únicamente porque deseamos que nuestros hijos puedan servir al Señor con un corazón tranquilo.

Tu amigo eternamente agradecido,

Milad K., professor jubilado.