Sermón de Monseñor de Galarreta - 2 de julio 2016

Fuente: Distrito de México

Sermón de Monseñor de Galarreta del 2 de julio de 2016, en Saint Nicolas du Chardonnet, en el día de la ordenación del Padre Sabur.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Muy queridos hermanos, querido Padre Sabur, muy queridos fieles.

El apóstol San Pablo nos resume su idea del sacerdocio diciéndonos que los hombres deben ver en nosotros los sacerdotes a un ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios. Ministros, embajadores, apóstoles, servidores de Nuestro Señor Jesucristo y dispensadores de los misterios de Dios. Que esto sea la verdadera fe, la doctrina, los sacramentos, la gracia de Dios, todas las riquezas contenidas en la Iglesia y en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, el Santo Sacrificio de la Misa, mysterium fidei.

San Pablo añade: "Lo que se requiere, lo que se le exige al ministro es que sea fiel". Que sea fiel a Aquel a quien sirve, de quien es ministro… que sea fiel en transmitir aquello que ha recibido, a los tesoros de Dios que ha recibido: la verdad y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, y que los brinde de forma gratuita, con generosidad. En el pontifical romano, la Iglesia nos dice cuáles son las potestades del sacerdote. El sacerdote debe ofrecer, ofrendar el Santo Sacrificio, bendecir, precisar, predicar y bautizar… estas son las facultades sacerdotales.

En primer lugar: ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa, es decir, renovar el sacrificio de la cruz. Pues es este el centro del culto, es el acto esencial por el cual los hombres y la Iglesia, encabezada por Nuestro Señor Jesucristo, cumplimos nuestros deberes religiosos para con Dios de una manera perfecta y completa. Este es el acto perfecto de religión de los hombres hacia Dios. Al mismo tiempo, el sacerdote debe ofrecer este sacrificio, que es la fuente de todos los bienes y de todas las gracias.

El Santo Sacrificio de la Misa es como el hogar de la Redención, que está siempre presente con nosotros y para nosotros. La Misa es la redención siempre fecunda de todo tipo de gracias, gracias de conversión, gracias de purificación, de perseverancia, de santificación, de salvación. La fuente es el Santo Sacrificio de la Misa. Es aquí, dice la Iglesia, donde todos nuestros pecados, los pecados que cometemos todos los días, se reparan y, así, somos purificados y renovados en cada Misa.

La Iglesia va más allá y nos dice que cada vez que celebramos el misterio de la víctima que está sobre el altar, se completa la obra de la Redención, por tanto, cada vez que se celebra la Misa, se realiza dicha obra de Redención. Y así se entiende que el sacerdote está hecho esencialmente para celebrar el santo Sacrificio de la Misa.

“Aquel que se aparta, que se aleja y que no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios”

Al sacerdote le corresponde predicar. El sacerdote debe enseñar, y enseñar la verdad y, más aún, la verdad revelada, aquella que nos fue revelada por Dios y transmitida esencialmente por Nuestro Señor Jesucristo, por los Apóstoles y por la Santa Iglesia.

Prediquen entonces la verdadera doctrina, con su pureza e integridad. El sacerdote es un ministro, que no puede agregar, suprimir ni cambiar nada. Debe transmitir la verdad inmutable porque se trata de la fe y de Dios… de las cosas sobrenaturales, no se trata de la lluvia o del clima. Por eso debe transmitir las verdades inmutables con fidelidad.

San Pablo insiste. Por ejemplo, dice a Timoteo: “Guarda el depósito de la fe por el Espíritu Santo que habita en nosotros”. Y ahí habla propiamente del sacerdocio, refiriéndose a que el Espíritu Santo habita en el alma del sacerdote por la ordenación, que es entonces recibido con el fin de guardar y proteger celosamente el depósito de la fe.

El Apóstol San Juan nos dice: “Aquel que se aparta, que se aleja y que no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios… y aquel que permanece  en la doctrina de Cristo, posee al Padre y al Hijo”. El sacerdote enseña la verdadera fe y la confiesa delante de los hombres. “Pero a todo aquel que se avergüence de Mí y de mi doctrina delante de los hombres, Yo me avergonzaré de él frente a mi Padre”. Y, con más razón, del sacerdote que no confiese, que no defienda esta fe. Porque si existe la verdad revelada por Nuestro Señor, también existe el error, la herejía, el engaño y todo lo que se ha llevado a cabo en el curso de la vida de la Iglesia.

Por lo tanto, el sacerdote no sólo debe defender la verdad, sino combatir el error y combatirlo públicamente. Y no sólo debe denunciar los errores, sino también a quienes difunden los errores. Un pastor no puede, al hablar con sus ovejas, advertirles solamente que tengan cuidado con los lobos. Debe advertirles cuando el lobo se encuentra entre sus ovejas. Por consiguiente, el sacerdote está hecho para predicar la Verdad de Nuestro Señor Jesucristo.

Posteriormente, se dice que el sacerdote debe bendecir y bautizar. Es ese el oficio del santificador.

El sacerdote está hecho para comunicar la gracia de Dios a las almas y, por ende, las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo, la santidad de Cristo, la santidad de Dios.

Está hecho, pues, para transmitir, para enseñar, para comunicar la verdadera vida sobrenatural a las almas, y todas sus acciones están destinadas a esta obra de santificación, sin punto de perversión, evidentemente.

También dice en el Pontificio que el sacerdote debe precisar, es decir, debe gobernar, debe dirigir y debe guiar. En esto se manifiesta el poder de la autoridad que tiene el sacerdote sobre las almas, sobre los fieles y sobre el pueblo de Dios. Pero que tiene que ser un pastor y dirigirlas hacia la eternidad, hacia el cielo, hacia la salvación y, por lo tanto, en esta vida, conducirlas hacia Nuestro Señor Jesucristo.

A esto se ordena la potestad de guiar, de dirigir y, en consecuencia, tiene el sacerdote esta autoridad a fin de establecer el reino de Nuestro Señor Jesucristo. En las almas, y en seguida en las familias, en las instituciones, en la sociedad y en las naciones: "Id y enseñad a todas las naciones".

"Estamos en presencia de una terrible demolición de la moral católica, de la fe católica, del culto católico de la verdadera religión"

Ahora, estimado Padre, tendrá que ejercer este ministerio tan elevado, tan necesario, tan saludable en tiempos de crisis, en un tiempo de crisis profunda. Crisis en la sociedad en que vivimos y a la cual pertenecemos. Una crisis profunda en el seno de la misma Iglesia, al interior de la Santa Iglesia. Estamos en presencia de una terrible demolición de la moral católica, de la fe católica, del culto católico de la verdadera religión.

Al mismo tiempo, el hombre es exaltado y se coloca en el lugar de Dios, del culto de Dios pasamos al culto del hombre. De la realeza de Nuestro Señor Jesucristo pasamos a la independencia, autonomía y realeza del hombre. Entonces es el hombre quien crea la verdad, es el hombre quien define la moral, es el hombre quien elige cuál es el bien y cuál es el mal, lo verdadero y lo falso.

El problema profundo dentro de la Iglesia es que ha querido adaptarse a este mundo, tal vez, siendo estrictos, con buenas intenciones; evidentemente no todos. Ha querido adaptarse a este mundo moderno, a sus costumbres, a sus leyes, a sus ideas, a su filosofía... a su nula teología y a su ateísmo. Así pues, comenzamos a derribar los cimientos de la religión católica. Para dar un ejemplo claro y concreto, hoy en día tenemos autoridades en la Iglesia, a las que nosotros reconocemos, como tal, que aprueban y enseñan lo que es pecado. En la comunión, por ejemplo, que ya la pueden recibir los divorciados vueltos a casar civilmente, es decir, que pecan por adúlteros y concubinos: también se les permite que reciban la confesión, la absolución sin arrepentimiento y, peor aún, recibir la Eucaristía mientras están en una situación que es contraria precisamente al sacramento del matrimonio.

Se permite la comunión en los casos de matrimonios mixtos a la parte no católica. ¡La parte no católica de algunos matrimonios mixtos puede recibir la comunión en la Iglesia Católica!

