¿Qué tenemos que hacer ante la tempestad? - Palabras de Monseñor Lefebvre
He aquí unas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sobre lo que debemos hacer en estos tiempos de tempestad y crisis en que se encuentra sumergida la Iglesia.
1° Guardar indefectiblemente nuestra fe, nuestra adhesión a todo lo que la Iglesia no ha enseñado siempre, sin turbarnos ni desanimarnos. Nuestro Señor pone a prueba nuestra fe, como hizo con los Apóstoles y con Abraham. Para ello, tenemos que tener realmente la impresión de que vamos a perecer. De este modo, la Victoria de la Verdad será realmente la victoria de Dios y nuestra.
2° Ser objetivos, reconociendo los aspectos positivos que se manifiestan en los deseos de los Padre Conciliares que, desafortunadamente y como a su pesar, se han usado para establecer textos jurídicos que sirven para tesis que la mayoría de los propios Padres ni habían imaginado. Intentemos definir tales deseos del modo siguiente:
Deseo profundo de mayor colaboración para lograr una mayor eficacia del apostolado: colaboración de los pastores entre sí con el Pastor Supremo. ¿Quién podría condenar tal deseo
Deseo de manifestar a los hermanos separados y al mundo entero nuestra gran caridad, para que todos acudan a Nuestro Señor y a Su Iglesia.
Deseo de dar a la Iglesia mayor sencillez, en su Liturgia, en el comportamiento habitual de los pastores —particularmente de sus obispos— en la formación de los clérigos preparándolos más directamente para su ministerio pastoral. Esta tendencia está motivada por el temor de ya no ser escuchados ni comprendidos por el conjunto del pueblo fiel.
Estos deseos tan legítimos y oportunos, podría manifestarse perfectamente en textos admirables y en orientaciones adaptadas a nuestro tiempo, sin la colegialidad mal fundada y mal definida, sin la falsa libertad religiosa, sin la declaración inoportuna sobre los judíos, sin que parezca que se pone en jaque la autoridad del Papa, al negar a la Virgen María el título de Madre de la Iglesia, sin calumniar a la Curia romana.
En su conjunto, no son los Padres del Concilio los que han deseado esos textos tal como fueron redactados, expresando una doctrina nueva, sino un grupo de Padres y de expertos que aprovecharon los deseos tan legítimos de los buenos para proponer sus doctrinas. Gracias a Dios, los esquemas no se han redactado todavía en forma definitiva. El Papa aún no los ha aprobado en sesión pública. Por lo demás, el Concilio ha afirmado su voluntad de no definir ningún dogma nuevo, sino de ser un Concilio pastoral y ecuménico. La Iglesia de Roma, única indefectible entre todas las iglesias particulares, se mantiene firme en la fe; la mayoría de los cardenales no aprueban las nuevas tesis. Los Padres Conciliares que desempeñan las tareas importantes en la Iglesia romana, así como la mayoría, no la casi totalidad de los teólogos romanos, no están del lado de los novadores. Esto es fundamental, pues los fieles del mundo entero tienen que unirse en torno a la Iglesia de Roma, Maestra de Verdad, como había afirmado San Ireneo.
3° Afirmar nuestra fe públicamente y sin vacilaciones: en la prensa, en nuestras conversaciones y en nuestra correspondencia, dispuestos a obedecer al Papa y a permanecer indefectiblemente unidos a él.
4° Rezar y hacer penitencia, rezando a la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia, pues Ella está en el centro de todos los debates y ha vencido siempre todas las herejías. En Ella encontrarán los Padres Conciliares unanimidad como los hijos alrededor de su Madre. Ella vela sobre el Sucesor de Pedro y velará para que Pedro confirme siempre a sus hermanos en la fe de los Apóstoles, y especialmente de Pedro y de todos sus sucesores.
Hay que hacer penitencia para alcanzar los auxilios de la gracia de Nuestro Señor; penitencia en el cumplimiento de nuestros deberes de estado sin faltar en nada, sin abandono ni desánimo, y a pesar del ambiente infernal de libertinaje, de impureza, de desprecio por la autoridad, y de falta de respeto a sí mismo y al prójimo.
Confiemos: Dios es todopoderoso y ha dado a Nuestro Señor todo poder en el cielo y en la tierra. ¿Serían más débiles estos poderes en 1964 que en 1870, en este Concilio que en todos los anteriores? Nuestro Señor nunca abandonará las promesas de perpetuidad que hizo la Santa Iglesia Católica y Romana.
«Confiad, soy Yo, no temáis.» ¡Oh, María, Madre de la Iglesia, mostrad que sois nuestra Madre!
Maternidad de la Virgen, 11 de octubre de 1964
Monseñor Marcel Lefebvre+
CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS.