Sermón de Monseñor Lefebvre dado en Fátima el 22 de agosto de 1987
Peregrinación de la Tradición 1987 - Imagen de Nuestra Señora de Fátima delante de la cual S.E. Monseñor Marcel Lefebvre pronunció el acto de consagración de Rusia al Corazón Inmaculado.
El 22 de agosto de 1987, Monseñor Marcel Lefebvre, acompañado de un gran número de sacerdotes y de 2,000 fieles, fue en peregrinación a Fátima. Durante la Misa solemne, el arzobispo consagró Rusia al Corazón Inmaculado de María y dio esta magnífica homilía, reflejo de su devoción por la Madre de la Iglesia.
Queridos sacerdotes, queridos hermanos, demos gracias a Dios y a la Santísima Virgen María por habernos reunido hoy en esta fiesta de su Corazón Inmaculado, para cantar sus alabanzas y tratar de vivir nuestra fe durante algunos días. Porque si la Virgen María quiso venir a esta tierra de Portugal, a Fátima, para aparecerse a unos niños y darles un mensaje para el mundo, es porque quiere que nuestras almas se eleven al cielo.
Tratemos, pues, de ponernos en el lugar de estos pastorcitos y de toda la gente que los acompañaba el día 13 de cada mes. Aquí mismo ocurrió, en el mes de octubre, ese extraordinario milagro que pudo verse a 40 kilómetros alrededor de Fátima. De haber estado presentes ese día 13 de octubre de 1917, habríamos visto el prodigio extraordinario del sol girando, arrojando luces de todos los colores e inundando de colores magníficos toda la región, y ello por tres veces seguidas durante diez minutos; al fin de los cuales el sol, como bajando del cielo, se acercó a los fieles que estaban presentes, para manifestar la veracidad de la aparición de la Santísima Virgen María a los niños de Fátima
Para salvar nuestras almas
Una vez más, esta aparición de la Santísima Virgen María fue para que nuestras almas se salven, para que se unan a Ella un día en el cielo. Y a través de unas visiones extraordinarias, la Virgen mostró a los niños de Fátima toda la realidad de nuestra fe. Los niños la admiraron de tal modo que estaban como en éxtasis, maravillados, absortos, sin saber cómo expresar la belleza de la Santísima Virgen. Trataron de hacer comparaciones, y ninguna se parecía a la belleza de la Virgen María que habían visto.
Y después, no se apareció solamente la Virgen María, sino que Ella quiso mostrarles algo del cielo: San José, llevando a Nuestro Señor en sus brazos y bendiciendo al mundo. También quiso mostrarse bajo la figura de Nuestra Señora del Monte Carmelo y de Nuestra Señora de los Dolores. Generalmente se presentaba como Nuestra Señora del Rosario, porque quiso enseñar a los niños la necesidad del Rosario, la necesidad de sufrir con Nuestro Señor Jesucristo y con Nuestra Señora de los Dolores. Así es como quiso manifestar sus sentimientos íntimos a los niños, y ellos, a su vez, a todos los que tenían la oportunidad de escuchar los mensajes. También se les apareció el arcángel San Miguel.
Nuestra Señora quiso hablarles de las almas del purgatorio. Cuando Lucía le preguntaba: «¿Dónde está tal alma, dónde está tal persona que ha muerto? ¿Está en el cielo, está en el purgatorio?», Ella le contestaba: «Esta alma todavía no está en el cielo, está en el purgatorio». La Santísima Virgen quiso mostrar la realidad del infierno a estos niños horrorizados, para animarlos a hacer penitencia, a rezar por la salvación de las almas, mostrando así que el Corazón Inmaculado de María está totalmente orientado a la gloria de su divino Hijo y a la salvación de las almas. Salvar las almas, guiarlas al cielo. En cierto modo la Santísima Virgen mostró en imágenes a estos niños todo nuestro catecismo.
Rezar y hacer penitencia
Tratemos, pues, de ponernos también nosotros en este contexto, porque lo que ocurrió en 1917 sigue siendo cierto hoy en día, y quizás más ahora, porque la situación actual del mundo es aún peor de lo que era en 1917. Ahora la fe desaparece, el ateísmo progresa por todos lados, como la Santísima Virgen misma lo anunció. Porque si quiso mostrar una visión del cielo, también quiso hablar de la tierra, y dijo a sus pastorcitos: «Hay que rezar y hacer penitencia para detener los efectos nefastos de este terrible error que es el comunismo, que dominará al mundo si no se reza y hace penitencia, y si no se cumple mi pedido». ¿Cuál? El de difundir los secretos que la Santísima Virgen María dio a Lucía.
Y por desgracia nos vemos obligados a señalar que estos secretos no han sido revelados, mientras que el error del comunismo se expande por todos lados. Esforcémonos por ponernos en esta disposición, en compartir las convicciones de estos niños, para unirnos al Corazón de María, para que nuestro corazón arda en los deseos que embargan su Corazón: deseos del reino de su Hijo…
¿Qué más puede querer Ella que ver reinar a su divino Hijo en el mundo entero, en las almas, las familias, las sociedades, como reina ya en el cielo? Este es su deseo, y por esto viene a la tierra para pedirnos, a cada uno de nosotros, que Jesús reine sobre nosotros. Ella lo quiere, y viene ahora a darnos los medios.
El primer medio es la oración: hay que rezar; esto no dejaba de repetirlo. Lucía le preguntaba: «Señora, ¿qué queréis de mí, que queréis que haga?» Buena pregunta, como la de San Pablo a Nuestro Señor en el camino de Damasco: «¿Qué queréis que haga?» Estas han de ser también nuestras disposiciones: «Oh María, ¿qué queréis que hagamos?» Y entonces María decía: «Rezad, tomad vuestro rosario, rezadlo cada día, para santificaros y para salvar las almas de los pecadores». Lo repitió cada vez que se apareció. También los animó a la comunión; es más, Ella misma permitió que el Angel les diera la comunión. María no puede querer otra cosa que darnos a su Hijo, poner a Jesús en nuestros corazones
Para que guardemos la fe y la gracia en nuestras almas
Y ¿por qué tantos secretos? La Santísima Virgen, en su amor y condescendencia por nosotros, que somos pobres pecadores, quiso anunciarnos los acontecimientos futuros para preservar nuestra fe y la gracia en nuestras almas. Por eso vino, por eso nos entregó estos secretos. Si la Santísima Virgen María pidió a Lucía que el tercer secreto se difundiera a partir de 1960, y que fuera dado a conocer por el Papa, no fue sin motivos, sino porque Ella sabía que después de 1960 la historia de la Santa Iglesia atravesaría acontecimientos gravísimos, y quiso advertir a las autoridades de la Iglesia, para evitar estas desgracias, que la fe y las almas se pierdan. Ahora nosotros estamos prevenidos, sabemos que a partir de 1960 la Iglesia empezó a atravesar acontecimientos graves, especialmente en sus autoridades. Es posible que ellas no hayan querido difundir el secreto por pensar que no era oportuna su difusión. ¡Qué gran misterio!
Así pues, la Santísima Virgen María quiere que nosotros tengamos en nuestras almas disposiciones celestiales, de amar a Dios, de rezar, de unirnos a Nuestro Señor en la sagrada Eucaristía, de sacrificarnos por los pecadores de este mundo. Pidamos hoy estas gracias.
El misterio de la situación actual de Roma
Vosotros, que habéis venido de todos los rincones del mundo, y estáis reunidos aquí ante Nuestra Señora de Fátima, tened en vuestros corazones las mismas disposiciones que estos pastorcitos que vieron a la Santísima Virgen María. Pedid a la Santísima Virgen María que desvele este Secreto, y que venga en nuestro socorro.