La semana pasada incluso escuchamos que la fidelidad de los concubinos, es una señal de que hay un matrimonio verdadero, y que realmente tienen la gracia del sacramento. ¡Y quien lo dijo fue el Soberano Pontífice! Como podemos ver, se trata de una nueva moral contraria a dos mil años de la enseñanza del magisterio católico, constante y unánime. Son afirmaciones contrarias a lo que nos dicen las Epístolas, los Santos Evangelios, a lo que dicen los Apóstoles, a lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo.

Entonces, evidentemente, debemos hacer lo que hizo San Pablo con San Pedro. San Pablo, en la carta a los Gálatas explica, y es la palabra de Dios, que debió resistir en su cara públicamente a San Pedro porque no actuaba conforme al Evangelio. Hoy en día, todos los católicos, especialmente, todos los sacerdotes, deben defender la fe y oponerse públicamente a los que la destruyen, y decir como San Pablo: resistimos públicamente porque hay un problema profundo de fe. Porque ya no nos ajustamos al Magisterio de siempre, a la Tradición. Vean a San Pablo, que se aferraba a las tradiciones, guardaba la Tradición.

Así que ésta es una lucha por la verdad, por la doctrina, por la verdadera fe y es, al mismo tiempo, una lucha por la santidad, por la santidad de las almas, de las familias, del matrimonio, la santidad de la Santa Iglesia: Una, Santa, Católica, Apostólica Y Romana.

"Aquellos que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecuciones"

Algunos, es verdad, dicen que estamos mal y somos cismáticos, que somos ilegales en la Iglesia, y ya, estimado Padre, usted lo ha experimentado un poco al volver, como buen soldado de Cristo, a los combates de Dios. Debe saber que sufrirá esta persecución de la que nos habla San Pablo: "Aquellos que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución".

El Patriarca de Babilonia, que es caldeo, dice que somos cismáticos. Y el ordinario en Francia para las Iglesias Orientales dice que somos ilegales. Ahora, el mismo Papa dice que la Fraternidad sí es católica. Así que ¿en qué quedamos? Tengo conmigo la carta que me ha dado Su Excelencia Monseñor Fellay, donde la Congregación para la Doctrina de la Fe ha dicho a Monseñor que podemos proceder con las ordenaciones sin pedir permiso del ordinario del lugar; que basta con darles los nombres de los que serán ordenados, cosa que haremos, por supuesto, como corresponde. Es decir, que no somos ni cismáticos ni ilegales.

Entonces, ¿por qué agitar el espantapájaros? ¿Se dan cuenta ustedes de la legalidad, de si nos encontramos en regla canónica o no, de que no hay tal cisma y la misma Roma lo reconoce? Bueno, porque lo que nos separa es la doctrina, la fe, la ruptura con la Tradición. Aunque ellos no quieran aceptarlo, el problema radica ahí. Porque saben muy bien que están equivocados. Porque no importa lo que hagan, ellos nunca llegarán a destruir la fe o la Tradición, ni la Iglesia.

El sacerdote es un servidor de la Santísima Virgen María, quien es mediadora de todas las gracias

Así pues, querido Padre, en este combate tan feroz, tan exigente, que exige tanta ciencia y santidad al sacerdote, es necesario dirigir la mirada hacia la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Es bajo esta advocación que se le venera en esta Iglesia de San Nicolás, Virgen María, Reina de los Apóstoles. Y no sólo por su mediación, sino por el papel activo que desempeñó con los Apóstoles durante su vida y su colaboración en el nacimiento de la Santa Iglesia. Pero también porque si el sacerdote debe comunicar la vida de la gracia, es un colaborador, es decir, un servidor de la Santísima Virgen María, quien es la mediadora de todas las gracias.

Ella es la tesorera y dispensadora de todas las gracias merecidas por Nuestro Señor Jesucristo. Y así Ella da a quién quiere, tanto como quiere, cuando quiere y como quiere. Por último, el sacerdote es colaborador en esta obra de santificación de las almas, que se ha confiado a la Virgen María. Él no hace más que cooperar con esta acción de María en las almas.

