Sermón de San Agustín sobre la Navidad
Cristo se rebajó a sí mismo no para su propio beneficio, sino por nuestro bien; para justificarnos y darnos paz y felicidad.
Se llama día del nacimiento del Señor a la fecha en que la Sabiduría de Dios se manifestó como niño y la Palabra de Dios emitió, sin palabras, el sonido de una voz humana. Sin embargo, su divinidad oculta fue anunciada a los pastores por la voz de los ángeles y señalada a los magos por un testimonio celeste. Festejamos anualmente, pues, el día en que se cumplió la profecía que proclama: "La Verdad ha brotado de la tierra y la Justicia ha mirado desde el cielo"[1]. La Verdad que mora en el seno del Padre ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una madre. La Verdad que contiene al mundo ha brotado de la tierra para que la lleven manos de mujer. La Verdad que alimenta de forma incorruptible la bienaventuranza de los ángeles ha brotado de la tierra para ser amamantada por leche humana. La Verdad a la que no le basta el cielo ha brotado de la tierra para ser puesta en un pesebre.
¿Para beneficio de quién vino con tanta humildad Excelencia tan grande? Ciertamente, no vino para bien suyo, sino nuestro, a condición de que creamos.
¡Despierta, hombre; por ti Dios se hizo hombre! "¡Despierta, tú que duermes y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará!"[2] Por ti -digo- Dios se hizo hombre. Estarías muerto para la eternidad si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te verías liberado de la carne de pecado si Él no hubiese asumido la semejanza de la carne de pecado. Una miseria interminable te poseería si Él no hubiese hecho esta misericordia. No habrías revivido si Él no se hubiera asociado a tu muerte. Habrías desfallecido si Él no te hubiera socorrido. Habrías perecido si Él no hubiera venido.
Celebremos con alegría la llegada de nuestra salvación y redención. Celebremos este día de fiesta en que el Eterno vino, desde aquel Día grande y eterno, a este nuestro día, breve y temporal. Él se hizo para nosotros justicia, santificación y redención, a fin de que, como está escrito, "Quien se gloríe, se gloríe en el Señor"[3]. No nos asemejemos a los orgullosos judíos, que, "Desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se sometieron a la de Dios".[4] Por eso, después de haber dicho la Verdad ha brotado de la tierra, el Salmista añadió inmediatamente "Y la Justicia ha mirado desde el cielo"[5], para que la debilidad mortal no se la arrogase a sí misma; para que no dijera que la justicia era suya, y para evitar que el hombre, creyendo que se justificaba él a sí mismo, esto es, que el ser justo era obra propia, rechazara la justicia de Dios. La Verdad, pues, ha brotado de la tierra. Cristo, que dijo: "Yo soy la verdad"[6], nació de una virgen; "Y la Justicia ha mirado desde el cielo", porque el hombre no se justifica a sí mismo, sino que le justifica Dios, si cree en el que ha nacido. La Verdad ha brotado de la tierra, puesto que "El Verbo se hizo carne", y la Justicia ha mirado desde el cielo, dado que "Todo óptimo regalo y todo don perfecto vienen de arriba"[7]. La Verdad ha brotado de la tierra, es decir, de la carne de María. Y la Justicia ha mirado desde el cielo, puesto que "Nada puede recibir el hombre a no ser que se le haya dado desde el cielo"[10].
"Justificados, pues, por la fe, tengamos paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien tenemos también acceso a esta gracia en que nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios"[9]. Me deleita asociar a estas pocas palabras del Apóstol, que vosotros, hermanos, habéis reconocido conmigo, otras pocas del salmo leído y descubrir que van de acuerdo. "Justificados por la fe, tengamos paz con Dios, porque la justicia y la paz se han besado"[12]; a través de nuestro Señor Jesucristo, "porque la Verdad ha brotado de la tierra". "Por Él tenemos acceso también a esta gracia en que nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" -no dice "de nuestra gloria", sino "de la gloria de Dios"-, puesto que la Justicia no ha salido de nosotros, sino que ha mirado desde el cielo. Por tanto, "Quien se gloríe, no se gloríe en sí, sino en el Señor"[11]. Por ello, pues, una vez nacido de una virgen el Señor, cuya natividad celebramos hoy, resonó el canto angélico: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad"[12]. ¿A qué se debe que haya paz en la tierra sino a que la Verdad ha brotado de la tierra, es decir, a que Cristo ha nacido de la carne? "Él es también nuestra paz, que de dos pueblos hizo uno"[13], para que seamos hombres de buena voluntad, dulcemente unidos en el vínculo de la caridad.
Regocijémonos, por tanto, en esta gracia para que sea nuestra gloria el testimonio de nuestra conciencia[14], donde no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en el Señor. De aquí que el Salmista haya dicho: "Tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza[15]. Pues ¿pudo brillar para nosotros mayor gracia de Dios? Teniendo un Hijo unigénito, lo hizo Hijo del hombre, y del mismo modo, pero a la inversa, hizo hijo de Dios al hijo del hombre. Busca el mérito, busca el motivo, busca la justicia, y ve si encuentras otra cosa que no sea la gracia.
[1] Ps. 84:12.
[2] Eph. 5:14
[3] I Cor. 1:30-31.
[4] Rom. 10:3.
[5] Ps. 84:12.
[6] Jn. 14:6.
[7] Jn. 1:14, James 1:17.
[8] Jn. 3:27.
[9] Cf., Rom. 5:1-2.
[10] Ps. 84:11-12.
[11] I Cor. 1:30-31.
[12] Lk. 2-14.
[13] Eph. 2:14.
[14] Cf. II Cor. 1:12.
[15] Ps. 3:4.
Fuentes: San Agustín, Sermón 185 / FSSPX.News – 12/22/2017