¡Qué gran misterio es Roma y la situación actual del papado! A menudo me dicen: «No desgarre la Iglesia, no divida la Iglesia, no haga un cisma». Pero decidme: ¿Dónde está la unidad de la Iglesia? ¿Qué es lo que hace la unidad de la Iglesia? Abrid los libros de teología, de los santos, doctores y teólogos, y os dirán que lo que hace la unidad de la Iglesia es la unidad de la Fe. Nos separamos de la Iglesia cuando dejamos de tener la Fe católica. Por eso cualquier persona investida de poderes en la Iglesia, todos los obispos y especialmente el Papa, están al servicio de esta unidad de la Fe: «Predicad el Evangelio; no otro evangelio, no cualquier evangelio, sino poneos al servicio de este mensaje que Yo os he dado». Pero sin cambiarlo. Nosotros, que queremos guardar preciosamente toda la Fe, por nada del mundo querríamos quitar una letra, ni la menor partícula de nuestra Fe; queremos mantenerla absolutamente intacta. Y es porque tratamos de mantener esa unidad de la Fe, que nos persiguen aquellos que la están perdiendo…
Esta es la situación real actual en que nos encontramos. Situación misteriosa, probablemente anunciada por Nuestra Señora de Fátima en el tercer Secreto. Quienes quieran mantenerse católicos serán perseguidos por los que, teniendo autoridad en la Iglesia, se apartan de la Fe. Quisieran arrastrarnos con ellos, y como les desobedecemos, porque no queremos perderla como ellos, nos persiguen. Pero Nuestro Señor predijo que habrá malos pastores, y que no hemos de seguirlos; a quienes hemos de seguir es a los buenos pastores. Este es el misterio que nos toca vivir hoy.
Pidamos, pues, a la Santísima Virgen que nos desvele este misterio. Para nosotros, y para todos los que viven en esta época, es un verdadero martirio moral, quizás peor que el de sangre, comprobar que los que debieran predicar y defender la Fe católica en pro de la unidad de la Iglesia, la abandonan y buscan estar acordes con el mundo, con los principios modernos de esta sociedad que está dirigida más por el demonio que por Dios.
Pedir la gracia de la fidelidad
Tomemos la resolución aquí, ante la Santísima Virgen María, de guardar la fe, y pidámosle la gracia de mantenernos católicos hasta el fin de nuestros días, de tener la perseverancia final en la Fe católica. ¿Por qué derramaron su sangre todos los mártires? Para guardar la Fe. Tenemos que ser mártires, si no de sangre, sí en nuestras almas, en nuestros corazones. Tenemos que ser mártires, y herederos de los que han derramado su sangre para no renegar de su Fe.
Eso es lo que debemos prometer a la Santísima Virgen María, y lo que debemos tratar de hacer comprender a todos los que nos rodean, para que no pierdan la Fe, porque, si la pierden, pierden sus almas.
Pedir que la Iglesia recupere su esplendor
Pidamos también la renovación de la Santa Iglesia Católica. Que vuelva a recobrar su esplendor, su unidad en la Fe, y vuelva a suscitar, como antes, millares y millares de vocaciones religiosas. Que vuelvan a llenarse los noviciados y seminarios, para guardar, vivir y propagar la Fe católica. Esto es lo que nosotros tratamos de hacer, como lo prueban los jóvenes sacerdotes y seminaristas aquí presentes. Cuando se guarda la Fe, el sacrificio de la misa y la Eucaristía real, y cuando uno se consagra en cuerpo y alma a la Iglesia, hay vocaciones.
Finalmente, pidamos a la Santísima Virgen María que bendiga nuestros seminarios, a nuestros jóvenes sacerdotes para que sean apóstoles, a nuestras religiosas de la Fraternidad, a todas las Hermanas dedicadas a la Tradición, a los Carmelitas, Dominicos, Benedictinos, y a todos los religiosos que quieren guardar y difundir la fe católica.
Estas son las resoluciones que hemos de formular hoy: rezar, sacrificarnos, ofrecer nuestra vida por la redención del mundo, por la salvación de las almas, de nuestras almas y las de nuestras familias.
Que la Virgen María se digne bendecirnos, para que podamos proseguir con valentía a pesar de las pruebas, sirviendo al reino de su divino Hijo: «Adveniat regnum tuum, venga a nosotros tu reino»… Sí, señor Jesús, que tu reino venga a las personas, a las familias y a las sociedades, y en ellas se establezca un día eternamente.