Sábado Santo - textos litúrgicos
Esta Misa canta la alegría de la Resurrección. A la entonación del Gloria, toca el órgano con sonidos de júbilo y voltean las campanas, mudas desde el Jueves Santo. Después de la Epístola estalla la alegría. En el misterio de la celebración eucarística ofrece a Dios el sacrificio del Calvario, porque el Cordero Pascual, inmolado para la salvación del mundo, nos ha adquirido la Redención.
POR LA MAÑANA
JESÚS EN LA TUMBA
La noche ha pasado sobre el sepulcro en que descansa el cuerpo del Hombre-Dios. Pero si la muerte triunfa en el fondo de esta gruta silenciosa; si tiene entre sus lazos a Aquel que da la vida a todos los seres, su triunfo será muy corto; en vano velan los soldados a la entrada de la tumba; no podrá retener al divino cautivo cuando emprenda su vuelo. Los santos ángeles adoran con profundo respeto el cuerpo inanimado de aquel cuya sangre va a “purificar al cielo y a la tierra”[1]. Este cuerpo separado del alma durante un corto instante ha permanecido unido al Verbo; el alma que momentáneamente cesó de animarle, no perdió tampoco su unión con la persona del Hijo de Dios. La divinidad permanece unida incluso con la sangre derramada en el Calvario y que debe entrar de nuevo en las venas del Hombre- Dios, en el momento de su próxima resurrección.
EL EXCESO DEL AMOR DIVINO
Acerquémonos a esa tumba y veneremos nosotros también los restos del Hijo de Dios. Ahora conoceremos los efectos del pecado. “Por el pecado ha entrado la muerte en el mundo, y se ha comunicado a todos los hombres.”
Jesucristo, “que no conoció el pecado”[2] permitió sin embargo a la muerte extender sobre El su dominio, con el fin de disminuir en nosotros la repugnancia que hacia ella profesamos y de devolvernos, una vez resucitado, la inmortalidad que el pecado nos había arrebatado. En su Encarnación se había dignado tomar “La forma de esclavo”[3]; en este misterio se ha humillado todavía más. ¡Vedle muerto en una tumba! Si este espectáculo nos revela el afrentoso poder de la muerte, nos muestra aún en mayor grado el inmenso e incomprensible amor que Dios tiene para con el hombre. Este amor no ha retrocedido ante ningún exceso; y por esto podemos decir que, si el Hijo de Dios se ha bajado fuera de toda medida, nosotros hemos sido tanto más glorificados por sus humillaciones. Que esto nos lleve a amar esa tumba en la cual debemos nosotros nacer a la vida; y después de haberle dado gracias por haber querido morir por nosotros en la cruz, agradezcamos asimismo el haber aceptado por nosotros la humillación del sepulcro.