La Virgen María nos da un ejemplo de vida apostólica, precisamente en la fiesta que celebramos hoy, la fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel.

Podríamos preguntamos por qué, si ya había tenido lugar la Encarnación, y Ella estaba llena del Espíritu Santo, si había concebido a Nuestro Señor Jesucristo  en su corazón y en su sangre, ¿por qué partió tan prontamente a visitar a su prima Isabel?, ¿por qué eligió la vida apostólica de trabajo, por así decirlo, en lugar de la vida contemplativa?

Lo más lógico habría sido que se hubiera quedado inmersa en la adoración y el amor a Nuestro Señor, Dios, como ya lo estaba antes de la Anunciación del ángel. Y aquí es donde Santo Tomás de Aquino nos ilumina, nos explica los motivos, pues dice que a veces es más meritoria la vida activa que la vida contemplativa; y en este caso la vida activa o apostólica representa el desbordamiento del amor de Dios, en la medida en donde uno se sustrae a la contemplación, a la vida interior, la vida de oración, temporalmente, de manera sacrificada. Y luego está el objetivo de conformarse a la voluntad de Dios y buscar la gloria de Dios.

Por eso es que la Virgen es verdaderamente la Reina de los Apóstoles, porque nos da un ejemplo perfecto de lo que debería ser la vida apostólica del sacerdote, y lo vemos en la Visitación, en donde María llena del amor de Dios, fruto de la Encarnación, desborda ese amor con su prima Isabel.

Esto se debe a que el ángel le sugiere ir a visitarla con prontitud y porque es conforme a la voluntad de Dios. Evidentemente, la Virgen María se apresuró a partir. He ahí el sentido del Evangelio. Ella quería conformarse con la voluntad manifestada discretamente por Dios.

Lo hace por un tiempo, ya que permaneció varios meses, lo necesario, y luego regresó a su casa. Lo hizo para buscar la gloria de Dios, tal como lo demuestra el fruto de su visita. Ella veía muy pocos medios apostólicos que hubieran producido efectos tan grandes en el orden sobrenatural. Es precisamente su salutación la que dio lugar a tres prodigios. Primero, San Juan reconoció que era Nuestro Señor y su Madre Santísima, y se regocijó de alegría. A continuación, se llenó del Espíritu Santo, quedando santificado. Y, por último, Santa Isabel también se llenó del Espíritu Santo. Y esto sólo por la salutación de la Santísima Virgen María, que tal vez fue: "Schlama lékh Elisbeth... tal como el ángel le había saludado también a ella.

Y, ¿por qué la eficacia de la vida apostólica de la Virgen María? Porque ella estaba unida a Nuestro Señor Jesucristo, estaba plenamente unida a Nuestro Señor, porque llevaba en su seno a Nuestro Señor Jesucristo, porque estaba llena del Espíritu Santo, llena de la gracia de Dios. Por eso su apostolado fue tan fructífero, porque lo hacía en conformidad con la Voluntad de Dios, y en la humildad. Mientras Isabel la alaba, la Virgen María devuelve esta alabanza a la gloria de Dios y compone ese extraordinario canto del Magníficat, canto de glorificación a Dios, de acción de gracias… y también un canto de humildad en el que María reconoce su nada, su pequeñez.

He ahí, querido Padre, querido hermano, las disposiciones que deben animarnos en nuestra vida apostólica dando absolutamente primacía a nuestra vida interior, a nuestra vida contemplativa, a nuestra vida de unión con Nuestro Señor Jesucristo. Y es por eso que siempre encontrarán ustedes en el Corazón Inmaculado de María, nuestra Madre, y especialmente madre del sacerdote, refugio, fuerza y consuelo.

Es en el Corazón de la Virgen María en donde podemos ser formados y moldeados de acuerdo con Nuestro Señor Jesucristo, Soberano y Eterno Sacerdote.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mons. Alfonso de Galarreta, Obispo Auxiliar de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Fuente: MCI medias-catholique.info