Sábado de Pasión - textos litúrgicos
Los enemigos del Salvador han llegado a un grado de furor tal, que les ha hecho perder los sentidos. Tienen ante sus ojos a Lázaro resucitado; y en lugar de hallar en él una prueba incontrastable de la misión divina de Jesús, tratan de hacer desaparecer a este testigo irrecusable, como si Aquel que lo ha resucitado ya una vez, no pudiera devolverle de nuevo la vida. La recepción triunfal que el pueblo tributó al Salvador en Jerusalén vino a exasperar su furor y su ira.
Desde hoy comenzamos, con el Santo Evangelio, a contar de un modo preciso, los días que deben pasar antes de la inmolación del Cordero divino. Este sábado corresponde al sexto día antes de Pascua según el cómputo de San Juan en el c. XII.
LA UNCIÓN DE BETANIA
Jesús está en Betania; se celebra un festín en su honor. Lázaro resucitado asiste a este banquete, que tiene lugar en casa de Simón el Leproso. Marta se ocupa en los quehaceres de casa; su hermana María Magdalena, a quien el Espíritu Santo hace presentir que la muerte y sepultura de su amadísimo Maestro se acercan, ha preparado un perfume que va a esparcir sobre Él. El Santo Evangelio, que guarda siempre una discreción llena de misterios sobre la madre de Jesús, no nos dice nada acerca de su estancia en este tiempo en Betania; pero es imposible dudarlo. Se hallaban también los Apóstoles y tomaban parte en el banquete. Mientras los amigos del Salvador se reunían así en torno de él en esta villa de Betania, situada a dos mil pasos de Jerusalén, el cielo se entristecía cada vez más sobre la ciudad infiel. Con todo, Jesús hará mañana en ella una aparición; pero lo ignoran aún sus discípulos. El corazón de María está triste; a Magdalena la absorben pensamientos de duda; todo anuncia un próximo desenlace.
HISTORIA DE ESTA JORNADA
La Iglesia ha reservado, con todo, el relato del Evangelio de San Juan, que nos cuenta los hechos de esta jornada, para la Misa del Lunes próximo. La razón de esta particularidad, es que, hasta el siglo XII, no había estación en Roma. El Papa empezaba, por una jornada de descanso, las fatigas de la gran Semana, cuyas solemnes funciones debían comenzar mañana. Pero aunque no presidía la asamblea de los fieles no dejaba por eso de cumplir en este día dos prescripciones tradicionales que tenían su importancia en los usos litúrgicos de la Iglesia Romana.
En el trascurso del año, el Papa tenía la costumbre de enviar cada domingo una porción de la Sagrada Eucaristía, consagrada por él mismo, a cada uno de los sacerdotes que servían los títulos presbiteriales, o iglesias parroquiales de la ciudad. Este envío, o mejor, esta distribución tenía lugar desde hoy durante toda la Semana Santa, quizás a causa de que la función de mañana no permitiría que se ejecutase desahogadamente. Los antiguos monumentos litúrgicos de Roma nos descubren que la repartición del Pan Sagrado se ejecutaba en el Consistorio de Letrán. El cardenal Tommasi y Benedicto XIV se inclinan a creer que también tomaban parte en ellas los obispos de las iglesias suburvicarias. Existen otras pruebas en la antigüedad, que nos muestran que los obispos se enviaban, en ciertas épocas, mutuamente la Sagrada Eucaristía, en señal de la comunión que los unía. En cuanto a los sacerdotes encargados de los títulos presbiteriales de la ciudad, a quienes se remitía cada semana una parte de la Eucaristía consagrada por el Papa, ellos se servían de ella en el altar, introduciendo una partecita de este Pan sagrado en el cáliz antes de comulgar.