¡Qué fácil es hablar, y qué difícil es callar!

Fuente: Distrito de México

"Aún los mismos demonios, con ser espíritus de división y sembradores de cizaña, el mismo Cristo dice que no se debe creer que entre sí mismos anden en división, pues si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo puede mantenerse en pie su reino?" (Lc 11,18).

En este mes de las almas del Purgatorio qué mejor cosa que hablar de esos vicios que se agarran a nuestras almas impidiendo un vuelo alto hacia el Cielo, hacia la virtud, hacia la imitación de Nuestro Señor. De esos vicios por los que seguramente muchas almas de ese Purgatorio están penando y purificándose de ellos hasta que estén bien limpias.

Y en este mes debido a muchas circunstancias y después de mucho reflexionar me gustaría criticar el vicio de la murmuración. Porque es el vicio más terrible en una comunidad religiosa, en una familia que teniendo como fin primero acercarse a Dios, debe de tener en cuenta que lo único que debe de buscar es salvar sus almas. La suya y las de los demás miembros de esa familia.

Y la murmuración es definida por el diccionario como "Comentario que se hace de una persona que no está presente, tratando de que esta no se entere y con la finalidad de hacerle daño o de molestarla". No tiene entonces la murmuración como fin salvar el alma de los demás, todo lo contrario se busca su mal. Y por eso es un pecado horrible gravísimo.

Dice la Sagrada Escritura en el libro de los Proverbios, que es una joya que siempre recomiendo leer, lo siguiente acerca de la murmuración: "El viento del norte trae la lluvia, y la lengua murmuradora, el semblante airado".

Es decir que nunca habrá un murmurador alegre, nunca el murmurador estará feliz, porque detrás de la murmuración se encuentra la envidia, el celo amargo. El murmurador tiene como fin único en su vida el andar pendiente de los demás, no para ayudarlos, que sería algo extraordinario, que sería algo maravilloso, sino para enjuiciarlos, para condenarlos. Y la ley de su juicio no son los mandamientos o las virtudes, no es la moral católica. Su ley, la vara de su justicia, es él mismo, sus propios gustos, su propio modo de pensar, en fin: SU AMOR PROPIO.

Es el egoísmo su principio motor y su timón su orgullo. Podríamos decir que es un barco a la deriva de sus propios desórdenenes. Por eso es tan peligrosa la murmuración. A veces habrán cosas que no nos gustarán, que no serán de nuestro agrado. Pero si no van contra las Leyes de Dios o contra la Tradición de la Iglesia no tienen porqué estar mal. A lo mejor son caprichos nuestros, o modos de pensar en que podemos estar errados. Porque eso es algo clásico del murmurador: NUNCA SE EQUIVOCA. Los demás son unos bandidos, unos pecadores, unos imperfectos, pero él (murmurador) nunca falla, nunca yerra, nunca se equivoca.

¡Qué lejos de las bienaventuranzas de Nuestro Señor está el murmurador! Qué desgracia para él cuando se encuentre delante de Dios, en su juicio particular y el Juez Divino use para él la misma medida que él usó con los demás en su vida. Recordemos las palabras de Nuestro Maestro: "No juzgueis y no sereis juzgados". Cuidémonos de ese vicio espantoso y sobre todo pensemos en hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Es una buena forma de actuar frente a los que nos rodean. Sepamos que en el Purgatorio hay muchas almas que están allí por hablar de más. Y sobre todo por hablar mal de los demás. Como decían los Santos: "Del prójimo o se habla bien o no se habla", y los directores espirituales en la antigüedad decían: "Si hablamos, que sea para decir algo que sea mejor que el silencio".

R.P. Francisco J. Jiménez